Por Ricardo Vicente López
La crisis cultural de Occidente está reclamando un pensar crítico y profundo
Parte I – Presentación del tema
Los modos de pensar — es decir, la estructura que modela los análisis y las reflexiones — se pueden expresar con una palabra más técnica: “paradigmas” [[1]]. Condicionan el pensamiento y han variado a través de los tiempos, mostrando ciertas predilecciones o inclinaciones, según los momentos histórico-políticos y los cuadros culturales dominantes.
Se puede partir de la estructuración, un tanto esquemática pero útil para este propósito, que describe el siguiente recorrido:
a- para una etapa originaria de los hombres predominó un pensamiento de tipo teológico-mágico, entendido como un modo de colocar los hechos bajo el dominio de poderes extraterrenales que explicaban todo;
b- para los antecedentes de la historia de las ideas de Occidente, se parte del gran aporte del pensamiento de los griegos clásicos (VI al II a. C.), debemos agregar una vertiente, menospreciada por lo general, el aporte de la tradición semita (según RAE: este adjetivo designa a los pueblos descendientes de Sem, cuyas lenguas son de origen semítico, entre las que se incluyen el hebreo, el árabe o el arameo, entre otras, no debe confundirse con judío, que está incluido).
Se constituye, a partir de los grandes filósofos, un pensamiento sistemático que se funda en la Razón (logos) como sostén metodológico-argumentativo. El periodo comprendido entre los siglos IV y XVI de nuestra era, en el ámbito de lo conocido luego como Europa, la teología sistemática y la filosofía se repartirán los estudios y escritos de aquellos pensadores. Desde el siglo XVIII en adelante, adquiere una primacía casi excluyente el modo científico moderno de investigar y de presentar sus resultados, se margina un saber residual: la filosofía, que asume un papel secundario.
La etapa que comienza en la segunda mitad del siglo XX, con mayor énfasis en la última década hasta nuestros días, un pragmatismo simplón, prepotente, pretende e intenta desvalorizar todo pensamiento e investigación que no desemboque en un aporte a la producción de bienes comercializables. Esto se presenta, dentro del sistema educativo, con una actitud de sobrevaloración de las tecnologías (“el saber hacer” – (knowhow)), con menosprecio por las filosofías y las humanidades. Se condena así, a este pensamiento, a sobrevivir por la consideración recibida como temas de tercera o cuarta categoría. El espacio del saber sobre lo espiritual ha sido apropiado por las ciencias sociales, en todo su espectro; o en la era de la posmodernidad por lo New Age [[3]]. Por ello, se pretende imponer una reducción de su presencia en los programas de estudio, o su simple eliminación.
En las páginas siguientes presentaré argumentos en defensa del pensamiento humanista, apoyado por personalidades académicas de prestigio internacional que postulan una defensa de la enseñanza de estas disciplinas al mostrar los riesgos corridos en caso de avanzar estas arremetidas ideológicas. El ataque contra el cultivo de las humanidades empuja hacia el imperio de una nueva forma de la barbarie: la formación de un perfil humano dedicado a la producción de mercancías para el mercado: sin preguntas, sin cuestionamientos, sin conflictos, para el normal desenvolvimiento del proyecto globalizador.
La tesis por mí expuesta planteará la necesidad de proponer y desarrollar una actitud crítica ante estos planes imperiales, cuyo requisito básico es una sólida formación filosófica y una fundamentación racional, sistemática, profunda, que coloque los valores humanos por encima de los valores del mercado.
Parte II.- La nueva Miseria de la Filosofía
Con este título —que involucra una rememoración de un viejo libro de Carlos Marx, Miseria de la filosofía, de 1847—, publica sus reflexiones un joven español de 26 años, licenciado en Física por la Universidad de Granada, Máster en Técnicas y Métodos Avanzados en Física (MTAF), ahora como becario FPU en el Departamento de Física Teórica y del Cosmos. Se trata de un científico en el inicio de su carrera de investigador: Mikael Rodríguez Chala, quien se lanza a la polémica a raíz de las limitaciones que detecta en la enseñanza de su país. A diferencia de muchos de sus colegas, sale en defensa de la formación filosófica como requerimiento básico para una maduración intelectual y moral. Las universidades de hoy, como resultado de las corrientes dominantes que sobreestiman la especialización, recortan el universo de ideas en su tendencia a “saber cada vez más sobre menos”, como José Ortega y Gasset sostuvo a comienzos del siglo pasado, en su famoso libro La rebelión de las masas (1929).
A partir de la sentencia de René Descartes: «Vivir sin filosofar es, propiamente, tener los ojos cerrados, sin tratar de abrirlos jamás», Rodríguez Chala advierte sobre los peligros de la formación universitaria desacoplada de la lectura de la buena filosofía:
«Esquiva y clandestina, son los nuevos atributos de la filosofía. Quienes otrora, como reza la leyenda, fueran baluartes de las artes y las ciencias, podrían sentirse al día de hoy con el rostro entre las manos. La LOMCE [La Ley Orgánica para la Mejora de la Calidad Educativa] y sus secuaces se proponen alcanzar un modelo social de distopía y pensamiento único. Donde el debate no tenga lugar. Donde los conflictos se resuelvan con directrices maniqueas controladas desde arriba. Las batallas a lo Marx-Prouhdon, aireadas córam pópulo [delante del pueblo] desde tiempos presocráticos, se escapan de las aulas donde antaño eran tenidas como fuente del desarrollo personal y del júbilo intelectual. La filosofía se está muriendo, porque la están matando».
Lo que se afirma para España no está alejado de lo que algunos planteos de cierto progresismo pragmático proponen para nuestra América. El peso del Banco Mundial, en sus proyectos de apoyo a la educación, apunta a los mismos resultados. Continúa nuestro filósofo:
«Sus señorías olvidan, o saben de buena tinta, el valor incalculable de la enseñanza filosófica. El juego philosophicus, circunscrito por el saber histórico y los altercados del debate, todas figuras inherentes e inseparables de las clases de filosofía, componen mucho más que el pueril y anodino cuerpo de una materia exigua y prescindible. El debate, la reflexión, la dialéctica, el recreo intelectual, el desarrollo social y personal en definitiva, son consecuencias ineludibles de este escenario de diversidad que construyen, o construyeron, las clases de filosofía. Los jóvenes estudiantes, ciudadanos críticos en formación, habrían de conocer el papel indescriptible que el pensamiento filosófico ha jugado en la historia del cambio social, desde los modelos de hombre y sociedad de los tiempos de Sócrates o Platón, hasta las visiones modernas de autores de renombre».
El desprecio por el saber filosófico encubre un intento de domesticación de las mentes jóvenes. La fascinación tecnológica empuja a un modo de pensar al que le preocupa prioritariamente el “saber-como” (know-how), del cual Wikipedia informa:
«Es una expresión anglosajona utilizada en los últimos tiempos en el comercio internacional para denominar los conocimientos preexistentes no siempre académicos, que incluyen: técnicas, información secreta, teorías e incluso datos privados (como clientes o proveedores)».
Pero no debe ocultarse que, cuando esta expresión ingresa al sistema educativo, está privilegiando un «saber cómo hacer algo fácil y eficientemente: experiencia», lo cual deja de lado preguntas como ¿Es necesario hacerlo?; ¿Para qué?; ¿Es eso lo que hay que hacer o se podrían intentar otros productos? ¿Es necesario que se haga de ese modo o podrían investigarse otros caminos? ¿A quiénes beneficia hacerlo? ¿A quiénes perjudica?, etc.
La fascinación técnica, observable en las carreras de ingeniería, nubla la vista ante tantas dificultades implícitas en el know-how (el saber-cómo) que, en gran parte, es propiedad de empresas multinacionales. Pero como consecuencia nefasta, acarrea además una limitación intelectual que acompaña a la enseñanza especializada, que impide hacerse las preguntas mencionadas. La porfía en el logro de una investigación exitosa no deja ver cuáles serán las consecuencias cuando ese objeto se aplique a su objetivo.
Tal vez un caso paradigmático sea el de Robert Oppenheimer (1904-1967), físico estadounidense, director científico del proyecto Manhattan, el mayor esfuerzo investigativo, intenso y apremiante, durante la Segunda Guerra Mundial en la búsqueda de los diseño de la primera arma nuclear en el Laboratorio Nacional de Los Álamos, en Nuevo México (EEUU). Su dedicación y esfuerzo se vio coronado con ese logro científico. Expresó luego su pesar por el fallecimiento de víctimas inocentes cuando las bombas nucleares fueron lanzadas contra los japoneses en Hiroshima y Nagasaki. Dean Acheson, miembro del gobierno del presidente estadounidense Harry S Truman (1884-1972), explicaba en el New York Times del 11-10-1969, que tiempo después acompañó a Oppenheimer a la oficina de la Casa Blanca. Contó entonces que el científico le manifestó que sentía todavía remordimientos de conciencia, exteriorizados con un retorcerse las manos: «Tengo las manos manchadas de sangre». Este hecho nos muestra el divorcio entre la investigación y las consecuencias posteriores a la aplicación de esos inventos.
Nuestro joven científico, Rodríguez Chala, atribuye esto a la falta de una formación ética y filosófica que permita desarrollar un pensamiento crítico más profundo y abarcador.
Esa carencia en la formación científica provoca ignorancia sobre los posibles resultados no deseados, aunque previsibles, si se reflexionara seria y profundamente sobre los objetivos últimos de las investigaciones de todo tipo. Rodríguez Chala propone una filosofía que abone el compromiso social de científicos e investigadores para un acercamiento de la ciencia a los problemas de los más necesitados, algo que, en parte, ha estado lográndose en décadas anteriores.
«Sin embargo, la filosofía no ha sido solo el rostro visible de la agitación social, sino también del desarrollo científico del que a la postre bebemos, somos herederos y actores interesados. La filosofía, lejos de pasar de puntillas, ha jugado un rol de envergadura en el plano de la ciencia. La biología, por ejemplo, abanderada en el contexto por la bioética, y venida al pueblo llano al calor de los transgénicos y las células madre, deviene de manera indefectible en litigios filosóficos, de los que todos hemos sido partícipes de una u otra forma. Las matemáticas: amigas y compañeras de los estudios filosóficos desde sus orígenes, como revelan los trabajos de Leibniz, Newton o Descartes y especialmente los desarrollos en lógica de Rusell o Godel (entre otros), cuyos teoremas de incompletitud revolucionaron, sin duda, el pensamiento moderno. Los fundamentos de la matemática siguen siendo, al día de hoy, objeto de contienda entre los estudiosos del campo. De contienda que, también, es filosófica».
Termina afirmando:
«La filosofía supone, como pretendo mostrar, un ejercicio de importancia capital. Una condición sine qua non del desarrollo mental. Y no hablo ya de los clásicos, de los Principios de la razón o de Así habló Zaratustra (que nos llenan asimismo de paz y vida, de amor y fruición intelectual). Hablo de las pequeñas batallas. De opinar, de pensar. Porque señores, reflexionar, discutir, posicionarse; todo eso es también filosofía. Podría decirse, por tanto, que todos somos filósofos».
[1] De acuerdo con Thomas Kuhn, un paradigma es un sistema de creencias, principios, valores y premisas que determinan la visión de una determinada comunidad.
[2] Filósofo, intelectual y militante comunista alemán. En su vasta e influyente obra, incursionó en los campos de la filosofía, la historia, la ciencia política, la sociología y la economía.
[3] El término Nueva era o New age se refiere a una serie de prácticas y creencias espirituales o religiosas que crecieron rápidamente en el mundo occidental durante la década de 1970.
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