La primera ‘guerra proxy’
Por Juan Manuel de Prada
En su reciente viaje de postureo a Kiev, el doctor Sánchez ha afirmado con desfachatez que los españoles «fuimos olvidados por la comunidad internacional durante la Guerra Civil». Sorprende que se puedan soltar impunemente tales majaderías sin que nadie se subleve ni rechiste; pero el figurín presidencial sabe que el pueblo español se ha convertido en masa cretinizada, dispuesta a comulgar las mentiras peor aliñadas, según exige la llamada «memoria democrática».
Lo cierto es que la ‘comunidad internacional’ intervino con denuedo en nuestra Guerra Civil, alargando inmisericordemente el conflicto mediante el suministro de armas que causaron una pavorosa e inútil mortandad. Pero interesaba sobremanera a las potencias extranjeras probar sus armas más avanzadas y desgastar a sus adversarios, utilizando a los españoles como carne de cañón. La Unión Soviética apoyó con denuedo al Gobierno republicano, no sólo con envíos masivos de armas y víveres, sino también ofreciendo en su territorio adiestramiento a militares españoles y acogiendo a miles de niños que en muchos casos no volvieron a pisar el suelo patrio. Además, los comisarios soviéticos fueron encargados de organizar con métodos ‘científicos’ las masacres más infames, con la anuencia de Largo Caballero, gran icono socialista. Tal era el ardor represivo de Largo Caballero que Stalin tuvo que escribirle en diciembre de 1936 recomendándole… ¡moderación! Y es que la deriva revolucionaria del Frente Popular había alcanzado tales cúspides de crueldad desatada que entre las grandes potencias existía la convicción de que la II República española se había convertido de facto en un régimen comunista.
Y, mientras la Unión Soviética tutelaba a los republicanos, Alemania e Italia hacían lo propio con los sublevados, enviando voluntarios a España y abasteciendo a Franco de toda clase de material bélico. Y fueron aviones pilotados por italianos y alemanes los que causaron estragos en diversas ciudades de la retaguardia. Es verdad que la Sociedad de Naciones promovió un pacto de ‘no intervención’ en la guerra española, pero ni Francia ni Inglaterra movieron un dedo cuando Italia, Alemania y la Unión Soviética se lo saltaron alegremente. Por el contrario, conviene recordar que, antes de que la Guerra se decantase por completo, muchas de estas potencias europeas se apresuraron a acreditar embajadores en Burgos, como hizo por ejemplo Francia, enviando nada más y nada menos que al mariscal Pétain, para engolosinar a Franco.
En realidad, puede afirmarse sin hipérbole que nuestra Guerra Civil fue el primer ejemplo de lo que hoy denominan ‘guerra proxy’, en donde potencias enfrentadas utilizan la población de un país que desprecian o desean rapiñar como carne de cañón, mientras erosionan la resistencia del enemigo. Desde entonces, la ‘comunidad internacional’ ha seguido recurriendo entusiasmada al modelo bélico que en España brindara tan pingües resultados.
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