Estados Unidos trata de detener la lenta muerte de su hegemonía embarcando a Europa en una deriva demente – Por Juan Manuel de Prada

Mientras Europa duerme
Por Juan Manuel de Prada

Vestido con el hábito del porquero de Agamenón, Trump ha advertido durante un mitin que el dólar y, por ende, la economía estadounidense están a punto de naufragar, señalando como causa principal del naufragio la alianza de Rusia y China. No yerra Trump en este señalamiento, aunque el fenómeno es más vasto e incontenible.

Son decenas las naciones que no están dispuestas a ser colonias de los Estados Unidos, al estilo de las que integran el pudridero europeo. Los llamados BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica) ya han anunciado un acuerdo para instaurar un sistema de intercambio monetario que los libere de la dependencia del dólar, basado en las monedas nacionales o incluso en la creación de una nueva moneda de reserva mundial. Aparte de alcanzar así un intercambio comercial más beneficioso para sus intereses, su propósito es acabar para siempre con la hegemonía yanqui, con su papel de capataz mundial, que impide el desarrollo de otros países, o los convierte en lacayos genuflexos, exigiéndoles imponer sanciones a sus enemigos (con el efecto ‘boomerang’ que hoy padecemos en Europa).

En su reciente visita a China, el presidente Lula da Silva ha firmado una serie de acuerdos de comercio bilateral que establecen intercambios en las monedas nacionales, prescindiendo del dólar. Y ha hecho un llamamiento para que otras naciones sigan el mismo ejemplo: «¿Por qué no podemos comerciar con nuestras propias monedas? –afirmó Lula da Silva, en un discurso pronunciado en el Banco de Shanghai–. ¿Quién fue el que decidió que el dólar fuera la moneda de reserva tras la desaparición del patrón oro? ¿Por qué no el yuan, el real o el peso?». No hace falta añadir que Lula fue aplaudido con las orejas, no sólo en China, sino en otras muchas naciones que han decidido sacudirse definitivamente el yugo. Un ejemplo palmario son los países africanos, que no soportan por más tiempo el paternalismo occidental (como recientemente reprochaba sin ambages el fornido presidente del Congo al enclenque y gerontófilo Macron) y han resuelto avanzar en la senda de un mundo multipolar. Y no debemos olvidar que, entretanto, se están consumando acercamientos hasta hace poco impensables, como los que en las últimas semanas han protagonizado Arabia Saudita e Irán.

Estados Unidos es una potencia fiambre (y no sólo por estar gobernada por una momia gagá), rendida –como advirtió con clarividencia, hace más de medio siglo, Eisenhower– a los intereses de la industria armamentística. Una potencia fiambre que trata desesperadamente de detener la lenta muerte de su hegemonía embarcando a Europa en una deriva demente que está destruyendo su economía. Ligando su destino a un cadáver que hiede, ese «jardín» al que aludió el supremacista Borrell (parece mentira que semejante bocazas pirómano esté al frente de la diplomacia europea) se convierte en un jardín de infancia que va camino de la irrelevancia, en un mundo irremediablemente multipolar.

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