Barbie y el juego de las distopías
Por Facundo Martín Quiroga
Los dos escenarios y el puente del “mundo real”
Una distopía es una pieza artística que ilustra una sociedad totalitaria futura. Se suele oponer al término “utopía”, que se refiere a la proyección de sociedades futuras perfectas y plenas de felicidad. Pero la característica sobresaliente, a nuestro juicio, es que, sabiendo el lector, o en este caso el espectador, de la injusticia de dicho régimen, se plantea un estado de conformidad de los integrantes de esta sociedad respecto del lugar que ocupa cada uno: hay una opresión más o menos manifiesta (de acuerdo a las intenciones de los realizadores de la obra), pero los actores no la sienten como tal. Consideramos que la película Barbie, que muy probablemente será la más taquillera del año, es pasible de ser analizada como un juego de distopías cuya finalidad es proyectar sobre los espectadores los esquemas de lectura de la realidad que convienen al wokismo en auge.
Con una impresionante combinatoria de musical de Broadway y pegadizos estribillos, colores pasteles con el obvio predominio del rosa y el fucsia, Barbieland se ofrece como un mundo en donde todos son felices, pero de carácter totalmente “matriarcal”, en el que las mujeres son absolutas dueñas de su destino y del poder. Un desfile de coreografías (lo que llaman “noche de chicas”) integradas por innumerables Barbies doctoras, abogadas, astronautas o presidentes, exhiben la felicidad; los Kens, de distintas coloraturas étnicas, pero todos convenientemente musculados y sonrientes, tal como lo dice el slogan de promoción de la película, se encuentran “sólo siendo Ken”: especies de floreros o apéndices inflados, sumamente estúpidos (incluso coqueteando con el retraso mental) que bailan y compiten por el beneplácito de las Barbies.
En este mundo de ensueño, Barbie comienza a ver cómo sus rasgos de muñeca perfecta empiezan a declinar. Es así como una compañera suya “rarita”, excluida del colectivo (a modo de diseño discontinuado), la conduce a una aventura en el “mundo real”, para terminar, sin proponérselo, topándose con quien será compañera de aventuras y sensei deconstruida: una mujer latina llamada -a nuestro juicio no por casualidad- Gloria, que hizo algunos bocetos de la muñeca que se desviaban del camino pautado por la corporación. Es así como emprende el camino hacia la realidad mundana, con Ken como intruso (se cuela en su convertible), para cumplir con su misión y volver todo a la normalidad.
Al llegar a la casa central de la empresa Mattel (nos ahorramos extendernos sobre la esclavitud que surca toda la industria del juguete), y luego de recibir algunas pruebas del machismo imperante de parte de algunos masculinos, se encuentra con un “minipatriarcado” en el directorio de la misma. Los directivos, también hombres totalmente estúpidos, quieren raptar a Barbie para hacerla volver al mundo al que pertenece. En plena persecución, Gloria y su hija (con quien había tenido un diálogo muy significativo, en el que se le reprochaba a Barbie el haberse alejado de la mujer real y representar un estereotipo con el que las niñas actuales no se identifican) la rescatan. Es así como se produce el contacto fundamental con el que se inicia la trama secreta del film.
Barbie va entrando en razón, Gracias a Gloria y su hija, respecto de la necesidad de ir a más en cuanto a acercar a las muñecas a la deconstrucción del estereotipo corporal y psicológico predominante. Pero algo sale mal: mientras desarrollaban su aventura, Ken se inicia en las artes del “patriarcado” y emprende su retorno a Barbieland antes que su ama. Al regresar Barbie a su mundo, se encuentra con que éste se ha transformado en Kenland, un mundo feliz, pero “patriarcal”, en el que los roles quedan totalmente invertidos; el mundo “real” aparece como el puente entre estos dos escenarios, en los que se da la mayor parte de la película. Los directivos de Mattel también se dirigen hacia allí buscando capturar a las descarriadas.
La trama secreta y la inversión teológica
Como en toda obra manipulativa, la trama explícita esconde, o deja entrever, de acuerdo al desarrollo de la película, una trama que es la que verdaderamente importa asimilar. Es aquí cuando las cosas empiezan a cuadrar. No pretendemos abrumar al lector con una réplica de la sucesión de hechos que acontecen en la guerra entre distopías, pero intentaremos dejar en claro el proceso por el cual podemos sostener un análisis de este tipo.
La película no podría tener tanto poder adoctrinador sin un elemento que le da una eficacia enorme a la trama, el relato y los personajes, algo que no suele tenerse muy en cuenta porque parece anacrónico, pero no lo es en absoluto: el componente teológico neopagano, fundamental para introducir en la manipulación de masas a niños, adolescentes, jóvenes y adultos. La película encarna una inversión teológica del cristianismo, a través de tres elementos: la salvación del pecado del “patriarcado”, el vehículo de la palabra y la prédica apostólica de dicha salvación feminista, y la encarnación y divinización de la mujer corporizada en Barbie.
El personaje que redime a Barbie y la conduce al proceso de liberación de sus congéneres del patriarcado de Kenland, puede ser interpretado como una diosa pagana que, a través de la palabra, insufla la iluminación: no por nada se llama Gloria y es de etnia latina. Una vez que llegan al mundo de Ken y contemplan en lo que se ha transformado su antiguo hábitat, las “revolucionarias”, “redentoras”, a través de su “chamana”, empiezan a practicar un apostolado que busca, una a una, redimir y convencer a todas las Barbies de la necesidad de abolir este patriarcado.
Impresiona también el hecho de que la estrategia para liberar a las muñecas de la tiranía de los Kens sea lograr, a través de la convocatoria a los instintos primarios de los muñecos, que se desate una guerra entre ellos, formando dos bandos (encabezados por el Ken rubio que acompañó a Barbie al mundo real y otro Ken de rasgos orientales con el que se disputaba la atención de la protagonista) y que todo esto termine en un nuevo bloque musical en el que los Kens líderes arman una coreografía con una letra clarísimamente, diríamos, “deconstructiva”: es decir, son las Barbies iluminadas las que buscan provocar la guerra entre los hombres para que “se den cuenta” de su tiranía. En definitiva, como se afirma a diestra y siniestra, el feminismo llegó para liberar a todos, o a todEs.
Toda la película se resuelve en esa ristra de lecciones morales que una mujer del mundo “real” (al que también llaman “patriarcado” pero, al decir de un personaje del propio film, “mejor disimulado”, momento que consideramos clave para entender el mensaje de todo esto) expande a las abducidas; toda la liturgia feminista más pedestre se transforma en una nueva página testamentaria, en una clara muestra (desde el guión, muy virtuosa) de inversión teológica en la que el lugar de divinidad pasa a ser ocupado por una muñeca, una suerte de “diocesillo”, al decir de Miguel Ángel Quintana Paz, que, para rematar la película, termina en un escenario que imita una especie de “más allá”, con un monólogo impresionante… de la mismísima creadora de Barbie, la “Diosa Madre”, que decreta la encarnación de la muñeca para “descender” nuevamente al mundo real, que en definitiva, es el “patriarcado” que hay que abolir. Finalmente, la transustanciación se completa: “la Verba se hizo carne… y habitó entre nosotrEs”.
También hay un personaje, a nuestro juicio casi puesto por compromiso en la película, que tiene una función moralizante: Alan, el único hombre carente de rasgos típicos de Ken, dotado de una que otra ambigüedad como para hacer un guiño LGBT al espectador; él cumple la función de catalizador de la “deconstrucción” que todos los demás hombres (insisto, todos uno y el mismo tipo de hombre, independientemente de su aspecto y de su rol social, ya sea en el mundo real o en las distopías donde se desarrolla la guerra) tiene que asumir como nueva religión, es una especie de guardián de la diversidad que llega incluso a desarrollar rasgos de héroe de acción.
Protejan… y protéjanse
Antes de la consumación de la muñeca encarnada, hay que señalar que, luego de la escena musical de los Kens, Barbie propone que su mundo contemple una igualdad que no ponga a ningún sexo sobre otro. Pero esto tiene una trampa y es que la mujer termina aleccionando al varón sobre “igualdad”, cosa que éste jamás podría imaginar. Pero el daño ya está hecho: toda la película es un gigantesco cañón ideológico feminista y woke hasta que se dice “bueno, seamos todos iguales”. La conclusión queda como absolutamente secundaria respecto de todos los mensajes adoctrinadores previos. Van a decir que sí, que también hay una crítica al feminismo misándrico, pero repito, el daño ya está hecho, y esa crítica apenas ocupa un sitio accesorio en el desarrollo del film.
Hoy esta manipulación de masas está más explícita que nunca, pero nadie la encuentra, tal como ocurre en el cuento “La carta robada”, de Poe. O ya la encontraron hace rato, pero la siguen consumiendo. La cuestión pasa por dilucidar las causas por las cuales el público en general no se da cuenta de esto; o quizás es tanta la hipocresía y el conformismo que las personas se saben manipuladas, pero prefieren continuar en su estéril lucha contra un patriarcado inexistente, porque es una lucha “barata”, que está a la mano, y que no exige un esfuerzo por comprender más allá de las propias narices, también con la debida estimulación de la infinidad de chiringuitos y puestos de poder.
El feminismo y la ideología de género son el punto más álgido del cinismo: por más que se sepa largamente que no hay ninguna limitación para llegar a puestos de poder, y la mujer y las minorías sexuales o raciales no tienen vedado ningún derecho o libertad en los hechos y en la ley, van a insistir, inventar problemas, recurrir a corrupciones delictivas o no delictivas, para seguir propagando su discurso. Porque viven (y la industria del entretenimiento no es la excepción) de la existencia de esos falsos problemas. Nadie que viva de ellos va a decir que el problema se solucionó, porque se quedaría sin trabajo manifestando a la sociedad la inutilidad de su puesto.
Así, la película justifica este círculo vicioso, llevando a que tanto hombres como mujeres sólo puedan imaginarse desde esas coordenadas: hombres –todos, sin excepción– opresores, mujeres y todos los demás, oprimidos. No olvidemos: nunca se debe dejar de pensar a este tipo de films como un arma de guerra. Barbie es la perfecta muestra de que quieren que naturalicemos una guerra de sexos machacada por medios, redes, influencers e instituciones educativas. Y a esto se agrega el sumamente eficaz paralelismo teológico: el pecado original, la redención, la encarnación, la lucha entre el bien y el mal, todos elementos que acercan el adoctrinamiento a sectores amplios de la población.
Es demasiado obvia la función distractiva del dilema planteado por la película: el problema es “el patriarcado”, construcción ficcional hoy reproducida hasta por los organismos del Estado, y de la cual jamás se da una definición, ya que se la elaborará el propio espectador con las “evidencias” que le da la película: “el patriarcado es la dominación de todos los hombres sobre todas las mujeres”, “hay que deconstruirse”, correrá la voz de la consciencia sugestionada por los oídos de niños, adolescentes, jóvenes y adultos. Y así las energías que deberían estar destinadas a formarse para criticar y demoler el sistema de injusticia y saqueo anglosajón se destinan a lo que quiere el poder globalista.
Resulta inadmisible que sujetos que se asumen de izquierda puedan dar semejante concesión a una película en todo nefasta que, por vomitar a cada segundo un mensaje “emancipador” (¿emancipador de qué?, seguimos preguntando), no hace otra cosa que legitimar el envenenamiento de las relaciones entre los sexos. Esa clave marxista de opresor-oprimido se traslada hasta la esfera de la intimidad como prioritaria (algo inadmisible para un marxismo definido), evitando complejizar el análisis porque sirve a su conformismo, ya que autoproclamarse “de izquierda” sigue resultando eficaz para colocarse del lado del “bien”. A ver si todEs ellEs se avispan de una vez por todas y se dan cuenta de que juegan para el enemigo.
Por otra parte, ¿qué lectura puede hacer un niño o adolescente varón de la película? Básicamente: nacés con el pecado original del patriarcado (recordar: seguimos viviendo en él según la película) y el feminismo está para liberarte de tu machismo. Es decir, por ser varón, ya se cargará con dicha culpa, y se debe estar dispuesto a someterse a esta nueva religión, que hoy la propia escuela le imprime en su consciencia. Puedo dar fe, como docente que se dedicó a la ESI, de las barbaridades antipedagógicas que contienen programas y dinámicas relacionadas con el sembrar en niños esta moral.
Especial atención debe merecer el impacto que esta película puede ocasionar sobre los adultos que, por distintas razones, buscan catalizar frustraciones, crisis de pareja, conflictos de convivencia, relaciones rotas o familias disfuncionales. Barbie les ofrece una respuesta perfecta: “viste, todo lo que te hicieron tus papás, tus ex parejas, incluso hasta tus amigos, tiene una sola y única causa: el patriarcado”. Imagínense lo que puede hacer un adulto (es decir, una autoridad) con sus hijos, amigos o parejas, una vez que la película les implantó la “revelación”.
Terminamos diciendo que no debe tomarse este análisis como un intento de censura sobre los espectadores, más bien todo lo contrario, es un llamado a desarrollar y conservar una vigilancia consciente sobre las armas de difusión cultural, pensando en lo que podemos aportar para construir enfoques verdaderamente críticos, porque la propaganda es una de las pocas cosas que le queda a un globalismo en decadencia, y que compone una munición cada vez más gruesa para el sometimiento de los pueblos.
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