“El muerto al hoyo” y el Régimen del 78 – Por Juan Manuel de Prada

El muerto al hoyo
Por Juan Manuel de Prada

Ha causado en medios de la derecha española gran consternación saber que asesinos etarras concurren como candidatos en listas electorales. Sin duda, me he debido de perder algún capítulo de la cuadragésimo quinta temporada del Régimen del 78, pues no entiendo a qué viene el revuelo. El Régimen del 78 siempre deseó que los etarras cambiaran las pistolas por la «acción política», incorporándose al «consenso democrático». ¿A qué vienen, pues, ahora los rasgamientos de vestiduras? Quienes se hallan en la cocina electoral de la derecha me deslizan por lo bajinis que, por supuesto, tales rasgamientos son hipócritas; pero que, agitando mediáticamente esta ignominia, tratan de restar adhesiones al doctor Sánchez, ante la inminencia de las elecciones. ¡Pobres panolis! El partido de Estado no perderá ni un voto, sino que ganará unos cuantos, por permitir que asesinos concurran como candidatos electorales.

Mientras la derecha no abandone la jaula mental que le ha asignado el Régimen del 78, su papel no será otro sino desgastarse en aspavientos tan vanos como ridículos. El Régimen del 78 es una máquina inicua en cuyo frontispicio figura este apotegma: «El muerto al hoyo y el vivo al bollo». Por eso, el Régimen del 78 considera que el aborto es un derecho fundamental de la mujer; por eso también considera que los etarras pueden gobernarnos tan pichis (y nosotros, además, aplaudir agradecidos). Pues para el Régimen del 78 cualquier matanza –sea de niños en gestación, sea de gentes tiroteadas– es menos importante que el ‘consenso democrático’.

El Régimen del 78 no reclama a los etarras que renieguen del sustrato ideológico que ha inspirado sus crímenes, pues considera que tal sustrato es legítimo democráticamente. Todo régimen político justo considera que quienes conspiran contra la comunidad política son reos de un delito mucho más grave que el mero homicidio; pero al Régimen del 78 este crimen se le antoja plenamente respetable, y asimila en el ‘consenso democrático’ a quienes han renunciado a métodos criminales, pero siguen profesando las mismas ideas perversas que justificaban tales crímenes.

Resulta, desde luego, muy comprensible que cualquier persona con sentido moral repudie que asesinos concurran como candidatos en las elecciones. Pero tal concurrencia no sería en modo alguno aberrante –sino, por el contrario, edificante y aleccionadora– si tales asesinos hubiesen abjurado de sus crímenes, renegando del sustrato ideológico que los nutría. Lo que torna aberrante tal concurrencia es que los asesinos simplemente han cambiado las pistolas por la «acción política», perseverando en unas ideas perversas que ampara el Régimen del 78. Derechosos de España, dejad ya de hacer el ridi con vuestras inanes pataletas fachillas y vuestras grotescas expansiones patrioteras y tened cojones, por una vez en vuestra puñetera vida, para señalar e identificar las causas del mal. Señalad e identificad al inicuo Régimen del 78.

 

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