Pinceladas de un hecho histórico. El retorno del Gral. Perón a la Patria – Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

Haber participado en esos años, en una etapa de la Historia argentina que, en muchos aspectos, revive otros momentos de otras historias de este pueblo, es una vivencia que roza lo religioso. Una alocución latina dice mutatis mutandis (cambiando lo que haya que cambiar) esta historia repite, en sus líneas generales, lo sucedido en otros momentos en los cuales se jugaba el destino de la Patria. Voy a proponerle, amigo lector, sólo unas pinceladas extraídas de algunas manifestaciones, publicadas por diversas personas, que recuerdan o repiten lo que le han contado de aquel acontecimiento; reviviendo hechos, situaciones, anécdotas, de lo que sucedió aquel día, del cual nos separan casi 50 años. Este acontecimiento tuvo como protagonista a un pueblo que se iba a reencontrar con su conductor diecisiete años después de su derrocamiento; consumado con la participación de fuerzas extranjerizantes apoyadas por la participación necesaria, para que eso se pudiera llevar a cabo, del Imperio Británico. En esos años nuestro pueblo padeció persecuciones, encarcelamientos, exilios, muertes, que sobrellevaron muchos compañeros que ofrecieron sus vidas para recuperar la presencia política de quien garantizaba la recuperación de gran parte de lo perdido en todos esos años: la vuelta del Gral. Perón a la patria.

A 50 años del regreso de Perón: la organización del viaje y la travesía del pueblo

«El avión de Alitalia que traía a Perón y a una impresionante comitiva de 150 personas integrada por reconocidas personalidades del peronismo, la cultura y curas tercermundistas arribó a la Argentina tras 17 años y 52 días de exilio. Para millones de personas se trataba de una enorme utopía que se hacía realidad, un evento descomunal y fantástico, un sueño imposible y cientos de miles se movilizaron para recibirlo. Otros de los que esperaban su arribo habían sido sus enemigos más enconados, los que habían conspirado contra su gobierno, como el jefe del ejército y del gobierno militar, Alejandro Agustín Lanusse y el jefe radical Ricardo Balbín, que ahora no veían otro camino que permitir el retorno de quien había sido proscripto, difamado y humillado.

El comando que quedó en la Argentina mientras Héctor Cámpora viajaba con Perón estaba integrado por el hijo de Cámpora, el secretario general del Movimiento Peronista, Juan Manuel Abal Medina, y el jefe de la CGT, José Ignacio Rucci, quienes mantenían las duras negociaciones con los jefes de la dictadura para establecer las condiciones en que sería recibido el ex presidente.

El Gral. Lanusse había tenido que ceder, pese a su voluntad, porque ese retorno ya era imposible de seguir postergándolo. Decía:

“La República no puede seguir viviendo extorsionada por los caprichos de un hombre que está muy próximo a que quede demostrado que no tiene mucho interés en servir a su patria; sino, por el contrario, lo digo levantando la voz y haciéndome plenamente responsable de lo que digo: de lo que tiene interés es de seguir sirviéndose de su patria, como lo hizo toda la vida. ¿O alguien me puede decir de un sacrificio de Perón? ¿O de un riesgo personal que voluntariamente haya corrido? Si Perón quiere venir le damos plata, ¡pero se va a quedar, porque no le da el cuero!”

La consigna “Luche y vuelve” había sido acuñada como bandera en los años de luchas populares que se conocían como la Resistencia Peronista, pero al comenzar 1972 había sido retomada por la Juventud Peronista para convertirla en una intensa campaña de actos, pintadas y volanteadas en todos los barrios del país. La meta del “luche y vuelve” resurgió de esa historia de viejas luchas y pasó a convertirse en un reclamo que encajaba con la coyuntura histórica.

Perón ya había intentado regresar otras veces sin éxito. En una de esas intentonas, en 1964, su avión fue interceptado en Brasil y enviado de regreso a Europa.

La organización del regreso

“Los militares estaban seguros de que habría hechos de violencia. El clima atemorizante que crearon a través de declaraciones y de los medios era que el retorno de Perón provocaría un caos. Perón había pedido que se tranquilizara al pueblo. Durante la mañana, a la convocatoria de las unidades básicas de JotaPe y de los sindicatos, se sumaron miles de personas dispuestas a llegar a Ezeiza para recibir a Perón. La noticia de que el avión había despegado de Italia y que arribaría a la Argentina se difundió rápidamente en los barrios de la ciudad, en los suburbios y en los pueblos y las capitales provinciales. La gente empezó a llegar en los trenes y se formaban grupos en el centro de Buenos Aires, donde se concentraban los vecinos para trasladarse a Ezeiza de cualquier forma.

El gobierno militar dispuso un enorme dispositivo de seguridad en el que participaron 35 mil hombres armados. El operativo tenía un primer objetivo de disuasión. Se había declarado el Estado de Sitio. Ese día había amanecido frío, nublado y lluvioso. Pero eso no fue un impedimento para que ese pueblo empezara a juntarse para formar las columnas. Por parte de los militares rodeaban con un círculo de hierro el aeropuerto, con tanquetas y tanques y numerosos soldados armados cortando el paso sobre los accesos a la autopista Richieri y en la misma autopista.

El día anterior un grupo de oficiales y suboficiales de la marina al mando del teniente Julio César Urien, se habían levantado para tomar la Escuela de Mecánica. Querían mostrar al país que había militares peronistas. La CGT declaró un día de paro y el gobierno le respondió declarando feriado nacional, día no laborable, para de esa forma obstaculizar la concentración de los trabajadores. Sin embargo, la estación de la línea Roca en Constitución estaba desbordada por la cantidad de personas, a las que se sumaban cientos en cada parada hacia la estación Ezeiza. Las formaciones de trenes marchaban atestadas, con personas en los techos de los vagones y en las locomotoras”.

La llegada a Ezeiza

El avión de Alitalia había aterrizado en Ezeiza. Al pie de la escalerilla lo recibió Abal Medina. Un automóvil trasladó a Perón hasta los edificios del aeropuerto y, al bajar del auto, lo recibió Rucci protegiéndolo con un paraguas. Esa fue la escena que se hizo famosa y pasó a la historia. Pero la tensión no disminuía. Desairado por el retorno de Perón, Lanusse estaba dispuesto a obstaculizar sus movimientos e impedir que tuviera contacto con la muchedumbre que pugnaba por llegar.

Con la excusa de que no podían garantizar su seguridad, se le informó que debía quedarse en el Hotel Internacional que estaba en el aeropuerto. Perón consultó con Hector Cámpora y el grupo con el que había llegado. José López Rega dijo que debían regresar a Europa. Perón se enfureció y lo amonestó:Aunque sea tenemos que amagar que vamos a salir y que nos lo impidan, así queda claro para la gente que nos tienen encerrados”. Antes de la medianoche hicieron el intento de abandonar el hotel, pero los militares enviaron tres camiones con soldados con ametralladoras pesadas que se desplegaron en la puerta del hotel.

Finalmente a la madrugada el Ford Fairlane negro que llevaba a Perón y parte de su comitiva, abandonó el aeropuerto de Ezeiza. En los bordes de la autopista todavía quedaban miles de personas empapadas y gaseadas que lo saludaron a su paso hacia la casa de la calle Gaspar Campos 759 Vicente López (Prov. De Bs. As.)

La periodista y escritora argentina, María Seoane, escribe sobre sus vivencias personales:

«No pude comprender cabalmente hasta ese 17 de noviembre de 1972 qué quería decir “lealtad”. Ni entender la naturaleza de ese movimiento, que respondía más al rugido de la tierra, o a un rito ancestral, o a una necesidad de fundirse en el otro detrás de una idea. No había podido hasta ese día entender el texto aluvional de Scalabrini Ortiz sobre “el subsuelo de la patria sublevado” cuando describía la insurrección popular para rescatar de la cárcel al entonces coronel Juan Perón en 1945. No había podido, aún, asomarme a una decisión de la magnitud de la esperanza de nuestro pueblo alimentada de viejos y nuevos sueños. Un amasijo de almas, cuerpos, reprimidos como puede reprimirse inútilmente un río en cascada con diques de violencia, muerte o libertades aniquiladas».

El consenso que despertaba la figura de Perón en la Argentina de comienzos de los años 70 tuvo su expresión en la comitiva que lo acompañó de regreso al país. En el vuelo chárter que partió con el líder peronista desde Roma viajaron 153 personas, entre artistas, deportistas, científicos, sacerdotes, músicos y dirigentes sociales, sindicales y políticos, alguno de ellos de tendencias contrapuestas e incluso enfrentadas. Acompañar a Perón no era sólo un acto de lealtad sino también de pronunciamiento a favor de una democracia sin proscripciones y con justicia social. Y también una suerte de escudo humano en torno al hombre que en aquel momento la expresaba.

«Formaron parte de la delegación el sacerdote Carlos Mujica, el historiador José María Rosa, el cantante Hugo del Carril, los sindicalistas José Ignacio Rucci y Lorenzo Miguel, el futbolista José Sanfilippo, la escritora Marta Lynch, la actriz Chunchuna Villafañe, el cineasta Leonardo Favio, el médico Raúl Matera y la cantante Marilina Ross, entre muchos otros. La gente que acompañó a Perón en el chárter que lo trajo a Buenos Aires era muy variada, del arte, de la cultura, de la ciencia. Buscaban, de alguna manera, protegerlo ante los rumores, para nada infundados, de que pudiera sufrir un atentado. Esto era mucho más difícil que lo hicieran con toda esa gente que lo acompañaba. La delegación daba cuenta también de un testimonio de compromiso político y de no perder la oportunidad histórica de acompañar a Perón en su regreso al país después de tantos años de exilio y proscripción. Fue un hecho cultural, político e histórico sumamente importante».

 

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