La Pax Americana y el “totalitarismo”
Por Carlos X. Blanco
El Orden Mundial que se configuró en 1945, tras la derrota del III Reich, está a punto de llegar a su fin. Dicho esto, en 2024, no huelga añadir que el fin de una Era geopolítica puede parecerse a la agonía de un individuo humano: aquejado éste de enfermedad terminal, es como un mal paciente que, lejos de reconocer la inminencia de su óbito, emplea sus últimas fuerzas en hacer desgraciados a quienes con él conviven y así esparce el hálito de la muerte en todo su derredor. Así le pasa al enfermo Occidente.
El imperio yanqui llegó a implantar su Orden Mundial en 1945, su pax americana, pero lo hizo de forma incompleta y con un importante contrapeso: el comunismo. Fue la Unión Soviética quien realmente libró a Europa del “terror nacionalsocialista y fascista”. Fue ese “imperio comunista” el que logró aglutinar a numerosos países en vías de descolonización y emancipación, creando un Segundo Orden Mundial que contrarrestó las pretensiones universales de los yanquis. El régimen comunista soviético demostró una capacidad titánica para defenderse de una más que posible agresión angloamericana en 1945 o poco después. Tras haber entregado millones de vidas de rusos, eslavos de otros países y gentes de otras etnias asiáticas vinculadas a Rusia, la URSS no estaba en absoluto dispuesta a dejarse invadir y colonizar por las potencias angloamericanas. Al coste de sacrificios enormes en vidas y libertades, los soviéticos se libraron de una III Guerra Mundial, continuación inmediata de la II, guerra nuclear que ya se representaba en las mentes planificadoras de los occidentales incluso antes de que Hitler se quitara de en medio y los alemanes se rindieran. Vencido el nazismo, había de ser vencido el comunismo aun a costa de arrasar el “viejo continente”. Rusia, la eterna y santa Rusia bautizada y amplificada como URSS, nos libró de ello.
Pero a partir de este relato no se piense que las consideraciones ideológicas eran las prioritarias. En la ciencia geopolítica, la ideología como factor capaz de afianzar alianzas o trazar frentes de guerra es solamente eso, un factor. Ese factor se “activa” en composición con otros, y desde la peculiar configuración histórica, económica y política del momento, la ideología moviliza y es fuerza causal, de una parte, o es retórica que puede olvidarse o, más bien modularse, de la otra. En los inicios mismos de la II Guerra Mundial, y en una parte de su desarrollo, el papel de las grandes compañías multinacionales norteamericanas apoyando a los “totalitarios” Hitler y Stalin fue notorio. Lo fue hasta el punto de que no se podría hablar de una historia del “totalitarismo” sin enmarcar este vidrioso concepto en el curso general de la historia del capitalismo. El capitalismo, y muy especialmente el capitalismo imperialista en su versión anglosajona, es la clave explicativa que da cuenta -en una parte materialmente significativa-de estos regímenes que, estallado el conflicto, muy pronto se demonizaron después de haber sido sufragados con dólares. Los demonios terribles de “pardos” y “rojos” asolando Europa y aplastando libertades occidentales, según esa Disneylandia filosófica tan activa desde la IIGM, también necesitaron de petróleo y finanzas de esos mismos occidentales que ayer, igual que hacen hoy, repiten la historia del aprendiz de brujo. Ayer alimentaban a pardos y a rojos, hoy nutren a yihadistas. De otra parte, es sabido que los dos supuestos máximos representantes del totalitarismo no occidental en el siglo XX, Hitler y Stalin, también fueron socios y aliados entre sí cuando así les convino, y dejaron de serlo cuando las condiciones previas al estallido terrible de 1939 ya no les eran satisfactorias. Otro tanto se diga de las conexiones de ambos “monstruos” con el capital yanqui. La ideología no es lo único que cuenta.
La construcción de ese término, “totalitarismo”, forma parte del armamento del Occidente liberal, armamento de conceptos y términos, eficaz tanto como la US Army o la misma OTAN. Hannah Arendt y demás intelectuales exiliados en universidades americanas, ya rusos ya alemanes, muchos de ellos judíos, han “vivido” de rentas con la palabrita “totalitario”. Al estar creada sobre la base de unas meras características formales, sumamente abstractas (culto al líder, estatalismo, militarización de la sociedad, partido único…) los regímenes nacionalsocialista, fascista, bolchevique, etc. , quedaban metidos en el mismo saco, más allá de las abismales diferencias. Pero estos mismos rasgos genéricos y formales servían, en realidad, para adornar la verdadera significación de la palabra: totalitario es, en realidad, para los ideólogos subvencionados por la Casa Blanca, el Pentágono y la CIA, sinónimo de régimen no liberal. Da igual todo lo demás: régimen no liberal y no sujeto a la férula yanqui.
Esa sinonimia es una de las claves de bóveda y de comprensión del Orden Mundial nacido en 1945 así como de la renovada guerra fría (o III Guerra Mundial inacabada), la guerra iniciada en 1949, fecha de fundación de la OTAN. Al final, más allá de los rasgos puramente formales que buscan semejanza entre un régimen nazi y uno bolchevique, allende las ideologías, lo que precisamente diseñó toda la hueste de pensadores como Arendt, Popper o los francfortianos fue esto: una imagen en negativo del régimen capitalista occidental, él mismo totalitario en lo esencial. Todo Orden Mundial precisa esa imagen en negativo para poder señalar, identificar y amalgamar enemigos, y los nuevos amos de Occidente lo lograron con una eficacia pasmosa.
Caída la URSS, y con ella el “bloque rojo”, todo ello en un proceso rapidísimo entre 1989 y 1991, el Hegemón de la Primera Teoría Política, en términos de Dugin, se quedó sin la Segunda (el socialismo y el comunismo). El imperio yanqui empleó entonces todo su arsenal filosófico-político acumulado en la posguerra y en la guerra fría: el fascismo (Tercera Teoría Política) tendría que ser la única alternativa al mundo “libre”. Así de simple: liberalismo o barbarie, y la barbarie de talla única es el fascismo. Todos los que no fueran socios y amigos del imperio yanqui podrían acabar recibiendo el oprobioso sambenito de “totalitarios”. Eran sociedades cerradas, en donde las reglas del juego limpio liberal no se aplicaban.
Lo estamos viendo ahora: la democracia rusa, multipartidista y con elecciones periódicas, es “autocracia” y Putin es presentado como un nuevo zar o un nuevo “padrecito” (Stalin). La República Popular China también es motejada de totalitaria y autocrática, un país donde el gobierno está infiltrado con la propia sociedad a todos los niveles a través de un Partido Comunista Chino y otros partidos distintos del PCCh, todos leales a la nación, no como los de España, y en donde ninguno de esos partidos posee la motivación de ganar elecciones y trabajar para los lobbies. Pues esto también es totalitarismo… Ciertamente, cualquier sistema político que se haya enfrentado al poder norteamericano, a la OTAN y a las reglas del juego del Occidente “demoliberal” presentará sucias y malignas características totalitarias según diagnostican los cuarteles de inteligencia demoliberal, pues esta categoría, pretendidamente equidistante en Arendt o en los francfortianos, así como en la restante inteligencia otanista emergida después de 1945, sirve para todo.
En la actualidad el Imperio yanqui y sus instrumentos es un poder que se retira de muchos escenarios, queriendo agónica y agonísticamente aunar reservas para el conflicto con China en el Pacífico. Ha dejado en Europa unos peones ridículos que están dando lecciones de totalitarismo en los mismos términos en que Occidente ha definido semejante construcción politológica. En Borrell, von der Leyen, Macron y cía. encontramos de todo: represión de la disidencia, censura en internet, amaño de elecciones, creación de corsés ideológicos (rusofobia, otanismo, Agenda 2030, promoción de las minorías “arco iris”, etc.). Totalitarismo de la misma especie que la de sus rivales. Pero frente a esos peones ridículos, que algún día Washington sacrificará, hay en marcha todo un bloque (potencial, pues aún debe integrarse mucho más) de países muy diversos en tradición, clima espiritual, sistemas ideológicos, que no se dejarán intimidar por el sambenito que a los occidentales tanto parece condicionarnos, y son los BRICS. A escala local, por ejemplo aquí en España, hay muchos pensadores que todavía se dejan condicionar por esa especie de policía del pensamiento que grita e insulta en las redes sociales: que a uno le confundan con un “fascista” puede representar para ciertos personajes públicos una especie de muerte social, siempre que la víctima sea timorata o posea una mentalidad provinciana, para la cual un entorno local de lectores es algo prioritario. Sin embargo, cuando se piensa en escala amplia, global, y el pensador ve el ancho horizonte del mundo, en donde un imperio “totalitario” como el yanqui declina y un mundo potencialmente más libre y diverso, avanza, el sambenito se convierte casi en timbre de honor: ladran, luego cabalgamos.
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