Por Marcelo Ramírez
Finalmente, llegaron las elecciones en la segunda economía de la UE y sucedió lo esperado, algo que confirma la caída del modelo globalista y genera la desesperación de las élites de ese sector. Pese a la victoria en primera vuelta, Agrupación Nacional [en francés: Rassemblement national, RN] de Le Pen perdió el primer lugar ante la alianza entre el macronismo y la izquierda, que coaligados se repartieron los dos primeros lugares. La próxima designación del primer ministro quedará supeditada a un posible acuerdo entre estos bloques.
Macron, desilusionado y enfadado con los resultados de las elecciones al Parlamento Europeo, decidió hacer una jugada arriesgada, y a la luz de los resultados, un poco torpe, convocando a elecciones anticipadas. Las elecciones demostraron lo esperado, el hartazgo de los franceses con Macron y sus políticas, algo que ya es antiguo y que cosechó el repudio generalizado por los confinamientos durante la pandemia.
Los problemas irresueltos, la inmigración, los ingresos bajos para los estándares locales junto al alineamiento con la OTAN, estallaron seguramente con la posición del presidente galo de enviar tropas a Ucrania. El riesgo que conlleva esa acción es simplemente que Francia sea arrastrada a una guerra con la mayor potencia nuclear del mundo, y lo hace a cambio de, simplemente, nada provechoso para el país.
La propaganda insiste en considerar la guerra como una lucha épica por la libertad o la democracia, no convence a los franceses, y pocos están dispuestos a morir por esos argumentos tan poco creíbles. Por eso, la votación no debe sorprender en sus resultados y solamente ratifica un rumbo de hastío.
El Frente Nacional, ahora rebautizado como Unión Nacional, alcanzó en la primera vuelta el primer lugar y dejó en segundo a la coalición de izquierda globalista. Los candidatos de Macron quedaron en un tercer puesto, algo que se revirtió en el segundo turno con la alquimia electoral, pero es algo que no cambia la esencia del problema teniendo en cuenta que los candidatos de Bardella y Le Pen duplicaron las bancas que se tenía hasta el momento. Le Pen se mostró calma sabiendo que esto iba a suceder pero que la ponía en una posición importante para el futuro.
Gráfico: por el sistema de circunscripciones y el juego de bajar a los candidatos del tercer lugar, quien obtuvo el mayor porcentaje de votos (37%) quedó tercero.
¿Es Marine Le Pen la candidata soñada para derribar un sistema injusto? Seguramente no, es una política profesional que solamente propone una marcha hacia atrás, donde las épocas eran mejores para los franceses.
Si bien sus propuestas no abordan soluciones ante los problemas por venir, no obstante, al menos dificultan la escalada a una guerra nuclear y también hacen lo propio con el avance del globalismo cultural, que busca la “deconstrucción”, es decir, la destrucción de los valores históricos.
Esto es lo que ha desatado el pánico entre las élites globalistas, que están forzando una gran coalición contraria al RN. Lo curioso es que esa misma coalición incluye a frentes de izquierda que se presentan como antisistemas, atacando a Macron. Sin embargo, ante la urgencia, los antisistemas autodefinidos, han decidido votar a los candidatos del sistema, es decir, de Macron. Un mundo de humos y espejos donde la realidad se muestra tal como es cuando los tiempos apremian, es indispensable unir las distintas opciones del sistema para hacer frente a la amenaza de Agrupación Nacional para sus intereses.
Esta situación termina entonces por definir una especie de todos contra Le Pen, excepto la “ultraizquierda” anticapitalista. Es claro, entonces, que hay una gran confusión bajo el mantra de izquierda vs. derecha, que permite la disputa, entonces, entre los modelos globalistas y los soberanistas, aunque sean estos mismos injustos socialmente.
Precisamente por ello no hay verdaderas opciones revolucionarias, son solo opciones cosméticas.
Lo que molesta es que estos sectores emergentes desafían la cultura globalista en el plano de los valores, necesarios para la diagramación del nuevo modelo de relaciones sociales en marcha a nivel global. Y lo hace desde una posición compleja, dado que tanto Melenchon como Bardella han definido que están en contra de confrontar con Rusia y buscan otras soluciones que no sean el exterminio de buena parte de la humanidad, que proponen los halcones del globalismo.
Esto tiene varias razones, en primer lugar, Francia, extrañamente con Macron, ha decidido ser el principal sostenedor del orden mundial globalista que desafía Rusia y sus socios.
Francia, siendo el único poseedor de armas nucleares en la Unión Europea, cree que puede amenazar al Kremlin, prometiendo que su “escudo nuclear” es suficiente para darle un estatus similar al ruso.
Macron en el pasado promovió la idea de crear un ejército europeo independiente de Estados Unidos y de la OTAN, algo que no ha dado pasos significativos, pero que denota las intenciones del francés.
Todo esto es lo que ha llevado a los franceses a optar por dos opciones contrarias a la posición intervencionista de Macron, que en algunas ocasiones muestra un ego que lo hace buscar ser un nuevo Napoleón. Resulta, al menos, extraño, que la prensa no repare en el hecho del repudio absolutamente mayoritario de los galos contra las políticas del francés, pero sí se escandalice con la posibilidad de que Le Pen lo termine condicionando en sus posiciones de participar en una guerra contra Rusia.
“Mis decisiones y mis acciones están dictadas por los intereses de Francia. Rusia no desaparecerá, no será borrada del mapa. Existe y debemos tenerlo en cuenta… El mundo es lo que es y no lo que nos gustaría que fuera. Como político, tengo el deber de decir la verdad a los franceses, incluso si no les gusta la verdad. Hemos apoyado a Ucrania, hemos condenado a Rusia… Pero también hemos trazado líneas rojas y lo hemos hecho en interés de Francia”.
“No queremos que Ucrania forme parte de la UE, no queremos que Ucrania se convierta en miembro de la OTAN, no queremos compartir nuestras armas nucleares con el resto de Europa y estamos en contra de enviar nuestras tropas a una guerra que, debo recordarles ahora, no concierne a Francia. Me sorprendió la ligereza con la que Emmanuel Macron, con un vaso de whisky en la mano, le dijo a un cantante que enviaría tropas…”
Marine Le Pen suavizó su discurso que simpatizaba con Putin, renovó su retórica y se afianzó en la defensa de los valores tradicionales junto a una política contraria a la inmigración descontrolada. Eso fue suficiente para convencer a sus votantes de que era la mejor opción.
Un hecho adicional resulta remarcable. Como en EE. UU. la prensa global llama a sostener a Biden a como dé lugar, considerando que haber llevado al mundo al borde de una guerra nuclear no es suficiente para pensar que su figura es más peligrosa que la de Trump, en Francia la historia se repite.
El gran peligro es que alguien que nunca gobernó Francia llegue al poder. La prensa se escandaliza con la posibilidad de que Le Pen y los suyos puedan tomar decisiones, sin embargo, olvidan que la decisión clave, la de la guerra, la ha tomado Macron.
El globalismo, entonces, ve cómo el poder se les desgrana entre las manos. La AfD alemana, el partido FPÖ austríaco o el Fidesz de Viktor Orbán, son apenas algunas de las muestras de las alternativas que emergen. La respuesta es hablar de avance de la ultraderecha, del fascismo, pero es algo insuficiente para frenar el cansancio público con el sistema político tradicional.
Luego de décadas de caída de los ingresos, de un aumento de la pobreza como consecuencia de la destrucción cada vez más acelerada de las clases medias y una violenta concentración de las riquezas, la rebelión está en marcha en el corazón del mundo desarrollado occidental.
Francia es una muestra más de las presiones por poblaciones que comienzan a salirse del esquema izquierda – derecha y se perfilan más hacia una dualidad globalismo – nacionalismo.
Attal dijo este domingo: “la lección de esta noche es que la extrema derecha está al borde del poder… Nunca en nuestra democracia la Asamblea Nacional ha estado tan en riesgo de ser dominada por la extrema derecha como esta noche”, “ni un solo voto debería ir a la Agrupación Nacional… Si queremos estar a la altura del destino francés, es nuestro deber moral hacer todo lo posible para evitar que suceda lo peor”.
El problema escapa a lo que las élites políticas sostienen. Unirse bajo la consigna de cerrarle el paso a la “ultraderecha” en un frente democrático no conmueve a nadie. Tampoco es una idea novedosa, cuando Juan Perón alcanzó el poder en el año 1945, la oposición política a su ascenso se coaligó bajo la Unión Democrática, que unía desde los conservadores a los comunistas. No funcionó, la historia es rebelde a esas maniobras. La decadencia del sistema es profunda y no se puede sostener uniendo los distintos actores desacreditados por el propio sistema.
Cada vez menos ciudadanos se conmueven con el avance de la ultraderecha y menos se preocupan por la llegada de un fascismo desaparecido en realidad hace más de medio siglo. Si en algún momento las apelaciones a frentes antifascistas tuvieron éxito, ahora su tiempo ha pasado. Hoy la desazón y el cansancio empujan a los pueblos a posiciones rupturistas, se da en países desarrollados, medios, o subdesarrollados. El cansancio se manifiesta contra un sistema que ha perdido su capacidad de seducción hacia las masas.
Por ello es que vemos un fenómeno de ascenso que parece imparable, ganando espacios, pero, indirectamente, forzando la aceleración de los conflictos, dado que el globalismo pierde el control de sus bases y se aleja definitivamente la posibilidad de imponer su modelo. Francia ha demostrado que el sistema ha alcanzado su fin, está resquebrajándose aceleradamente y los llamados a la resistencia contra la “ultraderecha” pierden eficiencia, el sistema debe buscar otras soluciones si quiere mantener el consenso.
La democracia liberal basada en partidos políticos al servicio de las causas que impone el establishment globalista ya no responde adecuadamente.
Es posible que veamos el surgimiento de liderazgos basados en la red, con probada capacidad para comunicar y mejor formados que la actual clase política, que se muestra ignorante, no solo venal.
Allí probablemente veamos una oportunidad de construir movimientos que busquen un cambio real y mejor ante las amenazas que se ciernen sobre todos nosotros. Pero deberemos saber diferenciarlos de los falsos profetas que tomarán parte de este discurso, pero buscarán llevarlo a la inacción real, cambiando algo para que nada cambie.
La victoria de Melenchon es pírrica porque ha debido claudicar en sus posiciones antisistemas y pactar con Macron, el mismo que proviene de la Banca Rothschild y que lleva a Francia hacia la guerra con Rusia.
El costo de esta victoria es que el progresismo y la izquierda han mostrado su verdadera cara, ser parte de un sistema, una disidencia controlada. La credibilidad se ha puesto en dudas y nos hace preguntarnos sobre las izquierdas de nuestra región que festejan la victoria del candidato pro EE. UU., algo que parece olvidar ante las acusaciones de fascismo hacia Le Pen.
Una victoria, entonces, costosa y preocupante de cara al futuro, demostrando que el proceso de quebranto sigue en marcha.
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