Por Juan Manuel de Prada
Como a nadie se le escapa, las matanzas que cada día se perpetran, en los lugares más diversos del atlas, tienen la importancia que la propaganda sistémica decida concederles. Así ocurre, por ejemplo, con las matanzas que se perpetran en las diversas guerras en curso: ocupan las portadas o apenas merecen una gacetilla, según convenga a la propaganda sistémica magnificar o minimizar esa guerra; y, aun dentro de la misma guerra, las matanzas serán divulgadas o silenciadas según el bando que las perpetre (aunque, por supuesto, la propaganda sistémica podrá adjudicar las matanzas perpetradas por un bando al bando contrario, sabiendo que las masas cretinizadas se tragarán los más burdos montajes).
Y lo mismo ocurre con las matanzas que se perpetran al margen de las guerras declaradas: la propaganda sistémica magnificará aquellas matanzas que le apetezca, atribuyéndoles las causas que convengan a sus propósitos, y ocultará aquellas otras matanzas cuyas causas podrían suscitar incómodos interrogantes, o bien manipulará las causas sin remilgos, en la certeza de que las masas cretinizadas entrarán mansamente al capote. La propaganda sistémica oculta implacablemente las matanzas que sufren los cristianos.
A veces nos llegan como en sordina ecos de aquellas matanzas abominables, pero en seguida son ensordecidos por el estruendo de otras matanzas reales o ficticias que a la propaganda sistémica le interesa magnificar. Así ha ocurrido, por ejemplo, con la masacre perpetrada recientemente en la iglesia de San Francisco Javier, en el nigeriano estado de Ondo, durante la celebración de la misa de Pentecostés, o la ocurrida en la aldea de Nandoli, en Mozambique.
La propaganda sistémica se esmera en ocultar estas matanzas de cristianos para que las masas cretinizadas no adviertan que la fe cristiana es el enemigo que el Nuevo Orden Mundial se ha propuesto erradicar, también en Occidente. No, desde luego, al modo sangriento que emplea para erradicarla en los arrabales del atlas, sino de forma mucho más artera, fomentando la apostasía y proscribiendo democráticamente el uso de la razón, hasta crear disociedades ensimismadas en sus derechos de bragueta, náufragas en un sopicaldo penevulvar, que ha renunciado a procrear.
Y, mientras en Occidente el Nuevo Orden Mundial pastorea estas disociedades invertebradas, en los arrabales del atlas puede dedicarse tranquilamente a financiar a los islamistas que perpetran, un día sí y otro también, matanzas de cristianos. Pues islamismo y apostasía son el Jano bifronte del Nuevo Orden Mundial; ambos forman una alianza -al modo de la Bestia del Mar y la Bestia de la Tierra del Apocalipsis- encargada de erradicar el cristianismo. Por supuesto, cuando los islamistas, después de haber masacrado a todos los cristianos en los arrabales del atlas, decían dar la puntilla al Occidente apóstata, nadie les opondrá resistencia, porque los pueblos que han renegado de su fe y se alimentan de propaganda sistémica son masas prestas a la servidumbre.
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