Moralina progre y leyes que primero toleran, luego amparan y por último promueven desórdenes morales – Por Juan Manuel de Prada

Moralina progre
Por Juan Manuel de Prada

Acontecimientos recientes como el cambio de sede social de una gran empresa han provocado una copiosa vomitona de moralina progre que a todos nos ha dejado pingando con sus tropezones. Mientras nos los sacudimos, haremos una sucinta reflexión sobre la ley y la moral.

Decía Santo Tomás que toda ley justa es moral, porque «el efecto que con ella busca el gobernante es un acto moralmente virtuoso: el cumplimiento de algo necesario para conseguir el bien común». La vida humana tiende a un fin, que es alcanzar el bien; y la moral es el medio para alcanzar ese fin. Así que el gobernante establece leyes que sean camino seguro para evitar que los hombres se desvíen de ese bien. Esta conjunción entre ley y moral se hace añicos en los regímenes liberales, que postulan que cada hombre puede elegir el fin de su vida que le convenga, que no necesariamente tendrá que ser el bien; y, en sus expresiones más disolventes, se niega incluso que el bien sea el fin de la vida humana. La ley, en estos regímenes, deja de ser el camino para evitar que los hombres se desvíen de ese bien; y, en sus expresiones más disolventes se convierte en camino para apartar a los hombres del bien.

En una primera fase de disolución, las leyes toleran ciertos desórdenes morales, sin llegar a aprobarlos (así se hizo, por ejemplo, con el adulterio). En una segunda fase, las leyes amparan los desórdenes morales que previamente toleraron (así se crearon, por ejemplo, leyes de divorcio). En la fase terminal, se promulgan leyes que postulan abiertamente el mal, que ansían frenéticamente el mal, promoviendo y financiando los desórdenes morales. Ocurre en todos los regímenes liberales; en el Régimen del 78 dicha labor de promulgar leyes disolventes la ha capitaneado siempre el Partido de Estado, con los tontos útiles de la derecha siempre a rebufo, consolidando esa progresiva disolución.

La legislación que permite a las empresas cambiar de país su sede social no es una excepción. Gobernaba el Partido de Estado cuando se suscribieron todos los convenios europeos sobre libre circulación de capitales y libre establecimiento de empresas en territorio europeo. Pero, ¡ay!, esa legislación provoca resentimiento en la gente que, entretanto, ha sido encaminada hacia el mal, mediante leyes que primero toleraron, luego ampararon y por último promovieron y financiaron todos los desórdenes morales. Y, para desviar el resentimiento de esa gente envilecida, el Partido de Estado la rocía con una vomitona de moralina progre, como si las empresas que cambian su sede social de país lo hicieran al amparo de «poderes oscuros» (doctor Sánchez dixit) y no de la legislación impulsada por el Partido de Estado. Para consumar este birlibirloque hace falta, desde luego, gozar de esa ‘superioridad moral’ que se atribuye a la izquierda; pero también hace falta un pueblo convertido en piara encaminada hacia el mal, que cuando le mean en la boca piensa que llueve benéficamente.

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