Trenes rigurosamente retrasados
Por Juan Manuel de Prada
La promoción de mi nueva novela me trae, como puta por rastrojo, por las amadas tierras de España, como un incongruente buhonero de la literatura en un tiempo en que ya nadie lee. Así lo puedo comprobar cada vez que monto en un tren, donde me topo con hordas de gentes zombificadas y absortas en su móvil, a veces incluso dando la murga con su repertorio de videos memos a todo el vagón. Pero de esta plaga de zoquetes ya he escrito en otra tribuna.
En esta quisiera denunciar el deterioro creciente de la red ferroviaria española. Desde que iniciase mi gira de promoción, casi ninguno de los trenes que he tomado llega a su destino a la hora establecida. Muchos, incluso, salen con retraso; y los pocos que salen puntuales tienen que detenerse en mitad de su trayecto para ceder el paso a otros que circulan con retraso en sentido contrario, o porque ha sobrevenido una avería en los raíles. Las principales estaciones de España se han convertido en hormigueros tumultuosos donde se amontonan los viajeros, ansiosos porque los tablones electrónicos sólo anuncian la vía desde la que saldrá (con retraso) su tren in extremis.
Especialmente lastimoso se me antoja el estado de la estación de Sants, en Barcelona, convertida en un zurriburri infame, donde las colas de viajeros de trenes diversos se amalgaman en un barullo indiscernible, como piojos en costura. Algunos pasajeros pierden su tren porque acaban sumándose a la cola que no les corresponde, como me han reconocido varios empleados de Renfe, hartos de batirse el cobre en un babel desquiciante.
Todo este desbarajuste lo ha provocado la depravada «liberalización del mercado» del transporte ferroviario, que ha permitido a compañías extranjeras utilizar a mansalva la red viaria española, para forrarse ofreciendo los trayectos más rentables, en un episodio ignominioso favorecido por la Unión del Pudridero Europeo. Somos una puta colonia que se deja saquear su riqueza nacional impunemente, que se deja humillar y mear en la cara por plutócratas expoliadores que vienen a destrozar nuestros servicios públicos, a exprimir nuestras infraestructuras hasta dejarlas inservibles, engatusándonos con el cebo de los precios de saldo (para luego apretarnos las tuercas).
Desde este rincón de papel y tinta hago un llamamiento al ministro Óscar Puente, a quien siempre he profesado un afecto tal vez insensato: señor ministro, deje de soltar machadas en Twitter y floreos al puto amo en los mítines y combata a estos parásitos que han venido a destrozar el ferrocarril español. Póngales todo tipo de trabas legales, hágales la vida imposible con regulaciones asfixiantes, sométalos, expúlselos, hasta enterrarlos en el mar. Que se note que las gentes de Castilla somos aguerridas y no se nos va la fuerza por la boca. Si no actúa sin dilación, pasará a la Historia como el ministro que dejó hundir un servicio público modélico, entregándolo a sacamantecas y depredadores de la riqueza nacional.
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