Reflexiones en torno al problema del trabajo. Parte I – Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

«El  trabajar es la ley, / porque es preciso alquirir;
no se espongan a sufrir / una triste situación:
sangra mucho el corazón / del que tiene que pedir».
Martín Fierro

Una primera aproximación

Podría decirse que el trabajar es visto, por regla general como un castigo, o al menos como una imposición no deseada. Se contrapone a ello el deseo de tener el mayor tiempo posible libre para el ocio. De allí puede entenderse el origen de la palabra “negocio”. En la antigüedad el concepto trabajo se utilizaba para referirse al tiempo que se destinaba a producir para sobrevivir: la negación del ocio. En la antigua Grecia los “hombres libres de la polis”, es decir los que participaban en las reuniones políticas de la ciudad debían estar liberados de trabajar. Trabajaban los esclavos, y los artesanos. Es decir, el trabajo era una carga que debía llevar la gente que no tuviera otro modo de mantenerse. Se entiende, entonces, que no era algo de lo cual enorgullecerse.

Los griegos de la Edad de Oro pensaban que sólo el ocio recreativo era digno del hombre libre, gracias al ocio podían pensar la política y la filosofía. La esclavitud fue considerada, durante mucho tiempo, por las más diversas civilizaciones, como la forma natural y más adecuada de relación laboral. Recargando así todas las tareas que exigía el producir lo necesario para proveer al mantenimiento de la sociedad sobre los hombros de los esclavos, a ellos sólo se les respetaba el derecho a vivir o, en menor medida, ser trabajadores contratados.

Por otra parte en la tradición judeo-cristiana, cultura de la Palestina antigua, que hemos heredado como parte integrante de la cultura moderna, se ha entendido el trabajo durante mucho tiempo como un  castigo por el pecado cometido en el Paraíso: comer el fruto prohibido. Por ello la famosa sentencia bíblica: “Ganarás el pan con el sudor de tu frente” fue interpretada como una maldición echada sobre la humanidad. Aquella época que hacía la experiencia social del esclavismo no tenía muchas posibilidades de ver el trabajo de otro modo.

Sin embargo, hubo otra interpretación de este pasaje bíblico, entendido aquí para este análisis como un libro de sabiduría dejando de lado toda connotación religiosa. Puede pensarse que lo que narra el Génesis es una etapa de transición en la cual los hombres pasaron de su vida de nomadismo, cazando, recogiendo frutos y raíces, a los primeros intentos de asentarse en un lugar y trabajar la tierra para conseguir alimento. El trabajo agrícola aseguraba así la posibilidad de guardar la cosecha sin que se descompusiera, lo que permitía almacenarlo y asegurarse comida todo el año.

Esto sucedió hace unos diez mil años atrás en la zona del Medio-oriente del Asia. Más tarde, hacia el siglo I  de nuestra era, en las capas cristianizadas de la población iba ganando otra idea del trabajo: como tarea co-creadora que compartía la obra de la Creación de Dios. Cristo y sus apóstoles, todos ellos trabajadores de diferentes especialidades, realizaron tareas de índole manual. En esta nueva doctrina se basa la idea de la igualdad de los hombres.

Aquí se nos presenta otro modo de pensar el origen del trabajo que el texto bíblico narra en un estilo de relato, leyenda o metáfora. En la comparación entre ese texto y lo que la historia antigua ha revelado puede interpretarse cierto paralelismo con el proceso evolutivo del género humano. Este proceso reconoce dos etapas de la historia del hombre sobre el planeta (más de 1.500.000 de años): una primera, la más prolongada  en la cual los hombres deambulaban en bandas pequeñas, de no más de quince personas, comían lo que cazaban o encontraban. En un tiempo posterior, en que comenzaron a producir armas y herramientas mejoraron mucho la obtención del alimento. Mucho más tarde, en una segunda etapa, la sedentarización, comenzó a trabajarse la tierra, la siembra de cereales, lo cual obligó a una más compleja organización social ya que hubo que desarrollar modos de distribución igualitaria, de almacenaje y administración de todos los bienes y herramientas. En ese tiempo, con el asentamiento, comienzan a aparecer las pequeñas aldeas que darán paso a las ciudades:(de civitas = ciudad en latín): este es el comienzo de lo que se considera “civilización”.

Ahora se puede entender el origen de la palabra trabajar y de la palabra laborar. Comencemos por el verbo trabajar. Se origina en la palabra latina tripaliare, y ésta a su vez en la palabra tripalium. La palabra tripaliare, originada en la Roma antigua, designaba los trabajos rudos que eran realizados por enormes multitudes de esclavos. El tripalium era un instrumento de tortura con el que se castigaba a los esclavos que no querían someterse o se negaban a trabajar. Era un instrumento, como su nombre lo indica, hecho con tres palos. Tripaliare era padecer el tormento del tripalium. Por ello, aunque no fueran castigados por el terrible aparato, la vida de los esclavos era una tortura y así, tripaliare acabó por significar lo que en latín clásico toda actividad de trabajo pesado. De allí trabajar, palabra que se incorporó a nuestra lengua. La palabra laborare que se utilizaba para designar el trabajo agrícola se convirtió en nuestro labrar, esencialmente arar la tierra. La historia posterior desde Grecia y Roma hasta avanzado el siglo X en Europa muestra durante el feudalismo al trabajo como algo indigno del hombre libre, es decir del caballero, que se dedicaba a la guerra y la conquista.

Entonces, en los siglos XI y XII, las ciudades comenzaron a reaparecer, o fundarse nuevas, en la Europa de occidente y se fueron poblando de hombres que se liberaban o se escapaban de la vida rural, muchos de ellos artesanos. La presencia de este tipo de personas dio lugar a un nuevo modelo de vida que fue organizándose en asociaciones. Se constituyeron así los primeros gremios artesanales, que reunían personas que tenían un mismo oficio o ejercían una misma actividad comercial, de carácter cooperativo –que co-operaban, trabajaban juntos–. Reconocían tres grados: maestros, compañeros y aprendices, sujetos a distintos estatutos. Luego, para reglamentar la vida de esas aldeas, se crearon las corporaciones. Su  finalidad era establecer las normas a las que habría de someterse el ejercicio de la profesión y la vida comunal. Es entonces que el trabajo recupera el sentido de la tarea realizada con arte, de allí artesano, y va perdiendo el primer significado.

Este proceso histórico sufrió un profundo cambio con la Revolución industrial inglesa de los siglos XVII y XVIII. Este  nuevo tiempo histórico modificó los sistemas de producción ante la demanda de un comercio internacional, dando así lugar a nuevas formas de trabajo y a nuevas relaciones entre trabajadores y dueños de fábricas. Allí se puede ubicar el comienzo de la sociedad industrial que llega hasta nuestros días. El carácter explotador del trabajo vuelve a darle a la palabra el primer contenido que expresaba.

Repasar la historia de las formas sociales del trabajo nos permite revisar los condicionamientos culturales, políticos, económicos, institucionales, que fueron moldeando las relaciones entre el hombre y la naturaleza, el hombre con el hombre y del hombre con la trascendencia (de cualquier modo que ésta se pueda entender). Esas relaciones, a su vez, fueron configurando un modelo de hombre, dicho de otro modo una antropología, entendida como disciplina que se propone comprender qué es lo humano y, dentro de ese concepto, lo más humano de lo humano. Equivale a decir, aquello que permite la plena realización del hombre dentro de la cual el trabajo aporta la tarea transformadora de la naturaleza para su sustento y bienestar. Pero, al mismo tiempo que el hombre transforma el insumo en bien utilizable, se transforma a sí mismo, desarrolla su capacidad creadora que lo aproxima hacia el disfrute de la belleza. Todo ese proceso perfecciona al hombre y lo eleva hacia niveles de mayor humanidad.

Es por ello, que el poder cuestionar los sistemas de producción que le impiden al hombre su realización plena, nos permite analizar los condicionamientos que someten al trabajador, en el sentido más amplio de la palabra, al logro de sus mejores metas. De allí que la existencia de las organizaciones de los trabajadores son el instrumento imprescindible para ir conquistando condiciones mejores que amplíen el marco social, cultural, económico y político en el camino de la liberación del trabajo como tarea opresora, con ello la liberación social.

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