Sánchez entre calaveras – Por Hughes

Por Paco Santas (Hughes)

Pedro Sánchez se hizo ayer una sesión de fotos rodeado de restos humanos en visita sorpresa al Valle de los Caídos. Se fue allí con los forenses y los fotógrafos. Las leyes de memoria democrática avanzan y lo siguiente parece que será la expulsión de los monjes benedictinos, que allí molestan porque hay que resignificar el lugar, cosa comprensible cuando España entera se resignifica. ¿Y qué es resignificar? Por ejemplo, convertir el sitio (el episodio, el imaginario) en decorado camboyano para las proyecciones y mitologías del PSOE, que nada tienen que ver con las razones humanitarias, muy respetables y atendibles, en las que se envuelven.

La expulsión de los monjes tiene un importante simbolismo y mucho de humillación. La derechona española, la atroz derechona española, venal, cipaya, corrupta, ignara, hortera y monstruosa en su deslealtad ha sido incapaz, por su parte, de resignificar lo que ese conflicto tuvo de defensa de un orden humano: las matanzas de católicos y el intento sovietizante (y por tanto, extranjero, traidor también) de destrucción de la fe católica en España fue tal que debería haber provocado en la derechona la especial protección de su estatus, una mayor sensibilidad. Wokizar, valga la expresión, lo católico español, hacerlo víctima eterna, digno de especial protección para los siglos venideros.

Pero no fue así (sobre las prioridades de la derechona española mejor callar). El PP de Ayuso mira a otro lado ante la posible protección como BIC del Valle de los Caídos, casi nada si lo comparamos con la renuncia de Aznar cuando condenó el franquismo en 2002. Al hacerlo, la derecha renunciaba a una interpretación del siglo XX español, dejando expedita la vía antifranquista. Con la historia en sus manos (junto con la cultura, los medios, el cine…), el PSOE y sus socios hispanófobos ya podían hacer dos cosas: establecer un puente entre la mitificada II República y el Zapaterismo (dos utopismos conectados, uno no llevado a efecto y otro siempre por venir) y abrir una especie de mina inagotable de legitimidad política en el antifranquismo, resignificando también, de paso, la sacrosanta Transición. Para eso se hace necesario controlar la interpretación política del régimen y a tal efecto estatalizaron hasta el cadáver del Caudillo. Ganan seguro: si hay reacción, bien; si no la hay, también.

Ahora vemos a Sánchez rodeado de cráneos y habrá quien diga y escriba, con cansado tono tertuliano, que ya está bien de recurrir al comodín del franquismo, que la Guerra Civil ya terminó, que es una cortina de humo, que volvamos al presente, que hablemos de Begoña… como si fuera lo de Sánchez simple oportunismo. La derecha aznarista-ayusil no da para más (bueno, sí da, pero en lo suyo, para lo suyo, con lo suyo) y por comodidad discursiva decidió renunciar al muy engorroso asunto de la Guerra Civil y el franquismo, como después haría (Rajoy, el que faltaba) con la paz oficial vasca. Pueden renunciar a todo porque no lo necesitan, porque no van a hacer política. Si el marco histórico lo tiene el otro y el marco ideológico viene de fuera, ¿qué queda? En el mejor de los casos, los tipos del IRPF, que es tanto como discutir la gradación de la servidumbre.

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