Por Marcelo Ramírez
Existe un consenso tácito entre los analistas en que el enfrentamiento entre el Occidente Colectivo y el modelo multipolar se está desarrollando en forma acelerada. La III Guerra Mundial se disputa como era de suponerse, en diferentes planos y dimensiones, donde cada una de las cosas que suceden deben ser leídas en clave de guerra.
En un enfrentamiento de esta magnitud que forzosamente es universal, no hay áreas o regiones que se puedan mantener al margen cuando el mundo se ha globalizado. La globalización no es solo el modelo económico que se identificó con esta manera de reorganización mundial, sino que también tiene un componente tecnológico que la ha hecho posible.
La confrontación en Ucrania se ha puesto en el centro del escenario por dos motivos; uno es porque involucra directamente a la OTAN, como así también a la Federación de Rusia y el otro porque se genera dentro de la propia Europa.
La falta de perspectiva histórica nos hace ver con asombro que en el Viejo Continente se produzca este enfrentamiento militar. La mayoría creería que los europeos son seres que han evolucionado por encima de la media de la humanidad y los conflictos se preveían en zonas poco desarrolladas y periféricas -para el centralismo occidental-, como Medio Oriente, Asia Central o algún otro lugar poco conocido para las mayorías occidentales.
Sin embargo, no deberíamos sorprendernos que la chispa de la guerra mundial se inicie en Ucrania. Europa ha sido la cuna de los mayores enfrentamientos mundiales, al menos si los medimos por el impacto en vidas y cantidad de naciones combatientes. Las dos guerras mundiales que conoció la Humanidad fueron comenzadas en Europa por europeos, ¿por qué no sería lógico que la III Guerra Mundial tenga ese mismo origen?
La magnitud del enfrentamiento se extiende, como señalábamos, al mundo entero. La inmediatez en la comunicación y la facilidad y velocidad en el transporte realmente han achicado las distancias, y si era difícil mantenerse neutrales en el mundo de los inicios del siglo XX, en tiempos de la virtualidad del siglo XXI es una tarea extremadamente difícil y que requiere de políticos hábiles que tengan una lectura de los acontecimientos que los haga proyectar como estadistas. Si hay algo que escasea en el mundo actual, es precisamente esto y debemos contentarnos con mediocres personajes que como marionetas obedecen impulsos generados desde fuerzas esquivas pero poderosas.
Las declaraciones de líderes finlandeses o suecos de ingresar a la OTAN en medio de las tensiones con Rusia es una muestra brutal de la ignorancia de estos personajes que toman decisiones que no alcanzan a comprender. Poner a su país como una diana para que se enfoquen los misiles rusos altamente destructivos es propio de una miopía que asusta.
Las mismas sanciones que han perjudicado más a sus naciones que a Rusia nos relevan de buscar más ejemplos de ineptitud, insistiendo en subir el tono a medida que el rebote sobre sus economías se hace más fuerte, es propio de dementes que no comprenden la realidad.
Esta descripción no es novedosa, cualquiera de los lectores conocen la torpeza y la inmoralidad de quienes los gobiernan, lo único que difiere es que hasta hace unos meses su trabajo consistía en mantener su país navegando en piloto automático. Hoy ha aparecido un frente de tormentas de proporciones bíblicas hacia el cual se dirigen a toda velocidad, pero aún viendo la misma no atinan a cambiar el rumbo.
Retomando el inicio de la nota, la propia característica universal hace que el enfrentamiento no solo se agrave minuto a minuto, sino que además se extienda geográficamente. Es ampliamente tratado el conflicto y sus repercusiones en Medio Oriente, Asia Central o en el Lejano Oriente. Sin embargo, hay un continente que está geográficamente aislado de los grandes actores por los océanos y que suele quedar fuera de los análisis geopolíticos, pero que es el último bastión de los EE. UU. en defensa de su posición de hegemonía política.
América se distingue de Oceanía porque no ha tomado partido por uno de los bandos abiertamente, el alineamiento australiano sancionando a Rusia y a China, siendo además parte del Aukus, pone al continente en el centro del conflicto. Nueva Zelanda, el otro gran actor regional, es parte de los Five Eyes, el complejo de espionaje electrónico que el mundo anglosajón emplea desde hace años.
Oceanía es ya parte del conflicto, aun cuando no esté en el centro de la escena geográfica.
América, diferenciándose, tal vez por su realidad de ser parte del mundo iberoamericano, tiene una actitud diferente.
Los principales países sudamericanos han dado un giro hacia la “izquierda” según la prensa. La victoria de Alberto Fernández en Argentina, de Castillo en Perú, de Arce en Bolivia, Boric en Chile, Maduro en Venezuela y Petro en Colombia, más la esperada victoria de Lula en Brasil, abren paso a la creencia de que EE. UU. está perdiendo terreno en lo que considera su zona de influencia natural.
Esta idea se apoya también en la gran presencia de inversiones chinas que han desplazado a los EE. UU. como el principal socio comercial de la región.
Sin embargo, es una percepción errónea que se basa en el intento de comprender a la política hoy en las viejas categorías de izquierdas y derechas. Los políticos mencionados son considerados como representantes de distintas versiones de socialdemocracias, izquierdas y progresismos que marcan el giro sudamericano contra la “derecha”.
Aquí es donde comienzan las confusiones generadas ex profeso por estas categorías sobre las que insiste la prensa y los analistas occidentales.
Veamos un poco más detenidamente este cuadro, ¿qué tienen en común todos estos personajes mencionados? Si exceptuamos en alguna medida a Maduro y a Arce, el resto han cambiado el eje del discurso y sobre todo, de la acción política, de la reivindicación de las ideas, de una mejor y más justa distribución de las riquezas, por las luchas identitarias y ambientalistas.
El eje de acción pasa por las cuestiones de género y el cambio climático antropogénico, pero es una continuidad de los programas económicos neoliberales. Alberto Fernández no ha dudado en incursionar en el lenguaje “inclusivo”, imponer el aborto, crear el ministerio de géneros, gastar en medio de la crisis terminal argentina el 3,4 % del PIB en “perspectiva de género”. El plan económico, si generosamente podemos llamarlo plan, es una continuidad del modelo que estableció Mauricio Macri. Endeudamiento en el exterior, acuerdo con el FMI, caída del salario real y de las jubilaciones, dolarización de las tarifas de servicios públicos, encarecimiento de los alimentos básicos, altísimas tasas financieras que asfixian la economía y un clientelismo político que sostiene el país tratando de evitar el estallido social basado en planes sociales sujetos a la voluntad política del mandatario de turno.
Con diferentes matices propios de cada situación particular, este modelo económico es algo en común en los mandatarios del progresismo regional.
Pero no es lo único, el alineamiento con Washington sigue presente. Si bien hay conatos de rebeldía como sucedió en el último encuentro continental, la realidad es que es apenas una forma de salvar las apariencias, mostrándose como distintos a los desgastados gobiernos de ‘derecha’. La realidad indica que a la hora de decidir que hacer con el conflicto ucraniano, las posiciones que prevalecieron no fueron las de apoyar a Rusia, sino de alinearse con las denuncias del Occidente Colectivo.
Bolsonaro, presidente de Brasil, de ‘ultraderecha’ según el progresismo, ha sido un actor importante acercándose a Putin en medio de la crisis. Si bien sus políticas económicas tienen muchos puntos similares a las neoliberales, en temas identitarios sus posiciones se alinean naturalmente a las de Rusia o China, y Brasil, a diferencia de Argentina, no condenó a Rusia en la ONU.
Maduro, poco preocupado por las cuestiones identitarias, se ha transformado en un socio privilegiado de Rusia y China, mientras que Alberto Fernández frenaba negociaciones estratégicas con Rusia para agradar a EE. UU. y al FMI o Boric atacaba a las “dictaduras” de Venezuela, Nicaragua, China y Rusia.
Petro ha puesto como ministro de Hacienda a José Antonio Ocampo, un economista neoliberal cuyas ideas no difieren mucho de las de Paulo Guedes, el polémico ministro de Bolsonaro.
Difícil de comprender entonces cuál es la diferencia real entre izquierda y derecha. En definitiva, cuando vemos las posiciones en los hechos concretos vemos que la izquierda entre sí tiene grandes diferencias. Si tomamos como ejemplo la relación con Rusia, podemos observar dos bandos, uno constituido por derechas e izquierdas contra derechas e izquierdas ubicadas en el otro extremo.
En definitiva, hablar en estos términos no significa nada, Sudamérica no divide a sus políticos en estas claves en una forma significativa, sino que lo hace en su posicionamiento a favor de la hegemonía de EE. UU. o del mundo multipolar ruso. Si uno toma este aspecto verá que los alineamientos terminan por ser los mismos que con las cuestiones identitarias y diferente a la división izquierda y derecha.
Por ello no es correcto decir que Sudamérica gira hacia la izquierda como sinónimo de acercamiento a Rusia y China porque los nuevos mandatarios están alineados con Washington en los temas que EE. UU. considera centrales.
Lo que en realidad estamos viendo en esta región es como el globalismo financiero que controla Washington ha conseguido hábilmente imponerse cambiando de ropas. Mientras la izquierda se ha quedado con la simbología creyendo que eso le daba la victoria, el globalismo les ha hecho creer que lo importante es lo identitario, y la retórica a cambio de quedarse con la decisión en los temas claves que le interesan.
Por ello es que vemos cómo la izquierda llega al poder en una tensa situación global en el patio trasero de EE. UU. sin que este reaccione. Washington no solo acepta sino que valida como democráticos los gobiernos que se allanan a seguir sus políticas, aunque piensen que son anticapitalistas. Mientras toma esa actitud con los Boric sudamericanos, les declara la guerra a aquellos que no se alinean con sus intereses, sin importarle si son de izquierda o de ‘ultraderecha’ como Bolsonaro.
Es hora de que empecemos a reflexionar en qué es lo que realmente determina la dialéctica actual, la dicotomía izquierda/ derecha o esta disputa entre la hegemonía anglosajona y el modelo multipolar que encabezan Rusia y China.
Si lo vemos en términos clásicos, la izquierda avanza, pero si nos preguntamos a quién beneficia ese avance, la respuesta es a EE. UU.
El globalismo posiciona sus fichas camuflando su esencia, nos deja decir que gana el progresismo y la izquierda, cuando en realidad son ellos quienes ganan porque estos políticos son su creación y como tales, sirven a sus intereses.
*Marcelo Ramírez es analista en Geopolítica. Director de AsiaTV.
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