La partitura navarra del Régimen del 78 – Por Juan Manuel de Prada

La partitura navarra
Por Juan Manuel de Prada

Con la entrega de la alcaldía de Pamplona a los batasunos se consuma su asimilación al «consenso democrático», valor primordial del Régimen del 78. Rasgarse ahora las vestiduras por lo ocurrido es como llorar ante la leche derramada.

Para ser incluidos en dicho «consenso democrático», a los batasunos les bastó con renunciar al plomo y al amonal, pudiendo en cambio defender las mismas ideas que defendían antes. Pues, como han repetido los prohombres más respetados del Régimen del 78, «nuestra Constitución no es militante». Es decir, no exige a quienes están protegidos bajo su manto adherirse a los principios que supuestamente la fundan. Y decimos «supuestamente» porque, si tales principios no son de obligatoria asunción, lo que en realidad se está diciendo es que la Constitución no es más que un acuerdo de voluntades humanas cambiantes, no un texto que reconozca un «orden del ser» que las trasciende.

Para una «Constitución no militante» (en puridad, ninguna lo es), toda idea puede ser defendida, aunque atente contra sus fundamentos, siempre que se haga por vías pacíficas y democráticas, como hacen ahora los batasunos. Pero esto, como ya hemos señalado repetidamente, es una perversión filosófica, jurídica y moral. Pues lo que nos enseña el juicio moral sobre la naturaleza de las cosas es que hay ideas cuya expresión no puede ser admitida bajo ningún concepto, sin importar que dicha expresión sea pacífica o violenta. Pero el «consenso democrático» vigente en España se niega a enjuiciar moralmente la idea que subyacía bajo los métodos criminales empleados por los etarras, que es la misma que siguen defendiendo los batasunos. Y, desde el momento en que nuestro «consenso democrático» se niega a enjuiciar moralmente esa idea, se suceden las perversiones filosóficas y jurídicas, en catarata incontenible. A la postre, una «Constitución no militante» consagra bajo una máscara de juridicidad la voluntad del más fuerte, que puede decir lo mismo que el fraile de la conseja («Todo es bueno para el convento»), mientras carga con una puta sobre los hombros.

Pero, al considerar esas perversiones plenamente legítimas, inevitablemente se debe aceptar que sean propagadas y defendidas públicamente, se debe aceptar que formen parte de un programa político, se debe aceptar que quienes las sostienen sean elegidos como representantes populares y admitidos en las instituciones… ¿Cómo se va a impedir que también las gobiernan? En realidad, este ayuntamiento de Pamplona que ahora el doctor Sánchez entrega a los batasunos no es más que un «premio de consolación» que les concede, para no entregarles (de momento) el gobierno del País Vasco, que ya ha pactado con los sabinianos, aunque los batasunos resulten los más votados en las próximas elecciones autonómicas. Así lo han pactado, según la voluntad del más fuerte; y los batasunos lo han aceptado. Pero de algún modo hay que compensarlos y premiar su aceptación de las reglas que rigen el «consenso democrático».

No entendemos, pues, por qué la entrega del ayuntamiento de Pamplona a los batasunos solivianta tanto a los constitucionalistas chorlitos. Los batasunos ya se han integrado en la «dirección del Estado», en lo que no hacen sino probarse como unos hijos pródigos del Régimen del 78, que después de emplear métodos criminales han renegado de ellos para poder nutrirse a sus pechos y así quedar plenamente integrados en el paraguas de la juridicidad. ¿Cómo va a dejar el Régimen del 78 de premiar su regreso a la casa común del «consenso democrático» con un banquete municipal? Un ayuntamiento ni siquiera se trata del ternero mejor cebado…

Impedir que los batasunos gobiernen los ayuntamientos, o cualquier otra institución pública, se trata de una inconsecuencia, según la lógica averiada de origen del Régimen del 78. Una prueba de esta inconsecuencia flagrante de los constitucionalistas chorlitos la ofreció, durante los debates de investidura recientes, el candidato fallido Feijóo, cuando después de recordar que los batasunos habían puesto en su «punto de mira» a muchos compañeros de su formación política, afirmó disparatadamente: «Yo vengo a salvaguardar el Régimen del 78, que les permite a ustedes estar aquí a pesar de todo lo que han hecho. ¡Fíjense qué grandeza!». Es decir, al constitucionalismo chorlito le parece una «grandeza» extraordinaria que las personas que han tenido en el «punto de mira» a españoles estén presentes en las instituciones públicas, sin abjurar de sus ideas. ¿Por qué no habrían también de gobernarlas, si los asiste la voluntad del más fuerte? El doctor Sánchez no hace sino mostrarse, una vez más, como constitucionalista consecuente, a diferencia de los constitucionalistas chorlitos, que ponen tronos a las causas y cadalsos a las consecuencias.

En cierta ocasión, escribió Pemán en una tercerita de ABC que «Navarra es la partitura a la que el director de orquesta dirige, de vez en cuando, una mirada de reojo para que su sinfonía se parezca lo más posible a lo que está allí escrito». Un hermoso símil en el que se sobrentiende que, si Navarra es la partitura, España es la sinfonía. Hoy más que nunca, Navarra se convierte en la partitura del Régimen del 78; otra cosa es que la música resultante no sea una sinfonía, sino una chirriante fanfarria. Pero nunca fue otra cosa, porque quienes escribieron las notas –los padres fundadores de nuestro régimen político– no conocían los rudimentos de la armonía.

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