Por Ricardo Vicente López
Nos venimos a enterar de una notable novedad, por un artículo de Michael Roberts, destacado economista británico, que ha trabajado como analista económico en la City de Londres durante más de 30 años. En su habitual columna, como colaborador de la revista electrónica de política internacional Sin Permiso (1/04/2024): la actual jefa del FMI, Kristalina Georgieva, está en campaña tras la búsqueda de un segundo mandato de cinco años como directora gerente del FMI, cargo al que accedió por haber sido nominada por una serie de países europeos para dirigir la institución.
Dada la importancia de la información me limito a transcribir algunos párrafos de la nota mencionada:
«Recientemente pronunció una serie de discursos en los que esbozó lo que, en su opinión, el FMI debe hacer durante el resto de esta década: Afirmó que las principales economías están experimentando una desaceleración y un bajo crecimiento del PIB real y, según ella, la razón es la creciente desigualdad de riqueza e ingresos. “Tenemos la obligación de corregir lo peor de los últimos 100 años: la persistencia de una alta desigualdad económica. Las investigaciones del FMI muestran que una menor desigualdad de ingresos puede estar asociada con un crecimiento mayor y más duradero”.
No puedo más que sorprenderme con una información, que viene avalada por el prestigio internacional del autor de la nota. Él lo corrobora con estas palabras:
«Es un argumento nuevo. Hasta hace poco, el FMI consideraba que un crecimiento más rápido dependía de una mayor productividad, el libre flujo de capital, la globalización del comercio internacional y la “liberalización” de los mercados, incluidos los mercados laborales (lo que significa debilitar los derechos laborales y los sindicatos). La desigualdad no entraba en juego. Ésta era la fórmula neoliberal para el crecimiento económico. Pero la experiencia de la Gran Recesión de 2008-2009 y la crisis pandémica de 2020 parecen haber dado una importante lección a la jerarquía económica del FMI».
Ahora la economía mundial sufre un “crecimiento anémico”. Y la globalización se está fragmentando según líneas geopolíticas: en 2023 se impusieron alrededor de 3.000 medidas de restricción del comercio, casi tres veces más que en 2019. Por estas razones Georgieva está preocupada:
«La fragmentación geo-económica se está profundizando a medida que los países cambian los flujos comerciales y de capital. Los riesgos climáticos están aumentando y ya afectan al desarrollo económico, desde la productividad agrícola hasta la confiabilidad del transporte y la disponibilidad y el coste de los seguros. Estos riesgos pueden frenar el crecimiento de las regiones con mayor potencial demográfico, como el África subsahariana».
Comenta el autor que mientras tanto, las tasas de interés más altas y los costes del servicio de la deuda están ejerciendo presión sobre los presupuestos gubernamentales, dejando menos espacio para que los países proporcionen servicios esenciales e inviertan en las personas y la infraestructura. Por ese panorama que empieza a quedar claro, y que desmiente las verdades del neoliberalismo ortodoxo (Biblia que imperó desde su creación en el FMI) Georgieva quiere un nuevo enfoque para su próximo mandato de cinco años. Por ello ella argumenta, con palabras, que hace muy poco tiempo atrás, no se hubiera atrevido a pronunciar, ante el riesgo de perder su puesto:
«Con la reciente mejora de las perspectivas globales a corto plazo, los responsables de la formulación de políticas del G20 tienen la oportunidad de recuperar el impulso político, fijando sus miras en un futuro más equitativo, próspero, sostenible y cooperativo”. El anterior modelo neoliberal de crecimiento y prosperidad debe ser reemplazado por un “crecimiento inclusivo” que busque reducir las desigualdades y no sólo a aumentar el PIB real. Las cuestiones clave ahora deberían ser “la inclusión, la sostenibilidad y la gobernanza global, con un bienvenido énfasis en la erradicación de la pobreza y el hambre».
Un viejo dicho popular rezaba: “¿Quién te ha visto y quién te ve?” El discurso sobre “crecimiento inclusivo” no es nuevo, pero proviene del FMI. ¿Cómo se debe hacer esto? Aquí Georgieva nos remite a las supuestas soluciones aparentemente proporcionadas por John Maynard Keynes (preste atención de a quién cita, hasta hace poco era un innombrable) durante la Gran Depresión de la década de 1930, en particular al ensayo fundamental de Keynes. Agrega el autor:
«Permítanme recordarles a los lectores que el ensayo de Keynes se basó originalmente en un discurso que pronunció ante estudiantes del King’s College de Cambridge en plena depresión de los años treinta. Keynes estaba muy preocupado de que sus estudiantes se sintieran atraídos por alternativas marxistas a la crisis capitalista. Vio la necesidad de frenarlo mostrando que el capitalismo saldría de su actual caos y eventualmente traería prosperidad para todos».
Ahora Georgieva se atreve a argumentar que Keynes había tenido razón (¿¡!¡!?) al predecir que los avances tecnológicos aumentarían ocho veces el nivel de vida en 100 años desde 1931.
«Ella lo retoma y señala que el objetivo del FMI (¡durante los próximos 100 años!) es hacer lo mismo. Es decir, lograr un aumento promedio de nueve veces en el nivel de vida de más de 8 mil millones de personas en el planeta. Pero no se puede lograr “a menos que fomentemos una economía global más justa”».
Continúa Michael Roberts, afirmando que en su discurso, Georgieva admitió que:
«Keynes también era demasiado optimista acerca de cómo se compartirían los beneficios del crecimiento. La desigualdad económica sigue siendo demasiado alta, en y entre los países».
¡Sorpresa! Dice el autor, no es que Keynes fuera demasiado optimista.
«Es que ignoró por completo la cuestión de la desigualdad que Georgieva ahora quiere abordar. Supuso que las principales economías capitalistas equivalían a la economía mundial. Y no hizo distinción entre el núcleo imperialista y la periferia pobre o entre ricos y pobres dentro de un país. No se refirió en absoluto a la desigualdad; para él, el crecimiento promedio era suficiente».
Entonces pregunta con agudeza:
«¿Y qué ha pasado con la desigualdad de los ingresos globales desde el discurso de Keynes? Basta mirar el último análisis realizado por el experto en desigualdad global Branco Milanovic en un nuevo artículo… El índice de desigualdad global (Gini) ha aumentado de aproximadamente 50 a principios del siglo XIX a aproximadamente 66 en la década de 1930, para luego llegar a cerca de 70 a fines del siglo XX. Desde entonces sólo ha retrocedido debido al ascenso de China, donde más de 900 millones de chinos han salido de los niveles de pobreza definidos por el Banco Mundial. El Informe sobre la Desigualdad Mundial (WIR) 2022 muestra que después de tres décadas de globalización comercial y financiera, las desigualdades globales siguen siendo extremadamente pronunciadas»
Georgieva sostiene que la prosperidad y los mejores niveles de vida actuales sólo son posibles ¡reduciendo la desigualdad!.
¿Qué dicen los economistas del FMI y Georgieva que es necesario hacer para reducir la desigualdad? Ellos no proponen un impuesto al patrimonio de los multimillonarios; no proponen ninguna medida efectiva para acabar con los paraísos fiscales para los superricos y las grandes corporaciones.
Afirma el autor:
«Me parece que su única medida es respaldar el reciente y vago acuerdo alcanzado para un impuesto mínimo a las ganancias empresariales a nivel mundial (con muchas lagunas jurídicas). Y sugieren tasas impositivas más altas en la parte superior de la distribución del ingreso, la introducción de una renta básica universal y un mayor gasto público en educación y salud».
De hecho, los principales economistas de la desigualdad, Piketty, Saez y Zucman, concluyeron recientemente que “dados los cambios masivos en la distribución del ingreso nacional antes de impuestos desde 1980, existen límites claros a lo que pueden lograr las políticas redistributivas”. Por eso, hoy en día, Piketty aboga por ir:
“Más allá del capitalismo” para acabar con la desigualdad de ingresos y riqueza que, en opinión del autor, afirma que es endémica de un sistema social en el que un pequeño grupo de personas posee todos los medios de producción y, a través de bancos y empresas, exprime hasta el último centavo que puedan del resto de nosotros.
Cierro yo mis comentarios con un recuerdo de un viejo programa de la televisión estadounidense: La Dimensión desconocida (1959) que terminaba con estas palabras
«¿Qué no es posible? Todo es posible… en la Dimensión desconocida».
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