Ucrania es solo una batalla de un guerra sistémica por el orden mundial – Por Marcelo Ramírez

Por Marcelo Ramírez

La guerra que se está produciendo en Ucrania presenta características especiales que impactan sobre las concepciones previas hasta el momento. En primer lugar, Rusia ha adoptado una estrategia inicial “amistosa”, no presionando excesivamente sobre las tropas ucranianas y evitando golpear las infraestructuras que dañarían gravemente la vida de los civiles.
Esto ha contrastado enormemente con los ejemplos de guerra que hemos visto ser llevados a cabo por la OTAN y los EE. UU., guerras en las que la estrategia consistió en bombardeos de todo lo necesario para el sostenimiento de la vida, sea civil o militar.

La guerra es entendida entonces con su cara más brutal, simplemente haciendo el mayor daño posible a fin de quebrar cualquier voluntad de resistencia. Scott Ritter ha explicado en numerosas entrevistas que, en la guerra del Golfo, EE. UU. destruía las infraestructuras, se efectuaban bombardeos alfombra para eliminar todo lo que pudiera ser un obstáculo y luego avanzaban las tropas sin ningún tipo de reparo, eliminando todo lo que respirara. Explica Ritter, dando un ejemplo gráfico, si los soldados enemigos se escondían en trincheras, simplemente se los enterraba vivos mediante orugas, no había ningún interés en que se rindieran, simplemente se los eliminaba y así se avanzaba.

Rusia ha querido desafiar esta lógica bestial aplicando reglas más humanas a sus vecinos ucranianos. Las razones son múltiples, desde externas para mostrar al mundo que hay una diferencia entre ellos y los anglosajones hasta internas, teniendo en cuenta que la mayoría de las familias rusas tienen algún vínculo con Ucrania, ya sea familiar o amistoso. Aún los militares rusos mayores han compartido las mismas academias que los ucranianos en tiempos soviéticos y aún luego de la caída de la URSS, al menos hasta el 2014 y el golpe occidental.

La estrategia rusa chocó con la ucraniana auspiciada por la OTAN, que aplicó el terror sobre los prisioneros a los que torturaba hasta la muerte, así como su propia población que simpatizaba con los rusos por su ascendencia. La prensa corporativa global puso su granito de arena al tergiversar lo que sucedía, mostrando que los rusos eran ineficientes o débiles al no destruir Ucrania, mientras les atribuía matanzas que fueron escenografiadas. Nada novedoso si consideramos que en realidad eso mismo ya habían hecho en guerras anteriores.
La concepción de la prensa es simplemente convertirse en una arma militar que actúa sobre las mentes de los propios, los enemigos y los neutrales.

El devenir de las acciones militares obligó a Rusia a retrocesos tácticos para minimizar bajas propias y hasta ucranianas, algo que causó un malestar creciente en el país porque comenzaban a morir soldados rusos para proteger ucranianos, y esto ni siquiera posibilitaba tener una imagen superior porque la prensa se encargaba de presentar las cosas de una manera inversa. El replanteo fue entonces natural, y Rusia comenzó una segunda etapa preparatoria para forzar al gobierno de Zelensky a abandonar la lucha. Ataques combinados con cientos de misiles de crucero y drones, golpearon las centrales eléctricas.

Pero aún ahí se apreciaron los cuidados rusos cuando los ataques de precisión se hicieron sobre las subestaciones que reciben la electricidad generada para su distribución. Esto previene un desastre nuclear, lo cual deja en evidencia que los ataques sobre la central de Zaporizhia son de la OTAN y sus aliados ucranianos. Lo mismo sucede con otras centrales no nucleares, evitando que los ataques las pongan definitivamente fuera de servicio y los daños sean irreparables. Los ataques han obligado a las autoridades ucranianas a reemplazar los transformadores una y otra vez, hasta el punto en que ya en toda Europa no se encuentran más unidades disponibles.
Un proceso más lento, costoso, pero que evita que Ucrania por años quede inhabitable por falta de energía eléctrica.

Estas acciones son consideradas necesarias para quebrar la resistencia de Kiev, impidiendo que se puedan fabricar los armamentos y reparar los mismos, cortando centros de suministro y cadenas logísticas, evitando que se pueda usar internet con fines militares y de propaganda. No obstante, no son estas las únicas razones, de esta manera se obliga a los ucranianos a atender las necesidades civiles en ciudades sin calefacción, sin agua potable, sin cloacas y sin internet, como ya dijimos. Sin internet el sistema bancario y el procesamiento de pago se detiene, paralizando la economía. Sin economía, la carga de ayuda para el sostenimiento de Zelensky se hace muy alta para la economía en bancarrota de Europa y obliga a los EE. UU., que también tiene dificultades propias, a aumentar su esfuerzo.

Esta es ahora la estrategia rusa, no sabemos si finalmente Putin quiere que ya se termine el enfrentamiento o es una táctica para someter a Occidente a tensiones internas, destruir buena parte de su economía mientras desgasta las capacidades militares y presiona a las sociedades de sus enemigos hacia los conflictos políticos internos. Ucrania simplemente ya no está en condiciones de resistir mucho más, los tiempos curiosamente encastran claramente entre sí para ir aumentando la presión y lo hacen con la llegada de los fríos invernales.

Las necesidades energéticas, inclusive las nutricionales, se incrementan con el frío europeo. La calefacción se hace acuciante y el malhumor se adueña de sociedades que comienzan a ver el costo inflacionario y el desempleo como el futuro más probable. En este punto es donde Washington quiere una tregua para recomponer sus fuerzas y permitirle a Ucrania rearmarse, recuperarse de alguna manera, y presiona a un Zelensky apremiado por sus halcones a cumplir promesas que nadie en su sano juicio hubiera tomado en serio.

Ucrania se ha inmolado con la idea de recuperar Crimea y limpiar étnicamente el Donbass. Un hecho imposible con la reacción rusa, sin embargo, ha subido la apuesta y los resultados están a la vista. El país está devastado, su economía destruida, sus ciudades inhabitables, con un enfrentamiento interno sangriento y su ejército destruido.
La apelación a la necesidad de más y más armamento occidental es la prueba de que las existencias del segundo mayor ejército, numéricamente hablando, de la región y con el apoyo de la OTAN, ha simplemente desaparecido.

No hay forma alguna de decir que Ucrania está ganando o que va a ganar esta guerra, sus principales socios ya la presionan para sentarse a negociar y advierten de que se están quedamos sin armas y municiones, por los que Kiev comienza a estar sola, debilitada y con una Rusia que se está preparando atentamente para avanzar. Esta situación produce zozobra en Occidente, más allá de la propaganda triunfalista. Durante diciembre y enero podemos asistir, si Rusia así lo desea, a la destrucción y ocupación de Ucrania.

La gran pregunta es si realmente Rusia busca terminar la guerra ahora. Las negociaciones en los términos propuestos por Occidente son una virtual claudicación, al que seguramente no accederá Moscú. Hoy todo se alinea en su favor, Kiev ha sobre extendido sus fuerzas, no tiene más capacidad para avanzar y el contraataque ruso, si se produce por varios frentes y con una fuerza considerable de alrededor de medio millón de hombres, incluyendo un avance por el Norte cortando las líneas de abastecimiento occidental, derrumbarían las posibilidades ucranianas en poco tiempo.

Si esto sucede, Rusia aumentaría su prestigio como potencia y la OTAN sufriría un revés muy duro. Sin embargo, la máquina de propaganda diría que esto sucedió porque la OTAN no combatió con su potencial real y que los ucranianos fueron ineficientes. Occidente asimilaría el golpe y se prepararía para aumentar sus presupuestos militares, reorganizar su industria bélica que ha demostrado no estar a la altura y volvería sobre Moscú con mayor fuerza. No olvidemos en este punto que el enfrentamiento real no es por Ucrania, es por establecer nuevas reglas internacionales de acuerdo a un mundo multipolar o seguir bajo la bota anglosajona. Si Rusia cede a la tentación de laureles momentáneos, corre el riesgo de en un futuro cercano de sufrir serias consecuencias porque el poder occidental sigue intacto y nada indica que las élites de Occidente hayan comprendido que deben ceder su dominio a un modelo multipolar.

También existe la idea de que detener la guerra ahora sería evitar muertes y sufrimiento. Sin embargo, no podemos asegurar que esto sea así porque si lo que sucede es lo descripto, veríamos en unos años una guerra mucho mayor con cientos o miles de millones de vidas perdidas y una destrucción a escala planetaria.

Podemos ver algunas señales que preanuncian que Putin está jugando a fondo, consciente de que es a todo o nada y que cualquier pausa ahora será simplemente para que el enemigo se fortalezca. Debemos comprender el realismo geopolítico donde no hay una posibilidad real de convivencia entre el globalismo atlantista y Rusia o China. El atlantismo no va a permitir que le arrebaten el poder naciones despreciables en su concepto. Rusia y China tienen una larguísima historia de naciones poderosas, pero ya se han cansado de los maltratos y van a imponerse a como dé lugar.

Putin ha señalado en múltiples ocasiones cuáles son sus objetivos y qué están dispuestos a hacer si es necesario. No es un líder que sea un hablador sin base, cuando afirma algo lo hace en forma calma y cumple con sus advertencias. No juega y no es un bufón, algo que no podemos afirmar de sus pares occidentales, generalmente ignorantes, soberbios, habladores y muchas veces simplemente bufones. Estos líderes, bien harían en tomar muy en serio lo que dice el ruso, no suele dar sorpresas porque siempre ha advertido lo que iba a hacer, el problema es que no lo escuchan o creen que habla sin bases. Hay cierta tendencia a proyectar en los demás como actúa uno mismo, y eso sucede con muchos occidentales.

Si no consideran sus dichos, pueden observar sus pasos. La economía rusa no era la que permitía a sus ciudadanos tener el mayor estándar de vida, sin embargo, produjo armamento sin igual en los Estados Unidos. Eso obedece a una razón, que es que Rusia ya se consideraba en guerra, una guerra, según algunos rusos, de siglos, pero si somos más conservadores, una continuación de la Guerra Fría. Moscú absorbió el golpe de los 90 como pudo, pero se recompuso y ahora subió nuevamente al ring mientras Occidente festejaba lo que consideraba una victoria. Pecados de juventud, quizás, Rusia y más aún China, han visto muchos imperios crecer, ser poderosos y luego caer. El anglosajón es uno más en su historia milenaria. Nada especial.

Rusia da señales, ha puesto en operaciones nuevos regimientos de planeadores hipersónicos Avangard, puso en producción en serie al misil Sarmat, ha botado el submarino Belgorod y ha reforzado la producción de SU 57, entre otras señales que indican que se prepara para escalar. Ese tipo de armamento es costoso, pero además carece de sentido si no se usa como disuasión contra una gran potencia nuclear. En Siria, en Ucrania o en escenarios similares, no se emplearían, simplemente tienen un destino que manifiesta que aún con la victoria en Ucrania, la guerra no ha hecho más que empezar.

Este tipo de guerras sistémicas por el dominio mundial se resuelven con alguien que triunfa y alguien que es derrotado. Las guerras proxys donde se enfrentan las potencias son apenas para poder desgastar al enemigo, la guerra económica, comercial, tecnológica, cultural y otras cumplen el mismo objetivo. Todas ellas están en marcha, solo falta la cinética entre las dos potencias. Estas armas en las que Rusia redobla la apuesta son parte de ello.

Ucrania es una batalla, pero Putin sabe que el mundo anglosajón ha sentido el impacto de la múltiple ofensiva que abarca numerosas áreas, que no ha atinado con las respuestas correctas, sobreestimando sus capacidades y no apreciando como sus enemigos han planificado una estrategia para derrotarlo. En breve veremos los próximos movimientos de Putin, cuya capacidad excede a sus rivales por mucho y le permite controlar el juego dentro de sus necesidades. Solo hay que tener cuidado que la élite anglosajona, sabiéndose perdedora, no decida patear el tablero global.


*Marcelo Ramírez es analista en Geopolítica y director de AsiaTV.

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