La izquierda otanista
Por Carlos X. Blanco
La OTAN es una organización militar que tiene muchas “alas”, extensiones y franquicias. Hemos visto que la Unión Europea trabaja a su servicio, especialmente tras la intervención militar especial de Rusia en Ucrania. Los cabecillas y funcionarios “europeístas”, aun sin uniforme, hacen gustosos los recados que dicta el Alto Mando, cumplen las órdenes -muy solícitos- y se cuadran ante Washington. Josep Borrell es ya todo un “general civil”, portavoz del belicismo yanqui, un hombre pentagonal y otanista.
Un “ala” de la OTAN de la cual no se habla tanto es la izquierda revisionista (en España representada bien por Podemos, Más País, y la nueva entidad “Sumar”). Se puede hablar, perfectamente de la Izquierda Otanista. Se trata de una izquierda, muy extendida en Occidente, y en especial España, que rechaza sus orígenes ideológicos: “OTAN de entrada no”. ¿Lo recuerdan ustedes? Yo, por razones de edad, lo recuerdo perfectamente. Recuerdo aquella estafa de referéndum. Había, en esa llamada “Transición”, un clamor mayoritario del pueblo español en contra de una organización bélica y belicista cuya razón de ser, y cuya utilidad para la defensa nacional, eran asuntos más que cuestionables.
Con ciertas dosis de terrorismo mediático y marrullería típica del PSOE, España ingresó en semejante entidad, firmando cheques en blanco y dejando su trasero meridional al aire: el trasero peligroso, por donde penetran los males más perentorios de España, tiene un nombre. Se llama Reino de Marruecos. La OTAN nos lavó a los españoles la cara con el dichoso europeísmo y extendió un supuesto certificado de occidentalismo: con la cara lavada y recién peinada…pero el trasero al aire.
Pasan las décadas y, más allá del PSOE, cuya praxis neoliberal está fuera de toda duda, en este país nuestro tan ajado por mentirosos y chaqueteros, han surgido los “pensadores de la izquierda otanista”. Uno de ellos, digno de glosa, es Santiago Alba. Este señor es uno de los fundadores de la web rebelión.org, e inspirador auroral del partido político Podemos.
Don Santiago, en el diario “Público” [https://blogs.publico.es/dominiopublico/46548/no-a-la-otan-si-a-que/], se admira de cómo puede haber izquierdistas que no apoyen a la OTAN. Como filósofo, es sabedor del poder que entraña el uso de las palabras, la elección de los términos y la apropiación de una “narrativa”. Este autor representa perfectamente la izquierda otanista: esa extraña posición de quienes sostienen que, en efecto, el Capitalismo es malo pero que no hay alternativa al poder abusivo y hegemónico de su gendarme, los EE.UU. Los gendarmes del mundo han creado la OTAN, viene a decirnos la izquierda otanista, y, en fin, esa organización no nos gusta mucho. Pero ¿cuál es la alternativa? ¿La “autocracia” de Putin? Con unas palabras u otras, don Santiago habla de esa manera.
Hay que hablar el lenguaje del gendarme Biden, según consejo de Alba: no hablemos de “Guerra en Ucrania”, sino de “invasión rusa” (cito a Alba: “induciendo la ilusión de que es la Alianza la que asedia y amenaza ciudades ucranianas”). Se obvia en el artículo del señor Alba todo el cúmulo de antecedentes –manifiestamente agresivos- que llevan a la OTAN a extralimitarse en todos los sentidos: fuera de los límites territoriales para los que fue concebida, fuera del límite de seguridad estratégica pactado con Rusia años atrás, fuera de las necesidades defensivas de los países miembros… Fuera de la prudencia y el sentido común. La OTAN ha declarado la guerra a Rusia de manera interpuesta. Formalmente, la OTAN ayuda a un país invadido. El país invadido, parte integrante de la civilización rusa durante siglos, es –sin embargo- un territorio donde el Occidente colectivo ha forzado –previamente, un cambio de régimen, beneficiando a ultranacionalistas antirrusos y a nazis, que le vienen muy bien para completar el “cerco” a Rusia.
El lenguaje de la izquierda “correcta”, alineada con el gendarme mundial, Mr. Biden y los demás pentagonales, debe insistir en la denuncia de la voluntad neoimperial de Putin. Santiago Alba tiene miedo de una voluntad neoimperial, la de la “Tercera Roma” moscovita, y, en cambio, se ha acostumbrado a la otra voluntad de imperio, la de Biden y el Pentágono. A esa sí hay que plegarse, es lo que dice el autor otanista. Esa, al menos, es la que conocemos en Occidente y nos pastorea. También pastorea a la izquierda. Alba se pregunta: “¿Qué hace Rusia, por ejemplo, en Siria, en Mozambique, en Mali, en Libia? ¿Defenderse de la OTAN?” (cita textual)
A lo que se ve, hay imperios que poseen el derecho a ser omnipresentes. Pero las intervenciones puntuales de otros imperios, Rusia o China, se deben impugnar de inmediato. ¿Buscamos cifras para comparar el número de portaaviones, bases militares en el mundo, tropas desplazadas en el extranjero? La diferencia es abrumadora: EE.UU. gana en todas las estadísticas. Éste si es el imperio intervencionista y omnipresente: en todos los mares, en todos los continentes están ellos. La presencia exterior rusa, más allá de los países satélites que están adheridos o son contiguos territorialmente a la Federación, es escasa, puntual, limitada. De su parte, la presencia militar China, allende la defensa de sus aguas jurisdiccionales y de sus fronteras, es escasísima. Don Santiago mantiene en este artículo que glosamos una equidistancia inaceptable. Recuerda tal equidistancia tiempos de plomo, años en los que una parte mata y encañona, y la otra parte cae bajo los impactos mientras oye, de boca de su propio verdugo, la cantinela: “¡sentémonos a negociar!”
Don Santiago, con su izquierda otanista, sentencia a muerte toda una trayectoria ideológica de oposición del Imperio yanqui, de lucha contra el entramado agresivo y belicista de la OTAN, de pacifismo consciente y realista, de defensa activa de la multipolaridad, de lucha en pro de los pueblos, de las naciones que no quieren seguir siendo colonias de EE.UU ni comparsas de un ejército omnipresente y genocida. No es cuestión de que nos agrade Putin, o compremos su “narrativa”. Es cuestión de que denunciemos con claridad la existencia de una izquierda otanista, una de las “patas” sobre las que se levanta el imperio del neoliberalismo.
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