Por Juan Manuel de Prada
Me enternece el escándalo que está provocando entre los incautos el alud de «casos aislados» de compra de votos. También me enternece que todavía haya zoquetes que recurran a triquiñuelas tan pleistocenas, teniendo a su disposición procedimientos de pucherazo mucho más seguros y asépticos, desde las nacionalizaciones a mansalva hasta la manipulación biopolítica de las conciencias, pasando por las añagazas informáticas en el cómputo de votos. Parece mentira que el partido de Estado, con el dominio que tiene de la técnica democrática, todavía albergue en sus filas a zoquetes semejantes.
La democracia tiene una doble técnica: por un lado, una técnica doctrinal muy eufónica –división de poderes, soberanía nacional, representación, etcétera– para engatusar incautos; por otro lado, una técnica operativa e instrumental, con marrullerías maquiavélicas, picarescas electorales, pucherazos… en fin, una serie de recursos vergonzantes para conseguir unos fines pragmáticos que, por supuesto, se ocultan a los incautos; pues, como enseña Maquiavelo, en la política moderna «quien mejor sabe obrar como la zorra tiene más éxito».
Dejémonos, pues, de eufonías para incautos. La democracia, como nos enseña Carlyle, es la organización del fraude con el señuelo de la utopía. Se dice a los incautos que con su voluntad podrán ‘decidir’ la utopía que prefieran y se montan unos tinglados llamados elecciones que arrancan a la ‘soberanía popular’ unos nombramientos, a partir de unas listas que presentan los partidos, fruto de concesiones, cambalaches y compadreos que los incautos ni siquiera imaginan. Y, después de nombrados, los representantes se dedican a hacer lo que les da la gana. Es decir, la democracia, despojada de eufonías para incautos, consiste en que grupos oligárquicos hagan su negocio a espaldas de sus votantes; y en que éstos no tengan arte ni parte en la gobernación efectiva de la res publica. ¿Cabe forma más gigantesca de fraude?
Y todo ello sin adentrarnos en la ‘técnica operativa’ de la democracia, que permite las formas más superferolíticas de picaresca (también las más burdas, como prueban estos zoquetes que han sido pillados comprando votos). La democracia liberal no es más que la entrega del país a los logreros del arte de la demogresca, que se justifican en la ficción jurídica de cumplir los preceptos constitucionales. Todo se hunde, todo se pudre, todo se disgrega; pero, ¡ah, maravilla!, cada cuatro años los incautos pueden acercarse a las urnas y votar por quienes los partidos les obligan… si antes no votó por ellos un tramposo.
Carlyle nos advertía que el sufragio universal era una invención siniestra, porque igualaba a Jesús y Barrabás, poniéndolos a cada uno con una papeleta en la mano ante la misma urna. Una vez admitida esta aberración, que Barrabás meta dos, doscientas o dos mil papeletas en la urna, en lugar de una, es ‘peccata minuta’. De los fraudes electorales sólo se escandalizan los incautos.
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