Medios legales, fines alevosos – Por Juan Manuel de Prada

Medios legales, fines alevosos
Por Juan Manuel de Prada

Debo reconocer que Alfonso Guerra siempre me ha caído estupendamente, sobre todo porque guarda un cierto parecido físico con mi padre; y también porque su inteligencia es afilada y viperina. En la excelente entrevista que le hacía Ignacio Camacho, Guerra se ponía muy antimaquiavélico, denostando no sólo la tesis de que «el fin justifica los medios» (es decir, denostando una práctica política impulsada por la pura voluntad de acción), sino también la de que «los medios justifican el fin» (es decir, advirtiendo que a través de medios legales se pueden alcanzar fines inicuos).

Piensa Guerra que este segundo enunciado (que le sirve para descalificar las maniobras del doctor Sánchez para alcanzar el poder) ha salido de su caletre; pero lo cierto es que la doctrina católica siempre condenó ambas tesis: la primera y más divulgada («el fin justifica los medios») porque a nadie le está permitido hacer mal para buscar bien; la segunda («los medios justifican el fin») porque las cosas no se pueden hacer sin más motivo que hacerlas correctamente, sino que tienen que tener un fin bueno, que en política no puede ser otro sino el bien común.

El rechazo de ambas tesis lo resume maravillosamente Thoreau en su ‘Apología del capitán John Brown’, cuando señala que, en el ámbito moral, sólo cuando se planta una buena semilla se puede obtener buen fruto; es decir, debe existir una plena identificación orgánica entre medios y fines.

Pero, con todos mis respetos casi filiales a Alfonso Guerra, lo cierto es que el Régimen del 78 (del cual él fue, si no padre fundador, al menos ayo o rodrigón) se funda precisamente en la tesis que él repudia. Los urdidores de esta máquina espantable que ha reducido España a fosfatina determinaron que «los medios justifican los fines»; y por eso se preocuparon mucho de establecer minuciosos procedimientos legales que permitieran alcanzar todo tipo de fines, incluso los más alevosos o aberrantes.

Para el Régimen del 78, lo importante es que la acción política se desenvuelva con arreglo a determinadas fórmulas, con escrupuloso respeto a la «legalidad vigente», con trámites y plazos y mayorías y tiquismiquis y por el culo te la hinco, de tal modo que se no se infrinjan las «liturgias democráticas». Así se han legalizado en España las aberraciones más alevosas y sobrecogedoras (mucho más alevosas y sobrecogedoras que la amnistía en ciernes). Y esta exaltación de los «medios», además de legalizar aberraciones, ha servido para mantener entretenidas a las masas cretinizadas, como se demuestra en todos los requisitos y requilorios absurdos que se arbitraron para el rigodón de las investiduras, que hacen creer a las masas cretinizadas que están asistiendo a un auto sacramental, mientras se la meten doblada.

El Régimen del 78 se funda, en fin, en una concepción de la política ligada a los «medios» y desenganchada alevosamente de toda obligación moral. Y en esta hora turbia alcanza su apoteosis.

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