Por Ricardo Vicente López
Desde la posguerra mundial analistas e investigadores importantes comenzaron a vislumbrar el cambio que se había comenzado a producir en los modos de producción industrial del capitalismo. La prioridad exclusiva de la producción, la obtención de ganancias, extremó los “mejores intentos” de los capitalistas apuntando a la obtención de la baja de los costos. Y esto tenía como objetivo la rebaja del costo salarial o la eliminación de puestos de trabajo. A esto se lo denominó, con mucha hipocresía, la re-ingeniería de las empresas. Como vimos en el apartado anterior, la tecnología se convirtió en el instrumento ideal de este proceso. De allí que André Gorz (1923-2007) [[1]], especialista en la problemática del trabajo, manifestara: “El trabajo remunerado tenderá a ser un bien cada vez más escaso en el futuro” y no parece haber errado en su advertencia.
Una combinación de dos procesos paralelos, y no contradictorios, se fueron desarrollando a partir de la década de los ochenta:
«El derrumbe de nuestro conocido sistema laboral bajo el impulso combinado del avance tecnológico y el predominio del capital especulativo en la economía».
Un mundo sin trabajadores será un mundo sin conflictos, mirado desde los ojos del capitalista. Si bien esto no es conseguible, no por ello debemos desentendernos de esta problemática que está avanzando sigilosamente y que no se detiene. Ante esto se pueden oír voces que prometen resolverlo con la obtención de una mayor inversión empresarial. Esto es cierto, en parte, para el tiempo presente y el futuro inmediato, pero a nivel global el “inversor” va exigiendo las mejores condiciones de renta posible y se va a ir dirigiendo hacia las regiones que se las ofrezcan.
«Se reunió en Francia, organizada por el Ministerio Francés del Empleo y la Solidaridad y el Instituto Internacional de Estudios Laborales de la OIT, una conferencia de expertos de alto nivel procedentes de diversos países. Su propósito era analizar los cambios observados en los campos de competencia de cada uno de los asistentes, predecir las futuras tendencias, elaborar propuestas encaminadas a orientar los aspectos sociales y económicos y formular políticas destinadas a abordar los retos de la globalización y de la transformación tecnológica».
Podríamos decir, pensando desde la sabiduría española del siglo XV: «cuando veas afeitar a tu vecino, pon tus barbas en remojo», antiguamente, se consideraba una gran afrenta cortar la barba a un hombre. En esas reuniones se expusieron algunas líneas que no debemos ignorar:
«Puesto que la globalización y la transformación tecnológica parecen irreversibles, las instituciones y las políticas pueden modificarse con el fin de promover la prosperidad económica, la flexibilidad y la seguridad en los ajustes de la economía, así como un grado de igualdad que garantice la cohesión social».
Queda expresada la misma y única preocupación de siempre por asegurar la prosperidad de la “economía”. Es decir, se muestran preocupados por los problemas que el sistema de libre mercado, más la tecnología y la especulación financiera han provocado; pero se privilegia garantizar “la cohesión social”, entendida como evitar el conflicto con los trabajadores que son las verdaderas víctimas de estos procesos. Estabilidad y seguridad de la renta, el resto no es importante.
Observando este panorama, Ulrich Beck (1944-2015), sociólogo alemán, expresaba:
«Se puede decir que estamos contemplando el final de la sociedad de pleno empleo en el sentido clásico, y que fuera inscripto como principio básico de la política tras la segunda guerra mundial en las constituciones de las sociedades europeas… El principio, hasta ahora válido, de que la ocupación se basaba en una seguridad relativa y en una previsibilidad a largo plazo pertenece al pasado».
Debe entenderse esto como una tendencia que irá avanzando y no como un resultado inmediato, aunque se debe estar advertido y preparado para ello. Aquí, otra vez, las organizaciones sindicales son fundamentales. Pero, por el momento, como nos avisa André Gorz:
«Las grandes empresas preferirán concentrar el trabajo en unos pocos convirtiéndolos, en una pequeña élite, en lugar de repartirlo entre una mayor cantidad de empleados, no porque estos tengan aptitudes superiores a las de los demás, sino porque es económicamente más ventajoso y genera en los asalariados una sensación de privilegio y de pertenencia que elimina el antagonismo capital-trabajo, al tiempo que amenaza con inseguridad laboral… y cuanto menos trabajo haya para todos más tiende a aumentar la dureza del trabajo para cada uno».
Agrego yo: más bajo es el nivel de remuneraciones por la competencia de los desocupados. También a los ocupados se les exigirá trabajar más horas y, en el mejor de los casos, para aumentar sus ingresos.
Se está extendiendo a nivel global, en la medida en que les es posible, la tendencia a “tercerizar” la mayor cantidad de trabajos a través de contratos transitorios, con prestatarios de servicios independientes a quienes no les cubren los derechos laborales, ni sociales y que están expuestos a los avatares coyunturales y comerciales del momento. Muchas empresas, a nivel global, imponen como condición de ingreso no estar afiliado a los sindicatos. Es una medida que debería ser rechazada por la ley: asegurar la libertad de sindicalización para todos.
Ante estas tendencias internacionales se torna imprescindible la presencia del Estado Nacional en la regulación del mercado de trabajo. Paralelamente a ello, se debe luchar por aumentar la participación de los trabajadores en los ámbitos legislativos y en los centros de decisión de las políticas laborales, económicas y sociales. No se puede dejar sólo en manos de políticos, con poco compromiso con los trabajadores, tareas de tanta importancia como el trabajo, la remuneración, las condiciones de trabajo, los beneficios sociales, etc.
En este sentido la participación de los trabajadores en el seno de sus organizaciones sindicales consolidará esta tendencia. Al mismo tiempo, la formación de dirigentes tendrá un peso decisivo por la necesidad de un conocimiento específico en los temas que se debaten y se seguirán debatiendo. La complejidad del mundo que se va configurando exige conocimientos cada vez más sólidos y especializados. En este terreno las organizaciones sindicales deben asegurarse el asesoramiento de profesionales consustanciados con los intereses de los trabajadores.
Debemos detenernos acá en repensar una deformación cultural que se ha acentuado en estas últimas décadas, sobre todo después de la dictadura. La opinión que ha ganado una proporción lamentable de nuestra población en la Argentina acerca del sindicalismo y de los dirigentes sindicales. El título de una vieja película parece que ha caído sobre ellos: “Feos, sucios y malos”. Esa es la imagen que se construyó, sin distinción de edades, especialidades, responsabilidades políticas, etc., con una participación muy importante de los medios de comunicación, logró que cayera un manto de sospecha sobre todo lo referente al sindicalismo. Consultados algunos dirigentes manifestaron:
«Sobre los que participamos en negociaciones salariales y por mejores condiciones de trabajo, pesa todo tipo de prejuicios. Esa imagen vergonzante se profundizó con la última dictadura y se terminó de perfeccionar durante los años noventa».
Siguen diciendo respecto de esa época:
«Estas ideas son las que más les gustaron imponer a buena parte de los empresarios y sus aliados: el gremio se convirtió en mala palabra, se hizo tabla rasa en industrias y empresas, y los derechos laborales fueron ninguneados primero y olvidados después. Ese proceso es el que intentan desandar varios gremios que sintieron, en carne propia, la necesidad de formar a sus cuadros sindicales, no sólo para el enfrentamiento sino también para la negociación».
Continúa con sus reflexiones basadas en las duras experiencias de posguerra:
«Cuando éramos jóvenes, en el barrio dónde vivíamos todos sabían que éramos delegados y eso era un orgullo. Hoy hay compañeros que no se lo cuentan ni a su mujer. Hubo un discurso muy fuerte, durante muchos años, de que somos todos malos… La definición explica la política de destrucción sindical que comenzó con la última dictadura y no se detuvo. En el medio, pasaron gobiernos socialdemócratas y neoliberales que ayudaron a que los jóvenes tengan una posición anti-sindical, individualista. Hoy comienza una nueva etapa».
Se puede ver en estas afirmaciones el resultado de una cultura que se adueñó de la conciencia de parte de las nuevas generaciones. “En los ’90 el individualismo era muy fuerte y la falta de formación se apoyó en eso. Hubo un bache en el sindicalismo de muchos años, donde la formación se olvidó. Había otras prioridades, pero los más jóvenes pedíamos formación. Hoy comienza a ser incorporado como política del sindicato. Es necesario volver a subrayar el peso que tiene la formación para entusiasmar y generar sentido de pertenencia. Esa idea de “no meterse” no sólo estaba atada a la opinión sobre los sindicatos y sus integrantes, también tenía una razón más concreta y cercana: presentar a los contratos temporarios como una práctica natural y común a la mayoría de las empresas. Esa política se complementó ajustadamente con las “pasantías” renovables.
La falta de formación para retomar las negociaciones salariales que se intensificaron después de aquella crisis cruzó a todos los gremios:
«En 1997 se hacían cursos pero no había regularidad. Siempre había prioridades más urgentes y los compañeros se formaban en la lucha. Pero ahora, se está regularizando la formación de cuadros y se han formado muchos compañeros, desde delegados de base hasta la Comisión Directiva… Los compañeros tenían distintas falencias, pero centralmente estaba la imposibilidad de discutir de igual a igual con las otras partes de la negociación sindical. Es difícil establecer una discusión en medio de una lucha con gente que viene mejor preparada. Hay muchos grises que hay que saber manejar. Los cursos de negociación permitieron aprender ocho o nueve técnicas de negociación».
Creo que quedan claras las necesidades de esta época, la formación de los trabajadores para la defensa de su trabajo. Las referencias a las experiencias de los países industriales es muy importante: sobre todo en los Estados Unidos donde con la excusa de la penetración comunista se despidieron de sus trabajos a los delegados más combativos.
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