Malvinizar las entrañas de nuestra Nación: épica encarnada en las largas batallas por la emancipación nacional – Por Ignacio Cloppet

Por Ignacio Cloppet*

Las efemérides sirven para ejercitar los recuerdos. ¡Ay de aquellos pueblos que olvidan su historia y que pierden su memoria!

Hoy conmemoramos los 40 años de la recuperación territorial de las Islas Malvinas. Tengo grabada a fuego en la memoria esa madrugada del 2 de abril de 1982, cuando los argentinos despertamos con esa extraordinaria noticia. Celebré, como millones de compatriotas, con viva emoción junto a mis padres y hermanos la buena nueva.

Mucha tinta se utilizó y se continúa utilizando para denigrar uno de los mayores acontecimientos históricos del siglo pasado. El 2 de abril significó para la Nación en su conjunto un acto de grandeza y de coraje, que permitió el reencuentro con lo mejor de la tradición de las grandes epopeyas patrias. 

Nuestro país, desde antes de su Independencia política, estuvo acechado por el imperialismo británico. La hispanidad fue sin lugar a dudas el anticuerpo más poderoso para el avance anglosajón, precisamente porque frenó su pretensión colonial inspirada por la mentalidad del calvinismo protestante, que gravitó además en las sombras por medio de las sociedades secretas, intentando quebrar la unidad de lengua y fe católica heredada por la Madre Patria.

El siglo XIX fue epicentro de la agresión británica través de tres acontecimientos concluyentes de las pretensiones imperiales.

El primero se produjo con las Invasiones Inglesas de 1806 y 1807, rechazadas por la valiente estirpe criolla. No obstante, la ambición opresora se mantuvo con una inusitada influencia en los ámbitos diplomáticos, políticos, culturales y sociales, al punto de que Gran Bretaña desde 1808 había logrado el control efectivo de ambos márgenes del Río de la Plata.

El segundo sucedió el 3 de enero de 1833, con la ocupación territorial de nuestras Islas Malvinas, el desalojo de la población y de las autoridades argentinas establecidas legítimamente, reemplazándolas por súbditos británicos. Desde ese momento el Reino Unido usurpa y ocupa nuestro suelo soberano.

El tercero se produjo con el bloqueo anglo–francés de 1845 contra la Confederación Argentina gobernada por Juan Manuel de Rosas, quien fue el reaseguro de la defensa de la soberanía nacional, frente a la pretensión europea de “liberar” la navegación de los ríos interiores. Esta intromisión extranjera provocó una gran reacción nacional en la batalla adversa del 20 de noviembre de 1845 en la Vuelta de Obligado, y los posteriores triunfos en Tonelero, Acevedo, San Lorenzo y Quebracho que lograron recuperar la campaña del Paraná para concluir con el heroico triunfo de las tropas de la Confederación Argentina. Es en este sentido que el General Juan D. Perón reconoció el accionar del Restaurador de las Leyes, al decir: “El primero que después de San Martín muere en el exilio por haber defendido dignamente la soberanía popular y la independencia de la Patria. Los que se han dicho sanmartinianos parecen no haber comprendido la lucha contra el colonialismo que realizó Rosas lo que San Martín vio claro a quince mil kilómetros de distancia. Él le rindió a Rosas el mejor homenaje que un soldado puede rendir a otro soldado: su sable libertador”.

Prácticamente la primera mitad del pasado siglo la Argentina estuvo sometida a los intereses del imperialismo británico. Prueba de ello es la celebración del fatídico tratado Roca–Runciman, convenio firmado el 1 de mayo de 1933 por el vicepresidente de la Nación Julio A. Roca (h) y el encargado de negocios británico Walter Runciman. Este acuerdo significó la profundización de la dependencia económica que condenó al país a ser una semicolonia anglosajona, a través de concesiones escandalosas en detrimento de nuestros intereses nacionales, que hasta los mismos británicos se mostraron sorprendidos. Vinieron por la carne, el petróleo y los transportes, todos ellos beneplácitos que implicaron la entrega del patrimonio nacional. No en vano el liberalismo que inspiraba a la oligarquía vernácula responsable de tamaña traición, manifestó en boca de los diplomáticos argentinos de entonces que: “La Argentina es, desde el punto de vista económico, una parte integrante del imperialismo británico”.

Únicamente los gobiernos Justicialistas lograron revertir esta situación a través de la recuperación del patrimonio nacional enajenado, la nacionalización de la economía y la propuesta de un modelo comunitario alternativo en lo que se denominó comunidad organizada y Tercera Posición. Asimismo las tres gestiones de gobierno de Perón intentaron recuperar por medio de la diplomacia las Islas Malvinas en 1953 y en 1974 a través de la propuesta de formación del condominio insular binacional que obligaba a los ingleses a reconocer el litigio.

Tras el golpe de Estado de 1976 la Argentina retrotrajo su situación independiente entrando otra vez bajo la órbita británica y norteamericana. Se actualizaba el estatuto legal del coloniaje que explica en varios sentidos la frustración actual y los flagelos provocados por el imperialismo y la corrupción del capital extranjero. Se cumplía la advertencia del historiador británico Harry Ferns, quien antes del retorno de Perón de su extenso exilio, en su obra La Argentina, señaló: “Como no sea mediante una guerra civil devastadora, resulta difícil imaginar cómo puede deshacerse la revolución efectuada por Perón. (…) Hacerles realizar a nuestros enemigos lo que nosotros necesitamos que hagan para que se destruyan solos”.

La presencia británica en nuestra patria es evidente, decisiva y perversa, con muy malos influjos en todos los ámbitos. Lo inglés es admirado por la oligarquía, eternamente servil y genuflexa a la corona.

Por eso mismo, recordar la Gesta del 2 de abril de 1982 tiene un significado especial y particular porque la Argentina en esa inolvidable jornada se puso de pie, encarnando el ser nacional como pocas veces antes, independientemente de los intereses espurios de una dictadura criminal en decadencia. Durante el desarrollo de la guerra hubo de todo. Sin caer en los extremos tanto de la leyenda rosa, como tampoco de la leyenda negra, que viene pretendiendo desmalvinizar la conciencia de nuestro pueblo, para que olvidemos el heroísmo y el sacrificio de los ideales grandes que protagonizaron nuestros soldados y oficiales.

El espíritu que se vivió en Malvinas es un eslabón de la épica encarnada en las largas batallas por la emancipación nacional que como argentinos de bien no podemos relegar. Precisamente olvidar esa Gesta, sería traicionar la sangre derramada y el sacrificio de nuestro pueblo, semilla fértil que necesitamos sembrar para el porvenir de la Patria.

En una Argentina por décadas doblegada por la entrega y la dependencia, dominada por el carácter antinacional de su dirigencia y por la falta de conciencia histórica y patriótica de la educación, estamos sucumbiendo como mártires del liberalismo progresista imperante, coligado a las políticas de traición a la soberanía nacional. Es nuestra responsabilidad seguir siendo combatientes en la recuperación de la independencia económica, para la plena soberanía política y la justicia social integral en aras del bien común. Esto implica además recuperar al hombre argentino como centro de la política y a la comunidad organizada como espacio de su realización. El ejemplo de aquellos hermanos que nos llenaron de orgullo hace cuarenta años, y ofrendaron su vida por la recuperación del territorio usurpado por el pirata inglés, es un aliciente más que suficiente.

A secas: malvinizar las entrañas de nuestra Nación, para recuperar un espíritu patriótico que no negocia y que no transa con los enemigos históricos de los argentinos.

Celebremos a nuestros héroes como se lo merecen. Honor y gloria para cada uno de ellos.

Argentina: ¡Levántate y anda! Sal de la miseria, de la pequeñez y del egoísmo. Argentina, encuentra tu lugar en la historia.


* Ignacio Cloppet es historiador, miembro de la Academia Argentina de Historia.

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