Drones ucranianos atacaron el sistema ruso de defensa de detección temprana de armas nucleares

Por Pablo Pardo

Por primera vez en 25 meses de guerra, Ucrania ha atacado -y lo ha hecho con éxito- el sistema de defensa nuclear de Rusia. Empezó el miércoles de la semana pasada, con el lanzamiento de drones contra un complejo de dos radares Voronezh-DM rusos, desplegados en 2009 para defender a ese país de un ataque con misiles balísticos procedentes de Estados Unidos y tan potentes que son capaces de detectar una pelota de fútbol a 8.000 kilómetros de altura.

Como referencia, los satélites de la red Starlink que proveen de internet y datos a las Fuerzas Armadas de Ucrania, están a una altitud de entre 340 y 615 kilómetros. Los Voronezh-DM, así pues, no tienen utilidad conocida en la guerra en Ucrania. Su misión es detectar los misiles estadounidenses Minuteman III y Trident (estos últimos también usados por Gran Bretaña) y los franceses M-51 que, describiendo una parábola, caerían desde el espacio sobre Rusia cargados con hasta 10 bombas atómicas cada uno. La base atacada forma parte de una red de apenas nueve estaciones en toda Rusia que tratan de defender a ese país de misiles balísticos o armas lanzadas directamente desde el espacio. La invasión de Ucrania no tiene nada que ver con ellos.

El ataque tuvo éxito. Fotografías tomadas por satélites de la empresa estadounidense Planet Labs muestran dos edificios administrativos junto a los radares con evidentes daños por el impacto de los drones. Los radares -unas enormes estructuras planas, ligeramente inclinadas hacia atrás- también parecen haber recibido impactos.

Lo que nadie sabe con certeza es el efecto del ataque en las capacidades de los dos Voronezh-DM de la estación. Algunos expertos sostienen que, dada la complejidad de los radares, es probable que éstos hayan quedando fuera de servicio, con lo que la defensa estratégica rusa tendría dos enormes boquetes -uno en dirección al sur de Europa, Mediterráneo y norte de África, y otro mirando a Oriente Próximo- por los que, en teoría, podría entrar cualquier misil.

Otros se toman las cosas con más tranquilidad y dicen que, dada la chapuza perpetua que son las Fuerzas Armadas rusas, los radares no funcionaban muy bien. De hecho, aunque la base de Armavir entró en servicio oficialmente en 2013, nueve años más tarde los radares no eran plenamente operativos. Con todo, los Voronezh-DM de Armavir, con un alcance de 6.000 kilómetros (lo que permite al que está orientado al Suroeste cubrir hasta Marruecos) ya dejaron claro de lo que son capaces cuando en 2013 detectaron un lanzamiento secreto de EEUU e Israel de dos misiles en el Mediterráneo.

Ucrania, siguiendo su procedimiento habitual cuando actúa dentro del territorio de Rusia, no ha confirmado ni negado la acción, aunque no ha escatimado detalles para filtrarla anónimamente a los medios de comunicación. Pero el domingo Kiev hizo algo inusual: declaró que había atacado con drones otra estación similar, esta vez en la ciudad de Orsk, formada por dos radares Voronezh-M, muy similares a los bombardeados la semana pasada.

En este caso no hay información de daños. Pero la operación debería ser todavía más preocupante para el régimen de Vladimir Putin. Porque si Armavir está a más de 600 kilómetros de las tropas ucranianas más cercanas, Orsk se encuentra a nada menos que a 1.500 kilómetros del frente, una distancia similar a la que separa Madrid de Berlín.

Pero lo que de verdad confunde a los expertos es por qué Ucrania está atacando estas instalaciones y cómo es posible que Rusia esté dando una muestra de debilidad tan grande como para no reaccionar. Los Voronezh son radares de ultra alta frecuencia (UHF) destinados a detectar amenazas “más allá del horizonte”, en este caso a 6.000 kilómetros de distancia.

Pero, para ello, sus potenciales blancos deben volar alto. No sirven para descubrir drones o incluso misiles balísticos de corto alcance, como los GMLRS, Himars y Atacms con los que Kiev golpea a diario la retaguardia rusa. Los Voronezh han sido construidos y situados en sus emplazamientos para un tipo de guerra que, por fortuna, aún no se ha dado: el holocausto atómico. Incluso aunque tuvieran alguna utilidad contra Ucrania, ésta sería mínima. Los dos radares dañados apuntan al Sur, de modo que, del teatro de guerra, sólo cubren la península de Crimea.

Pero si el empeño -al menos, exitoso en parte- de Kiev de desarmar la defensa rusa ante un ataque nuclear masivo es incomprensible, la falta de reacción de Moscú raya lo absurdo. Las 10 bases de los Voronezh son críticas para la defensa nuclear rusa. Tolerar que Ucrania dañe una de ellas, sin lanzar siquiera ninguna amenaza, es un signo de debilidad extremo por parte de Rusia.

Estos radares encajan perfectamente en la definición de “los puntos gubernamentales o militares críticos” cuyo “ataque por parte de un adversario” podría, en el caso de que “se produjera una disrupción de sus actividades” ser respondido “con armas atómicas”.

Gracias a los drones ucranianos, Rusia tiene ahora un agujero de miles de kilómetros en su frontera suroeste para que cualquier país -no solo de Oriente Medio o el norte de África, sino cualquier potencia con submarinos provistos de misiles- le ataque.

Parece ser, una vez más, una línea roja que Putin ha trazado y que, al ser pisoteada por sus rivales, no ha defendido. Es lo mismo que pasó con la entrega de tanques F-16 y Atacms a Ucrania. Como si fuera un nuevo Sadam Husein, que se pasaba la vida anunciando la “madre de todas las batallas” que para Irak solía ser “la madre de todos los desastres”, Vladimir Putin no ha cumplido ninguna de sus amenazas.

USO DE ARMAMENTO OCCIDENTAL EN SUELO RUSO
Esa falta de credibilidad en la disuasión rusa está haciendo que cada vez más países den luz verde al uso de sus armas contra territorio ruso. Lo que durante más de dos años de guerra fue un anatema, ahora es irrelevante. Empezó, como suele ser habitual, Gran Bretaña y ya van 12, incluyendo a Francia y Suecia. Solo hay dos ausencias destacadas en la lista: Alemania -que incluso se niega a dar a Ucrania misiles de crucero Taurus por temor a irritar a Rusia- y Estados Unidos. Ambos países son, además, los mayores proveedores de material militar a Kiev. El propio secretario general de la OTAN, Jens Stoltenberg, se ha mostrado también a favor de esta autorización.

En Estados Unidos, parece haber una intensa batalla burocrática dentro del Gobierno de Joe Biden acerca de esta cuestión. El secretario de Estado, Antony Blinken, ya ha defendido en Ucrania el uso de armas estadounidenses en territorio ruso. El miércoles, volvió a repetirlo en Moldavia, un país que tiene parte de su territorio ocupado por el ejército ruso.

Sin embargo, la autorización no es competencia del Departamento de Estado, sino del de Defensa. Y su titular, Lloyd Austin, es un caso especial dentro del equipo de Gobierno de Biden, ya que va absolutamente por libre, apenas se comunica con el resto del Gabinete y tiene un círculo de colaboradores muy cerrado en el que, además, no está su número dos, Kathleen Hicks.

Austin siempre se ha mostrado extraordinariamente conservador en la ayuda a Ucrania. El secretario de Defensa se opuso de manera frontal a la entrega de un número simbólico de tanques M1 Abrams a las fuerzas armadas de Kiev. Recientemente, Austin ha demandado a Ucrania que deje de atacar las refinerías rusas con drones y que limite sus esfuerzos al campo de batalla.

El secretario de Defensa tiene, además, un aliado de primera magnitud: el consejero de Seguridad Nacional, Jake Sullivan. A lo largo de toda la guerra, Sullivan se ha mostrado extremadamente preocupado por un posible ataque ruso con armas nucleares, sin descartar que éstas tuvieran como objetivo ciudades de Estados Unidos.

Pero Biden ha logrado superar parcialmente esta batalla interna y, según informaba el jueves el medio estadounidense ‘Politico’, ha dado permiso en secreto a Ucrania para atacar dentro de Rusia -únicamente cerca de la zona de Járkiv- con armas estadounidenses y con el propósito de defender esta ciudad. ‘Politico’ cita a un funcionario estadounidense y a otras dos personas familiarizadas con el plan. Los funcionarios, que solicitaron el anonimato, remarcan sin embargo que esto no supone un cambio en la política estadounidense que pide a Ucrania que no utilice misiles de largo alcance proporcionados por Estados Unidos y otras municiones para atacar ofensivamente dentro de Rusia.

Normalmente, la entrega de cada nuevo sistema de armas ha sido acordado tras interminables negociaciones, peleas burocráticas y filtraciones contradictorias a los medios de comunicación. Si Biden decide permitir abiertamente que Ucrania use al menos ciertos tipos de armas estadounidenses en territorio ruso, no parece que vaya a ser sin una larga lucha entre sus asesores.

Pero los daños a los radares rusos no solo son una señal de la tremenda vulnerabilidad de Rusia. También son una amenaza para todo el mundo. Las grandes potencias nucleares -esencialmente, Estados Unidos y Rusia- necesitan saber con certeza si pueden estar en peligro de ser atacadas o no.

La razón es simple: ambos países tienen tal cantidad de bombas atómicas que sin estar siendo blanco de una acción hostil -real o imaginaria- pueden ordenar una contraofensiva nuclear que ocasione una catástrofe nunca vista en la historia de la humanidad.

La Guerra Fría está llena de casos en los que faltó muy poco para que los misiles empezaran a volar. En 1983, solo la sangre fría del teniente coronel soviético Stanislav Petrov, que se negó a lanzar un ataque de represalia contra Estados Unidos, a consecuencia de una falsa alarma, permitió salvar a la humanidad. En 1995, en el caos que sucedió a la desintegración de la Unión Soviética, un equipo de vigilancia ruso creyó, por error, que un satélite meteorológico noruego estaba cargado con bombas atómicas.

Radares como los que están siendo atacados, al dar información precisa sobre lo que vuela y hacia donde vuela, hacen más improbables esos errores que, si llegaran a producirse, podrían medirse en decenas o cientos de millones de muertos.

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