En una de sus inolvidables terceritas, Foxá comparaba con el vuelo del bumerán la política exterior de Inglaterra, cada vez que lanzaba «a ras de tierra -a ras de política, y no de Historia- sus consignas». Pero a veces el bumerán falla. Foxá narraba cómo con frecuencia la mágica madera, al retornar, golpea duramente en la sien al lanzador, descalabrándolo y arrojándolo al suelo, en medio de un charco de sangre. Aquella política debilitadora de Europa que se sostenía desde Londres acabaría hiriendo mortalmente a los ingleses, que en efecto no tardarían en perder su imperio colonial. Pero, entretanto, inconscientes de las calamidades que se estaban tramando, los ingleses seguían anunciando en sus periódicos las tormentas en el canal de La Mancha con el mismo grotesco titular: «El Continente, aislado». No se les ocurría pensar que los aislados eran ellos.
Una impresión similar nos provoca ahora el empeño de «aislar a Rusia» que se proclama desde la Unión Europea, al dictado estadounidense. Detrás de este empeño, aparentemente motivado por la guerra de Ucrania, subyacen razones geoestratégicas evidentes para cualquier persona que no tenga arrasadas las meninges por el napalm de la propaganda. Como ha señalado el siempre clarividente Fernando del Pino, existe una pugna por la hegemonía mundial «que se libra entre la unipolaridad que quiere retener un Occidente en franca decadencia (en particular, Estados Unidos y el mundo anglosajón) y la multipolaridad emergente que reclama Oriente». En la reunión del Consejo de Seguridad de la ONU que intentó condenar la guerra de Ucrania, además del obvio veto ruso, China e India se abstuvieron. Y ambas potencias -cuya población duplica largamente la de Europa y América del Norte juntas- han mostrado su disposición a mantener relaciones comerciales privilegiadas con Rusia, al igual que otras naciones asiáticas en un proceso de crecimiento económico imparable -pensemos, por ejemplo, en Pakistán- que no están dispuestas a aceptar las reglas de la declinante hegemonía yanqui. Todas estas potencias -que suman más de la mitad de la población del planeta- han mostrado también su disposición a aceptar en sus transacciones las monedas nacionales, poniendo fin a la era de la supremacía del dólar en el comercio internacional.
La pretensión occidental de aislar a Rusia resulta así tan quimérica como aquellos titulares de los periódicos ingleses que a Foxá le hacían reír, cada vez que se anunciaba tormenta en el canal de La Mancha. La ‘política del bumerán’ se repite en tono de farsa, como siempre ocurre en la Historia, según el célebre diagnóstico de Marx. Sólo que ahora quien lanza el bumerán es la declinante potencia yanqui; y quien va a recibir el golpe en la sien que la descalabre y desangre es Europa. Y todo por atarse al cadáver de una unipolaridad fiambre que no es más que el fantasma de un ‘statu quo’ por completo obsoleto, diseñado tras la Segunda Guerra Mundial, que sólo beneficia al lanzador del bumerán.
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