Zelensky es apenas una anécdota de la disputa de la civilización anglosajona contra el resto – Por Marcelo Ramírez

Por Marcelo Ramírez

La caída de dos misiles en territorio polaco llevaron por algunas horas al mundo a un nivel de tensión que no registra antecedentes históricos, superando con creces a la Crisis de los misiles del año 1962. Polonia experimentó una serie de cambios de opinión, diciendo primero que los misiles eran ucranianos, pero finalmente, al igual que Estados Unidos, llegó a la conclusión de que el principal responsable es Rusia. Esto en realidad no es más que la confirmación de un escenario que venimos observando en los últimos días.

Mientras tanto, los medios de comunicación nos informan sobre el aplastante avance ucraniano mientras ignoran las deficiencias en el reabastecimiento de insumos militares que ya no solo tiene Kiev sino también la propia OTAN. Entretanto la recesión se hace presente en Europa y se vislumbra en el horizonte de EE. UU. Sin embargo, hay algunos indicios que ponen a prueba el relato oficial y tienen que ver con las versiones de negociaciones, o al menos, un armisticio. ¿Por qué Biden querría en estas circunstancias de “victoria ucraniana” que se negocie la paz? ¿Por qué no aprovechar para infligirle a Rusia una derrota oprobiosa que derrumbe a Putin?

No hay muchas opciones posibles, la OTAN y Occidente está viendo lo complejo que se presenta el panorama a futuro y necesitan una tregua para recuperar el aliento. El objetivo es celebrar un acuerdo temporario para recomponer fuerzas, prepararse para un choque futuro con Moscú y reconsiderar la estrategia empleada que hasta ahora solo dio frutos en la prensa corporativa. La situación se hace más compleja en vista de la crisis que puede provocar el invierno y la acumulación de fuerzas rusas listas para comenzar una nueva ofensiva contra Ucrania y la OTAN. Pero esta vez con una magnitud mucho mayor que la inicial.

El impacto de la caída de Kiev en las sociedades occidentales sería letal, agobiadas por la crisis económica, formadas bajo un sistema hedonista que no las ha preparado para un gran sacrificio por la patria, algo que está fuera del canon destructivo que hoy es habitual. El globalismo definitivamente no puede seguir adelante, no tiene capacidades ni económicas ni militares para desafiar a Rusia. El cálculo original era quebrar económicamente, aislar y luego desmembrar a Rusia, pero eso ha resultado imposible y ahora necesitan una paz temporaria.

Las presiones sobre Zelensky responden a eso, no importa obviamente su figura, puede ser reemplazado por otro para continuar la guerra más adelante, cuando las condiciones mejoren. No es más que la repetición de lo que sucedió en el 2014 al derrocarse a Yanukóvich para imponer un gobierno de la OTAN. La rebelión de los prorrusos terminó generando una guerra para la cual Kiev no estaba preparada y necesitó 8 años para retomarla. En ese tiempo, Ucrania recibió entretenimiento y consolidó su sistema de poder interno. Poroshenko, el oligarca antecesor de Zelensky, lo expresó claramente cuando señaló que, los acuerdos de Minsk I y II no fueron otra cosa que ganar el tiempo necesario para prepararse para el choque con Rusia.

Biden le ha ordenado a Zelensky una tregua, al costo que sea para Ucrania. La prensa da “indicios alentadores” a partir de asegurar que podemos observar un avance en las negociaciones porque Rusia está dispuesta ahora a sentarse a la mesa de negociaciones. Lo que omiten decir es que siempre Rusia ha manifestado su disposición a sentarse a conversar los términos de paz. En el mes de marzo las posibilidades habían crecido hasta que hizo su aparición estelar Boris Johnson viajando a Kiev y advirtiéndole a Zelensky que de paz, ni hablar, y que la OTAN haría el esfuerzo necesario para que gane la guerra. No hace falta aclarar que esa organización cumplió a medias sus palabras, enviando material obsoleto, permitiendo desvíos hacia el mercado negro y retaceando los pedidos del comediante ucraniano, quien ya fuera de sí, comenzó a reclamar un ataque nuclear contra Rusia.

El resultado es natural, la OTAN obedece a Washington y allí se decidirá cómo y cuándo la guerra escalará, pero no será Zelensky quien tome esa decisión. Parece que el presidente ucraniano no ha comprendido que su papel de héroe contra el avance ruso es solo para los titulares, la realidad es que no es más que un peón a sacrificar cuando la realidad lo requiera. La clave es comprender que las fuerzas productivas, comerciales, tecnológicas, culturales y militares han evolucionado lo suficiente para demandar una readecuación del orden mundial a la fotografía actual.

Los cambios reales se producen cuando estas condiciones maduran y se imponen al balance previo de poder. La emergencia del capitalismo cambió los ejes del mundo y catapultó a las naciones europeas a la cima mundial, reordenando el mundo de acuerdo a sus necesidades e imponiendo su supremacía a naciones otrora poderosas, algunas como grandes imperios, que vieron escurrirse entre sus dedos el antiguo poder, que pasaba a otras manos. Las características tecnológicas le dieron una velocidad al cambio muy superior a anteriores etapas históricas, pero notablemente inferior a la actual. La inmediatez hoy de las comunicaciones, la masificación productiva fruto de la optimización de procesos y la cada vez mayor automatización de los mismos, más un flujo de informaciones gigantesco gracias a la presencia de Internet, plantean un nuevo escenario.

Las potencias europeas han perdido relevancia, primero gradualmente en una lenta agonía y ahora con gran velocidad, mientras que su extensión estadounidense ha comenzado el ciclo descendente que también se acelera. Ver la participación en el PIB mundial de estas naciones ya es bastante elocuente, pero esto ya no deja lugar a dudas cuando vemos que los indicadores industriales, los desarrollos de alta tecnología, la producción de alimentos, la energía, la demografía, prácticamente todo encuentra una diversificación en naciones ajenas al mundo occidental. Era cuestión de tiempo para que estas naciones, algunas nuevas, otras muy viejas, cobraran consciencia de su poder creciente y de la debilidad de Occidente.

Con distintas estrategias, se han ido posicionando como actores centrales, algo que el propio Occidente tardó en percibir. Su economía se ha visto mermada en sus capacidades reales y se ha sobredimensionado en el plano de la especulación financiera. Durante décadas se señaló este problema como una burbuja que iba a explotar, pero no se percibió que la burbuja se centraba cada vez más en Occidente y que el resto de las naciones comenzaban a trazar planes alternativos. El mundo multipolar está comenzando a apartarse del enfermo occidental para preservar su propia salud, y no solo económica. Las estructuras financieras, comerciales, diplomáticas y los acuerdos tecnológicos, económicos, industriales, etc., comienzan a dejar de lado Occidente. Rusia y China, han decidido que ya fue suficiente y que desde ahora el camino es independiente, y sabiendo que los cambios de poder nunca suceden pasivamente, se han ido preparando militarmente para que el mundo atlantista no pueda imponer su fuerza para impedirlo.

El declive occidental también se da en otros campos como el de las sociedades, embriagadas de una cultura superficial, individualista, materialista y hedonista, que se sumen en una profunda decadencia. Sus poblaciones están confundidas, no tienen ideas de trascendencia y solo luchan por los intereses individuales. Las ideologías promovidas son fragmentarias y reafirman estos problemas hasta el punto de amenazar con la integridad de los Estados. Una clase política acomodaticia, sin ideas de conducción, sin comprensión de las normas que rigen el mundo, simplemente agudizan la decadencia. Este cuadro empeora con intelectuales alejados de la realidad que para mantener sus privilegios no tienen coraje de denunciar lo que sucede y solo se suman a las ideologías de destrucción que nacen en los claustros universitarios estadounidenses. Si esto no fuera suficiente, estas sociedades están a merced de una intensa propaganda embrutecedora para que cuestiones claves en una nación como la Justicia Social, sea reinterpretada en clave de enfrentamientos internos disociadores a través de racialidad, o género, soslayando los problemas de distribución de riquezas.

Con cero autocrítica y una censura omnipresente con base en una cultura de cancelar todo aquello que se oponga a sus ideas, las posibilidades de corrección del rumbo para fortalecerse y enfrentarse a los poderes que ahora los desafían son nulas. Todo se reduce entonces en ver como Rusia y sus aliados, consiguen hacer que el atlantismo de las élites acepte que su tiempo ya pasó y sean parte de un mundo multipolar. Esto lo deben hacer sin que este atlantismo globalizador decida hacer estallar un enfrentamiento nuclear. El problema es que algunos sectores en Occidente ya son conscientes de este límite y buscan una salida, como sucedió con Trump, mientras que otros planifican una brutal reducción poblacional, que bien puede emplear una guerra masiva para luego reorganizar el mundo a su antojo.

Zelensky no es más que una máscara de esos sectores. Algunos extremos quieren ya la confrontación nuclear y son capaces de producir incidentes altamente peligrosos como los ataques a los gasoductos Nord Stream I y II o los misiles caídos en Polonia. Otros aún piensan que pueden detener el ascenso multipolar y para ello necesitan ganar tiempo para prepararse para un combate en el cual estrangular a Rusia y China con ataques económicos y presión militar, pero sin llegar al enfrentamiento nuclear. Una tercera fuerza pretende salir de este papel, aceptar el cambio y refugiarse en cierto aislamiento, algo que tampoco es novedoso y que países como Japón han hecho durante siglos. No olvidemos tampoco que la imposición de integración en el comercio y en los valores por la fuerza es propia del mundo anglosajón y sus aliados. Durante la historia no hemos visto en grandes imperios, una expansión hacia naciones lejanas imponiendo por la fuerza sus intereses. Las zonas de seguridad sobre las que si actúan son en su región, pero no de alcance global, como sí hemos podido observar con el auge del mundo anglosajón.

Por ello, para comprender qué sucede en el escenario mundial, debemos encuadrar la guerra en Ucrania como algo inserto en una estrategia global. Las acciones del Occidente Colectivo y de Rusia, China e Irán, están pensadas y dirigidas hacia una confrontación mundial que ya está en marcha, que se hace visible en muchos planos y que en el militar tomó cada vez más consistencia.
Este cambio en el Orden internacional en marcha es visible cuando Occidente solicita respetar las “reglas internacionales” a Rusia, que ya no son las que impuso por la fuerza.

Putin viene advirtiendo que ese orden debe ser modificado. Por ello, los escenarios en disputa tienen que ver con ese cambio, que trae tras de sí uno mayor que los que vimos al fin de la II Guerra Mundial y la caída soviética. La disputa ahora es de civilizaciones, la anglosajona contra el resto. La primacía que tuvieron desde la emergencia del capitalismo llega a su fin y la forma en que lo hará es lo que aún está por definirse. Sí podemos asegurar que no será un proceso de siglos, ni siquiera de décadas, se dará durante esta década. Por ello, Putin ha dicho que es la más peligrosa en la historia de la Humanidad y el propio Joseph Nye ha confirmado que EE. UU. solo tiene plazo hasta el 2025 para actuar antes de que sea irreversible el cambio. ¿Zelensky? Zelensky es apenas una anécdota junto con Ucrania, probablemente ni siquiera él mismo sea consciente de la magnitud de lo que está en disputa.

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