El eclipse de lo sagrado en el largo itinerario de la Modernidad – Por Diego Chiaramoni

Por Diego Chiaramoni

Podríamos empezar nuestra breve meditación en torno al tema propuesto, el eclipse de lo sagrado en el mundo, apelando a una encíclica papal, a un tratado místico con simbología profética o a una sentencia homilética esgrimida por ese tipo de pastores que ya no abundan. Pero no, optamos por dar espacio a ciertas plumas filosóficas, para alejar toda sospecha que pueda tildar a nuestro escrito de parcial o de carácter estrechamente religioso.

Definamos ante todo qué entendemos por “lo sagrado”. Lo sagrado es primordialmente una experiencia numinosa [1]. El término numen que dice relación a las deidades, a la voluntad, al poder y al deseo de los dioses, nos permite hablar de lo numinoso. Esta experiencia peculiarmente originaria, que desborda, pero no necesariamente anula el ámbito de lo racional, es la esencia de lo sagrado. En este punto, creemos oportunos los aportes del historiador de las religiones y novelista rumano, Mircea Eliade [2]. Para Rudolf Otto, esa experiencia de lo sagrado reviste carácter irracional, ese mysterium tremendum aniquila la razón. Quizás, cierta impronta kantiana o pietista se cuela en esta concepción de Otto. Eliade en cambio, sostiene que lo sagrado adquiere una expresión cuaternaria que se deja de algún modo inteligir, se da en el espacio, en el tiempo, en la naturaleza y en el cosmos. Esta epifanía en la que el hombre participa, es la que permite recuperar aquella realidad fundante, la reactualización del origen.

Ahora bien, estos cuatro ámbitos en los que lo mistérico-sacro se expresa, han sido vulnerados, heridos en su esencia, vaciados de contenido en el largo itinerario de la Modernidad hasta nuestros días.

El templo como espacio sacro ha dejado de ser el lugar de la congregación y se ha vuelto museo histórico, ya no existe casi distinción entre el afuera y el adentro, entre lo profano y lo sagrado.

El rito, como tiempo sagrado, portador un lenguaje simbólico propio, también ha sucumbido bajo las distintas formas de la secularización. El religar el hombre a lo sagrado que constituye la naturaleza íntima del rito, quedó obstruido por el imperio de la subjetividad. Ya no es el rito y sus símbolos los que hablan, es el sujeto quien se impone ante lo que allí sucede, la violencia de la praxis sobre la actitud contemplativa.

La naturaleza tampoco ha quedado ajena a este proceso de desacralización. Ingente cantidad de lúcidas meditaciones encontramos en este sentido, no nos referimos a los movimientos posmodernos de divinización de la tierra que esconden en su faz oculta otros intereses, sino a las sesudas advertencias sobre este eclipse de lo sagrado, desde la lupa filosófica de Heidegger hasta la sensibilidad literaria y telúrica de Miguel Delibes.

La naturaleza es objeto de manipulación, y ¿por qué se la manipula?, porque nada sagrado la inhabita, el hilo que unía lo terrenal a lo divino, lo natural a lo sobrenatural, ha sido cortado por la razón técnica emancipada.

Por último, el cosmos ya no engendra la atracción por el orden y la medida. La mirada desacralizada no solo se mueve y es en el caos, sino que además se contenta con ello, pues sin un arriba y un abajo, el sujeto puede campear a sus anchas en el ámbito de la anomia.

Para anclar bibliográficamente nuestras aseveraciones, solo tomaremos a dos pensadores contemporáneos, ninguno de los dos, desde luego, sospechados de abrazar una determinada fe religiosa, a saber: Friedrich Nietzsche y Martin Heidegger.

En un texto memorable en el que Nietzsche anuncia a través de los labios de un loco la muerte de Dios, leemos:

“El loco se precipitó en medio de ellos y los traspasó con la mirada: “¿Dónde se ha ido Dios? Yo se los voy a decir”, les gritó. ¡Nosotros lo hemos matado, ustedes y yo! ¡Todos somos sus asesinos! Pero, ¿cómo hemos podido hacer eso? ¿Cómo hemos podido vaciar el mar? ¿Y quién nos ha dado la esponja para borrar la línea del horizonte? (…) ¿No nos persigue el vacío con su aliento? (…) Lo que el mundo poseía de más sagrado y poderoso se ha desangrado bajo nuestro cuchillo. ¿Quién borrará de nosotros esa sangre? ¿Qué agua podrá purificarnos? ¿Qué juegos nos veremos forzados a inventar? Aquí calló el loco y miró de nuevo a sus oyentes; ellos también callaron y lo contemplaron extrañados. Por último, arrojó al suelo la lámpara, que se apagó y rompió en mil pedazos”. [3]

Mucho se ha discutido acerca de la posición conceptual de Nietzsche en el panorama de las ideas contemporáneas. Se ha dicho de él que su vocación era la de un nihilista. Nosotros nos inclinamos a pensar que, bien abordado, el filósofo alemán se erige en verdad como el profeta del nihilismo, aquel que va a legar a los dos siglos venideros al menos, la ardua tarea de la superación del nihilismo. Luego de las preguntas taladrantes que el loco lanza ante la incomprensión del vulgo, remata Nietzsche:

“Dicen que el loco ese día penetró en varias iglesias y entonó un réquiem æternam deo. Y cuando era arrojado esgrimía reiteradamente su argumento: ¿Qué son estas iglesias, sino tumbas y monumentos fúnebres de Dios?” [4]

Con irónica sutileza, Nietzsche sugiere aquello que nosotros intentamos exponer más arriba. Los valores que galvanizaron la vida de occidente, ya no valoran. El mundo expone ahora su rostro sin maquillajes y el horror vacui invita o a permanecer estoico ante el horror, tal es su postura, o a la instauración de la simulación y al juego. El hombre contemporáneo ha cambiado la oración de la mañana por el periódico, y su vida consiste en entretenerse, entretenerse hasta morir.

Otra de las voces que convocamos a esta breve meditación es la de Martin Heidegger. El eclipse de lo sagrado o la ausencia de lo divino, han sido temas de permanente cavilación en los escritos de Heidegger, sobre todo a partir de la década del 30 donde su pensamiento se caracteriza por alumbrar al Ser como acaecer y que llega hasta sus últimas expresiones públicas, en la afamada entrevista dada a Der Spiegel en 1975. Sería una tarea ciclópea rastrear en los textos del filósofo de Messkirch, las referencias que éste dedica a la sustracción de la sacralidad del ámbito del mundo. No obstante, creemos oportuno recordar que en este segundo comienzo del pensar, así se conoce a la etapa del pensamiento de Heidegger a la que nos estamos refiriendo, el hombre ya no será al modo de la consumación de la metafísica moderna, el amo de la realidad sino habitante de un mundo, y este habitar, se da también en una estructura cuaternaria donde el hombre puede acoger la novedad del cielo, cuidar la tierra, acompañar a los otros humanos y venerar lo sagrado.

Para Heidegger, la figura epigonal de esa metafísica moderna es la técnica. La omnipotencia del pensamiento técnico monta una relación de manipulación y control de la realidad. Este tiempo de indigencia, de clausura de horizontes, de desarraigo de la tierra que da sustento y posibilidad de elevación, donde “la apatricidad se convierte en destino mundial” [5] constituye la expresión clarividente del eclipse de lo sagrado. En la citada entrevista, Heidegger, con impronta escatológica expresa lo siguiente:

“La única posibilidad de salvación la veo en que preparemos, con el pensamiento y la poesía, una disposición para la aparición del dios o para su ausencia en el ocaso; dicho toscamente, que no “estiremos la pata”, sino que si desaparecemos, que desaparezcamos ante el rostro del dios ausente”. [6]

Más allá de lo expuesto hasta aquí y ante este aparente panorama de desolación, creemos que lo sacro tiene aun su poder epifánico: lo sagrado refulge en el esplendor de lo sencillo. En una brisa silenciosa Dios le habló a Elías y lejos del mundanal ruido, en una humilde parroquia de campaña, cerca del rumor del mar, Andres Frossard se topó con lo inesperado, arrebatado en los alveolos de la contemplación. Solo un enamorado que ha comprendido el sentido de lo sacro, puede mirar de frente a la cera infecunda del mundo luego de asumir sus propios extravíos. Ese enamorado que escribiéndole al misterio expresó alguna vez: Amor, para llamarte así, la eternidad será corta.

 

[1] Ver: Rudolf Otto. Lo santo. Ed. Alianza, Madrid, 2016.

[2] Ver: Mircea Eliade. Lo sagrado y lo profano. Ed. Paidós Ibérica

[3] F. Nietzsche. La Gaya Ciencia, 125.

[4] Ibídem.

[5] M. Heidegger. Carta sobre el humanismo. Ed. del 80, Buenos Aires, 1992: p. 93.

[6] M. Heidegger. Entrevista del Spiegel. Ed. Tecnos, Madrid, 2009: p. 71-72.

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