Por Marcelo Ramírez
“Estados Unidos y el bloque militar de la OTAN asumen responsabilidades ineludibles en la crisis de Ucrania”, “no está en posición de criticar o presionar a China para que se ponga de su lado”, expresó el portavoz del Ministerio de Relaciones Exteriores, Mao Ning, durante una conferencia de prensa el jueves 6 de abril. Estas declaraciones se encuentran dentro de un marco sombrío para Occidente, que basa gran parte de su fortaleza en el atractivo de dólar.
La moneda estadounidense está siendo apuntada por este país asiático por su socio ruso. La rebelión militar que se ha producido primero en Siria y luego en Ucrania, ha puesto en dudas la capacidad de EE. UU. y la OTAN para seguir manteniendo el statu quo.
Cuando Kadafi o Saddan Hussein intentaron desmarcarse del dólar, fueron aniquilados, ellos y sus propios países. Pero esos tiempos ya son el pasado, el sirio Bashar Al Asad fue también puesto en la mira, sin embargo, la decidida intervención rusa, con el acompañamiento iraní, dio por tierra con los planes occidentales.
El Putsch sobre Kiev de la OTAN con su Euromaidán, consiguió imponer sus políticos pro otanianos, pero trajo consecuencias inesperadas. Rusia ocupó la península de Crimea y la reincorporó a su territorio tras un plebiscito denunciado sin resultados por Occidente. Ucrania además se vio dividida en un sector prorruso como el Donbass, que refugió con el apoyo de Moscú a los ucranianos de ese origen perseguidos por los golpistas ucranianos.
Las sanciones posteriores no dieron resultado, Rusia se mantuvo firme y apenas 4 años después anunció una nueva generación de armas que volcaría a su favor cualquier guerra directa con los EE. UU.
Nada salió como esperaba Washington. El debilitamiento de la economía occidental y las crisis recurrentes no consiguieron descarrilar a China, apenas ralentizar su crecimiento a un costo enorme propio.
Lenta, pero consistentemente, Rusia se fue acercando China, limando asperezas y coordinando primero sus economías y luego acelerando la cooperación militar. Beijing mantuvo su política de acuerdos bilaterales para usar monedas locales en lugar de dólar.
El contexto comenzaba a ser desfavorable marcadamente para Occidente, que veía cómo China accedía a la energía barata y abundante rusa junto a sus enormes reservas minerales y alimentarias.
Las cartas que jugó Occidente perdieron peso, el AUKUS creó rigideces serias internas con Francia que fue dejada de lado porque no pertenecía al selecto club anglosajón y sus submarinos fueron reemplazados por los de ellos. París perdió decenas de miles de millones en un negocio que ya estaba acordado por decisión de Londres y Washington.
Esto solo era el anticipo, Alemania vería destruida su capacidad industrial por la acción de EE. UU. que simplemente le dijo no al gasoducto ruso – alemán.
Primero fueron advertencias y presiones y luego explosiones para finalizar la posibilidad de obtener gas barato en lugar del caro GNL de los barcos del país americano.
Esto sucedió mientras modificaciones legales internas impulsadas por Biden absorben las empresas alemanas que tenían sombrías perspectivas de negocio en su país.
El eje anglosajón previamente había separado al Reino Unido de la UE, las razones ahora parecen claras cuando esa asociación sería sacrificada con el fin de privar a Rusia y a China de sus mercados más importantes. Es absolutamente visible la estrategia, los anglosajones están decididos a mantener su control del mundo al costo que sea, y si eso significa destruir Europa, no importa demasiado. Esto se produce porque no pueden competir con Rusia en la provisión de energía al mismo valor y en las mismas cantidades y porque China había apostado a una Ruta de la Seda que llegaba hasta los mercados europeos. La influencia de ambos crecería sobre la UE y finalmente la alejaría del Atlantismo anglosajón de seguir el curso natural.
China es más competitiva, sus productos son más baratos e innovadores y va desplazando a sus competidores europeos y estadounidenses. Como este proceso no es posible de ser detenido, simplemente se produce la destrucción. Nada nuevo en realidad porque ese modelo de actuación se ha aplicado en otras partes produciendo tierra arrasada, si es necesario, para negar el acceso a sus enemigos estratégicos, Medio Oriente, África e Iberoamérica pueden dar testimonios como han destruido sus economías y la propia estabilidad nacional cuando eso los favorecía.
Este desafío sino-ruso es importante en sí mismo, pero también lo es porque abre una brecha en el modelo de control atlantista. Países bajo la égida de EE. UU. como el Brasil de Lula dan pasos ambiguos. Un candidato propio puesto para sacar del poder a Bolsonaro, quien había realizado acuerdos relevantes en áreas sensibles con Rusia y se había mostrado refractario a aplicar la política cultural woke que Occidente impulsa. Lula, quien ha renunciado a presidir el BRICS y ha votado contra Rusia en la ONU, ha acordado con China negociar en reales y yuanes en lugar del dólar. Es evidente que el tema de buscar alternativas al dólar se ha puesto de moda, entre extraños, pero también entre los propios, porque eso significa soluciones económicas y permite salir de la trampa de las deudas que impone el sistema financiero occidental.
Silenciosamente, India, que se ha negado a integrar el AUKUS contra China (y Rusia), ha multiplicado por 10 sus compras de petróleo ruso, no solo abaratando sus costos internos, sino refinándolo y reenviándolo a Europa en un enorme negocio.
No ha sido esto lo único que ha hecho Narendra Modi, también ha comenzado a realizar acuerdos bilaterales al modo chino. Ha establecido recientemente un acuerdo con los Emiratos Árabes Unidos para comerciar el petróleo en rupias, lo mismo que con Malasia, quien ha expresado que “no hay razón para que Malasia siga dependiendo del dólar” según opina su primer ministro, Anwar Ibrahim. Malasia además está en conversaciones con China para crear un Fondo Monetario Asiático.
China, finalmente, no está tan lejos de India.
Sucede que las cosas no son como pensamos en este Occidente manipulador, las naciones tienen intereses y no se mueven entre buenos y malos. No lo hacen por los “derechos, libertad y democracia” sino por sus intereses permanentes como naciones.
China e India han coexistido por milenios y son vecinos, saben que deben encontrar soluciones, lo que no quita que compitan entre sí. Menos aún suponer que se los puede manipular con espejos de colores.
El contexto hoy lleva a aceptar que Occidente pierde influencia día a día, que su política de la zanahoria virtual y el garrote real carece ya del efecto de antaño. Bien puede sofocar sublevaciones de países menores contra su orden intencional, pero no puede contra grandes naciones, algo que aprovechan otras menores a la sombra de los poderosos.
Eso simplemente es lo que ven en buena parte del mundo, excepto en Occidente, donde los grandes medios parece que han decidido que lo que no gusta no existe y por esa razón muchas de estas noticias simplemente son ignoradas y las sociedades se sumen en la ignorancia.
En el Occidente hay una sensación de importancia y predominio que no ha evolucionado, que no comprende que hoy son incapaces de imponerse como era en el pasado.
El viaje a China de Emmanuel Macron, y de la presidente del Parlamento Europeo, Úrsula Von der Leyen ha dejado una sensación de ridiculez patética. Es bueno recordar que el francés tiene su país en llamas mientras una secretaria de Estado, Marlène Schiappa, no tiene mejor idea que posar en sugestivas fotos para Play Boy para reivindicar el derecho de las mujeres para disponer en cualquier situación de su cuerpo.
Mientras tanto, qué decir de Von der Leyen, quien ha llegado a controlar Europa sin el voto popular, un detalle no menor para los campeones de la democracia, y con repetidos escándalos de corrupción desde los negocios cuestionados de su marido mientras ella era ministra de Defensa alemana. Por supuesto que los escándalos con las compras de vacunas Pfizer no ayudó demasiado a su imagen de transparencia.
Estos dos personajes viajaron a Beijing con la idea de presionar a Xi Jinping, una acción con una aroma de decrepitud temporal que nos remonta al siglo XIX. Por supuesto, el viaje fracasó y China dejó una vez más en claro, con la sutileza que los caracteriza, que su política de alianza con Rusia está sellada y que no piensa cambiar así como así por la presunta seducción europea.
Las acciones de los europeos son patéticas, como señalamos, porque simplemente no entienden que China es más poderosa que la UE en su conjunto y que es lo suficientemente fuerte como para actuar en forma autónoma y no ceder a las amenazas.
China, además, ha venido sufriendo la hostilidad de Occidente. Podemos recordar la humillación a la que sometieron a la presidente de Huawei, las acciones sobre TikTok o los problemas con los chips. Esto, sin mencionar el viaje de Pelosi a Taiwán y la recepción actual de Tsai Ing Wen en EE. UU.
Beijing sabe además que es el próximo blanco de los anglosajones. Algo que está sobre la mesa, no es algo conspirativo u oculto. La hostilidad es manifiesta.
Resumiendo, una asociación menor, en profunda decadencia económica, moral y militar, con una guerra de alta intensidad en su territorio que no puede controlar, se asocia con una nación poderosa pero también en decadencia como EE. UU. para presionarlos, inclusive militarmente.
En este contexto intentan romper una alianza provechosa en lo económico, y que le da un gran margen de seguridad, con Rusia, para que los apoyen contra Moscú y luego redirigirse contra la propia China.
Esta es la política internacional de Occidente. Es absolutamente increíble la incapacidad de esta gente para gobernar, trazar estrategias y, en definitiva, comprender la realidad.
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