Por Alexander Dugin
En Estados Unidos, la cuna del pragmatismo, el pragmatismo ha desaparecido. Los globalistas, especialmente bajo el régimen de Biden, representan una forma extrema de dictadura globalista, rompiendo lazos con la tradición típicamente estadounidense establecida por Charles Peirce y William James. La tradición del pragmatismo se basó en una completa indiferencia hacia la prescripción de contenido normativo tanto para el sujeto como para el objeto. Para un verdadero pragmático, las percepciones del sujeto sobre sí mismo, el objeto u otro sujeto son irrelevantes; lo que importa es que todo funcione efectivamente mediante la interacción. Sin embargo, los globalistas difieren significativamente y se alinean más estrechamente con los positivistas británicos y los fervientes materialistas franceses. Persisten con una brutalidad totalitaria, dictando quién y qué debe ajustarse a sus prescripciones.
Para un pragmático, es intrascendente si uno cambia de género o permanece igual, siempre que le funcione. Por el contrario, los globalistas exigen cambios de género, haciéndolos cumplir a través de la ley y promoviéndolos como un valor universal y progresista. Cualquiera que se oponga a esta opinión es tildado de “fascista” o comparado con Trump o Putin. Insistirán en este enfoque, independientemente de su eficacia o de su naturaleza contraproducente. Sorprendentemente, los globalistas comparten muchos rasgos con los ucranianos: un parecido inquietante.
Cuando los globalistas deciden aumentar la inmigración ilegal, persiguen implacablemente esta agenda, tildando a quienes defienden la inmigración regulada o el control fronterizo de “fascistas”, partidarios de Trump o agentes de Putin. Siguen aplicando sus políticas prescriptivas hasta el extremo, aunque resulten totalmente ineficaces. Para un globalista, cualquiera que no esté de acuerdo con su punto de vista en la práctica no existe (ni debería existir).
Por lo tanto, podemos estar seguros de que los progresistas del Partido Demócrata y los neoconservadores de ambos partidos (igual de obstinados y desconectados del pragmatismo, el realismo o el conservadurismo tradicional, alienando así la verdadera esencia de Estados Unidos) están dirigiendo al país hacia una inevitable guerra civil. Se niegan a entablar un diálogo significativo, sin tener en cuenta si sus políticas funcionan o no. Su atención sigue centrada en hacer cumplir sus ideales: derechos de las personas transgénero, inmigración ilegal, posturas a favor del derecho a decidir, fronteras abiertas, energía verde e inteligencia artificial. Esto representa una profunda contradicción filosófica dentro del sistema estadounidense.
Hoy en día, Estados Unidos está gobernado por aquellos que están profundamente desconectados de su identidad y, por tanto, una nueva guerra civil en Estados Unidos parece inevitable. Los globalistas están dispuestos a asegurar su estallido.
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