Pecan de ingenuidad quienes piensan que la cantata de Aldama tumbará al doctor Sánchez. Ya hemos explicado que el más terrible legado del Régimen del 78 es la demogresca incesante que, a la vez que robustece a las oligarquías partitocráticas, debilita a la comunidad, dividiéndola en dos ejércitos de zombis, cada uno adscrito a un negociado ideológico. Pero entre estos dos ejércitos de zombis siempre es más obcecado en su lealtad el ejército adscrito al socialismo, por la sencilla razón que nos explicó Donoso Cortés: «Las escuelas socialistas, por lo que tienen de teológicas, prevalecerán sobre la liberal por lo que ésta tiene de antiteológica y escéptica».
En efecto, las escuelas liberales son escépticas, materialistas, incluso desganadamente cínicas; en cambio, las escuelas socialistas están poseídas por una teología de índole prometeica que Donoso califica sin ambages de «satánica». En las corruptelas de las escuelas liberales siempre hay una ramplonería de gentes sin teología, que simplemente desean enriquecerse sin tasa. Las escuelas socialistas, por el contrario, no se entregan a la corrupción por «tedio de la virtud», sino en volandas de su teología prometeica, con la conciencia orgullosa de estar tomando aquello de lo que antes fueron privados injustamente. Así, la corrupción (que para las escuelas liberales es un pecado vergonzante que acaba provocando desafección entre sus adeptos) se convierte en un acto vindicativo para las escuelas socialistas; y sus adeptos lo perciben como una recompensa merecida.
No debemos olvidar que la levadura teológica de las escuelas socialistas es el resentimiento, encumbrado –como señalase Unamuno– a la categoría de virtud cívica. El ejército de zombis adscrito al negociado liberal puede seguir votando a los corruptos de su negociado, pero lo hará sin entusiasmo, con la humillada certeza de estar aupando ladrones por puro sectarismo ideológico; en cambio, el ejército de zombis adscritos al negociado socialista vota a los corruptos de sus entretelas con emocionado orgullo. Aunque saben que sus líderes carismáticos son ladrones, piensan que, con un poco de suerte, pueden beneficiarse de las migajas o ‘derramas’ de sus latrocinios. Y, en último caso, aunque no puedan beneficiarse, mucho menos lo harán los adversarios. Pues la teología socialista se consuela siempre con el mal ajeno.
La ingenuidad liberal no entiende que las escuelas socialistas son sectas religiosas cimentadas sobre una teología propia. No importan las calamidades que desate su líder carismático; pues el resentimiento constitutivo de la secta hallará siempre preferibles dichas calamidades a la emergencia de cualquier atisbo de herejía. La teología de las escuelas socialistas sólo puede ser derrotada por la única escuela que es la vez teológica y divina. Pero antes de que España vuelva a abrazar esa escuela de la que renegó tendrá que comerse –en justo castigo– las algarrobas de los puercos.
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