Por Marcelo Ramírez
La OTAN se enfrenta a una encrucijada. La propaganda antirrusa ha sido intensa y en buena medida exitosa, hasta tal punto que ha convencido a muchos importantes actores occidentales que Rusia está al borde del abismo y hace falta un último esfuerzo para poder derrotarla.
Las razones que se esgrimen tienen que ver con lecturas incompletas, simplistas y muchas veces simplemente equivocadas.
El primer objetivo fue establecer que Rusia tiene una economía débil basada en un modelo de corrupción e ineficiencia. Un PBI comparable apenas a un Estado de los EE. UU., que se terminará de derrumbar con las sanciones decididas de las naciones occidentales.
Podemos recordar que hace poco más de un año, se podía detonar una bomba atómica financiera excluyendo a Rusia del SWIFT, el sistema bajo control anglosajón de compensaciones interbancarias globales.
La medida se tomó y los resultados fueron más que modestos, el tope al precio del petróleo, la exclusión de las compras europeas de gas rusos y la salida en tropel de las corporaciones occidentales del país euroasiático terminaron por demostrar que Moscú ya había previsto estos movimientos y los esterilizó uno a uno. Según informa la agencia rusa Rosstat, la economía creció 4,9 % en términos anuales. La última vez que había demostrado una tasa de crecimiento más alta fue en el cuarto trimestre de 2021, cuando aumentó al 5,8 %.
Estos cálculos contrastan con el freno económico que se prevé en Occidente merced a las sanciones y sus efectos boomerang, junto a la subida de las tasas de interés sostenidas de los Bancos Centrales, que comienzan a asfixiar a las economías, anticipando un horizonte a corto plazo profundamente recesivo.
Las perspectivas positivas económicas rusas contrastan con el pesimismo que muchos expertos señalan en el oeste.
Las noticias en el frente militar no son mejores para Washington y sus aliados. A efectos de no entrar en debates bizantinos sobre las perspectivas de la guerra en función de los resultados sobre el terreno, podemos trazar algunas perspectivas que pueden aclarar el panorama.
La OTAN y sus aliados, cerca de una cincuentena de naciones, han construido un ejército ucraniano durante 8 años que se preparó con los especialistas occidentales para enfrentar a Rusia.
Los presupuestos combinados parecían una razón aplastante para creer en la victoria de Kiev, que, en realidad, era de la organización atlantista. Ocho largos años de bombardeos a ciudades del Donbass y el asesinato de miles de ciudadanos de origen ruso presionaron a Moscú para que rompiera las negociaciones y entrara con sus fuerzas en territorio ucraniano.
No podemos soslayar que la OTAN impulsó a Ucrania a firmar los acuerdos Minsk I y II con el solo objetivo de ganar tiempo para preparar a las fuerzas ucranianas regulares y los regimientos ideologizados, para el combate. Angela Merkel y Piotr Poroshenko fueron claros al respecto, nunca hubo intenciones de cumplir los pactos firmados.
El objetivo era que Rusia se viera presionada por la matanza sistemática de rusos, porque así los consideran en ese país a aquellos que son de cultura rusa. Moscú, luego de múltiples advertencias, decidió actuar.
Cayó entonces en la trampa, así al menos lo creía la OTAN, y comenzó una guerra que debería significar su derrota. Una vez más, 8 años preparando al ejército ucraniano para esta lucha y creando múltiples plataformas de ayuda militar, económica y de todo tipo al régimen de Kiev no pueden ser más que considerados como una celada. Rusia, a su juicio, era un país tercermundista con armas nucleares que no emplearía e incapaz de hacer frente al poder combinado de la OTAN.
Para los occidentales, el desastre económico y militar ruso iba a generar masivas protestas que serían capitalizadas por su quinta columna, eterno Talón de Aquiles de Rusia.
No obstante, las cosas no salieron como era esperado. La propaganda hizo sus mayores esfuerzos para mostrar una realidad acorde a las necesidades.
En los primeros días de las acciones militares, los expertos en las redes afirmaron que Rusia no tenía municiones ni combustibles para más de tres días de hostilidades, que sus soldados consumían raciones vencidas y debían saquear supermercados para poder comer o que sus armamentos eran ineficientes y obsoletos.
Hoy, a un año y medio de esas afirmaciones, nadie ha pedido disculpas por el error y aún siguen sosteniendo absurdos como que los rusos no tienen chips y roban lavadoras para construir sus misiles.
Ante el desparpajo de las mentiras evidentes, carece de sentido enfrascarse en un debate sobre las bondades de cada bando. Parece preferible mostrar algunas cosas obvias como que Rusia sigue golpeando sistemáticamente infraestructura y centros de inteligencia. Los repetidos ataques con la muerte de asesores extranjeros y mercenarios demuestran que Moscú tiene capacidades superiores a las que la prensa occidental señalaba.
Putin ha utilizado en repetidas veces misiles hipersónicos, una tecnología de la cual la OTAN carece y no tiene armas para defenderse.
Los promocionados sistemas Patriot han demostrado que lejos de detener los misiles rusos, son víctimas de ellos.
Sin embargo, la propaganda se ha mantenido firme afirmando tonterías como que un jubilado ucraniano derribó con un rifle un SUKOI 34, un avión especializado en ataque a tierra con alto nivel de blindaje.
Si eso ya parece absurdo por demás, podemos recordar a Olena, la mujer que derribó un dron ruso con una lata de tomates. Lyubov Tsybulskaya, asesora de comunicaciones estratégicas y seguridad del Ministerio de Relaciones Exteriores de Ucrania, compartió la historia en su cuenta de Twitter y destacó que es real.
Este es el nivel del absurdo que se ha manejado durante este tiempo y que ha sostenido que Ucrania estaba cerca de la victoria.
Pero a pesar de los esfuerzos, los más de dos meses de contraofensiva ucraniana, que prácticamente no consigue resultados y pierde enormes cantidades de material y hombres, son claros sobre lo que en verdad está pasando.
Rusia apenas ha movilizado una parte menor de su poderío militar, Ucrania está al borde del colapso hasta el punto tal que el propio Zelensky ha relegado a todos los comisarios militares reclutadores envueltos en escándalos por falsos certificados médicos. Lo que sucede es muy simple, los ucranianos están desgastados por la vida bajo un estado de guerra y las mentiras como las de Olena ya no convencen a nadie.
Naturalmente, los hombres y mujeres que no han huido al exterior y que están mínimamente en condiciones de ser reclutados no quieren entregar sus vidas por una causa absurda que se idea en Londres y Washington.
Por lo tanto, es evidente que la situación no da para más, agotados los recursos humanos ucranianos, la próxima estación parece ser Polonia. Moscú, una vez más, se anticipó y dotó a Bielorrusia, el eslabón más débil de su defensa, de armas nucleares y de wagneritas.
La guerra se nutre de mentiras y confusiones, Wagner pasó de ser un grupo de rebeldes anti-Putin a una amenaza mortal al flanco polaco y báltico de la OTAN.
Prigozhin era exiliado, luego parece que lo acompañaban algunos hombres de confianza, más tarde grandes grupos de la PMC se desplazaban a Bielorrusia. Luego de los sucesos de Níger, se relató que ahora Wagner iría a ese país y abandonaba la Rusia blanca, pero nuevas informaciones anuncian que más tropas de esa organización seguían arribando para ponerse al servicio de Lukashenko.
Es difícil entonces saber cuadro a cuadro cuál es la realidad, sin embargo, si vemos la película completa, las cosas son más claras. Dejando de focalizar en hechos menores y tácticos, y observado las jugadas maestras estratégicas, podemos apreciar que la OTAN ha llegado a una encrucijada.
Rusia, más allá de la propaganda, se consolida y está lista para escalar derrotando a Ucrania. La caída de Kiev es demasiado aún para un sistema que imagina latas antidrones y las mentiras quedarán irremediablemente expuestas.
Por ello en Occidente se discuten opciones. Hay grupos de poder que quieren despegarse de Ucrania y Zelensky y salir como hicieron de Afganistán. Esos son los grupos que anuncian que, sin resultados de la contraofensiva, no hay mucho más sentido en seguir invirtiendo recursos en Zelensky y su gente. Lo mejor entonces es pasar página y buscar otras formas de desgaste en Rusia y China.
Esto parece la salida más racional, la guerra está perdida y hay que hacer control de daños. Sin embargo, otros no están convencidos de que ese es el camino adecuado.
Tampoco podemos, nobleza obliga, negarles su cuota de razón. Si luego del titánico esfuerzo de Occidente, económico y militar contra Rusia, debe retirarse de Ucrania, la moral quedará por el piso.
Ya podemos ver los primeros signos en África, donde se está produciendo una rebelión contra los occidentales, pidiendo apoyo ruso. ¿Cuánto falta entonces para ver escenarios parecidos en otras partes?
Países del propio riñón occidental, como Arabia Saudí, se han distanciado de las políticas de Washington en franca rebelión. Israel puede ser expulsado del Formato Rammstein por iniciativa de Ucrania, que afirma que en realidad simula, pero no ayuda.
¿Es confiable Erdoğan para Occidente en caso de una escalada mayor contra Rusia? La India sigue sus intereses. El poder anglosajón ya no tiene la capacidad de amenazar que tenía y muchos que han estado bajo su bota comienzan a ver la oportunidad de rebelarse.
El control anglosajón solo se mantiene firme en Alemania, y otros países de la UE, que han demostrado su ineficiencia contra las fuerzas de Putin y que seguirán el curso de Ucrania, siendo destruidos para mellar el poder ruso. Mientras tanto, los angloamericanos se quedan con sus activos de valor.
Tampoco hay garantía sobre cuánto tiempo pasará hasta que los pueblos europeos se rebelen contra la locura de sus conducciones.
Solo le quedan a Occidente las naciones sudamericanas cuyas estructuras políticas están bajo su absoluto control. Pero si bien son ricas en recursos, su peso geopolítico actual es bajo y sus clases dirigentes están altamente desprestigiadas.
Por lo tanto, su aporte es poco relevante y difícil de mantener en el tiempo.
En este difícil cuadro se encuentra Occidente. Debe decidir si buscar la forma más digna de retiro y conformarse con un mundo multipolar, donde su influencia se verá muy reducida o ir a fondo contra Rusia.
La propaganda ya no puede tapar la realidad. La decisión debe ser tomada porque cada minuto que pasa Rusia gana fortaleza. Pero también debe sopesar que detrás de Rusia está China y otros países menores, quienes no quieren una guerra con Occidente, pero saben que luego será su turno. Si hay que luchar, es mejor hacerlo ahora con una Rusia fuerte y de su lado, que si esta cae, cambia su sistema político y se vuelve contra ellos sirviendo a los anglosajones.
Esta lucha parece perdida a la luz de la experiencia ucraniana, por eso la tentación es un golpe nuclear, algo que necesita cierto consenso interno y no todos en Washington parecen estar de acuerdo.
Con las elecciones en EE. UU. en marcha, los tiempos se acortan. Rusia probablemente espere a ver que sucede en los EE. UU., si habrá un gobierno que sea receptivo a sus pedidos de reordenar el mundo o si los halcones se consolidan y la guerra total es la única opción.
Un viejo refrán decía “a Dios rogando y con el mazo dando”. Los rusos lo conocen y han puesto en marcha su nivel de producción militar a niveles nunca vistos desde la época soviética. Putin espera, si puede negociar bien, lo hará dentro de sus márgenes, pero si la guerra es inevitable, estará preparado.
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