Trump, Atila de la paz
Por Juan Manuel de Prada
Ηabría que empezar resaltando en favor de Donald Trump su sincero afán de acabar con las guerras que afligen al planeta. Con la excepción del Papa Francisco, Trump ha sido el único gobernante mundial que ha esgrimido el argumento puramente humanitario como razón para detener las matanzas, tanto en Gaza como en Ucrania. Y, desde luego, ha sido el único dispuesto a pasar “de las musas al teatro”, planteando soluciones concretas para ambos conflictos; otra cosa es que las soluciones propuestas sean viables. En Trump se cumple aquel diagnóstico que Rubén Darío atribuía a los yanquis en su célebre poema “A Roosevelt”: “Juntáis al culto de Hércules el culto a Mammón”. Sólo que mientras los presidentes belicistas de Estados Unidos (que son la inmensa mayoría) logran la amalgama entre esos dos cultos mediante la guerra, Trump aspira a lograrla mediante el comercio. Por ello, juntando a Hércules con Mammón, impone aranceles al mundo entero, a la vez que pretender imponer la paz sin remilgos, por las bravas, de forma avasalladora y expeditiva, al modo de un Atila redivivo que se hubiese levantado con el pie cambiado.
Toynbee comparaba a los Estados Unidos con un gran perro danés que irrumpe en una sala atestada de bibelots meneando alegremente la cola. Sin duda, esta imagen gráfica alcanza su plasmación más cabal en la actuación de Donald Trump, que se desempeña como un gran danés destrozón, en su afán de fusionar el culto a Hércules con el culto a Mammón, sustituyendo la guerra por el comercio. Ya lo probó en la solución propuesta para acabar con la guerra de exterminio en Gaza, alimentada por Biden, que poco más o menos es la solución que la Ley Dawes adoptó con las tribus indias, desplazándolas de sus territorios seculares y confinándolas en reservas. Solo que al menos la indigna solución de las reservas indias se hizo a costa de que Estados Unidos entregase a las diversas tribus desplazadas una porción de tierra de una extensión semejante a la isla de Gran Bretaña, mientras que a los palestinos que Trump propone desplazar de Gaza para convertirla en una nueva Riviera ni siquiera les asigna sitio. Se trata, en fin, de una solución que sólo se le podía ocurrir a un Atila de paz, asesorado por el que asó la manteca.
Algo semejante ocurre con la solución que Trump propone para la guerra en Ucrania. Desde luego, tal solución debe ser negociada (algo que ha defendido incluso el recientemente fallecido Kissinger), porque como ya se ha probado Occidente nunca va a lograr la victoria. Prolongar dicha guerra sólo sirve para llenar los bolsillos de Zelensky y de sus mafias satélites, y también para exterminar a la juventud ucraniana así que Trump resuelve que el mejor modo de aunar el culto a Hércules y el culto a Mammón no consiste en lograr una paz que le garantice la explotación de los recursos ucranianos (desde sus cereales hasta sus tierras raras), Y como Ucrania ha logrado retener una parte de los territorios de Kursk invadidos el pasado mes de agosto (para escarnio del ejército ruso, humillado en la región donde libró victoriosamente la batalla más decisiva de la Segunda Guerra Mundial). Trump concluye que es el momento idóneo para propiciar un intercambio de cromos. Pero Trump olvida que Rusia no pretende tan solo anexionarse territorios, sino que se ha propuesto senceramente “desnazificar Ucrania” (o sea, acabar con los seguidores de Stepan Bandera entronizados tras el golpe de Maidan) y acabar con las veleidades otanistas de Ucrania. Además, Rusia no va a firmar un tratado de paz mientras continúe en el poder Zelensky, a quien considera un presidente ilegítimo por muy diversas razones (su mandato ha expirado, ha prohibido todos los partidos opositores, lo mismo que el uso de la lengua y la religión rusa, etcétera). Trump, desde luego, sabe que Zelensky es un títere y lo desprecia olímpicamente, como la cola de un gran danés desprecia los bibelots, y también desprecia a las colonias del pudridero europeo, a las que ha asignado el papel ancilar de pagar los destrozos ocasionados por la guerra, mientras Estados Unidos saca provecho de los recursos naturales ucranianos. Pero, en su culto simultáneo a Hércules y a Mammón, Trump no alcanza a captar las razones que Rusia tiene para sostener una guerra que está diezmando a su juventud.
Nos enseñaba Cioran que, ya sea que las haya provocado o padecido, Rusia no se ha contentado nunca con desgracias mediocres. Y añadia: “Reacia a definirse y a aceptar límites, cultivando el equívoco en política, en moral y lo que es más grave, en geografía, sin ninguna de las ingenuidades inherentes a los civilizados, que se han vuelto opacos a lo real a causa de los excesos de una tradición racionalista, Rusia, sutil tanto por intuición como por experiencia secular del disimulo, quizás históricamente hablando sea un niño, pero de ninguna manera lo es psicológicamente”. No creemos, desde luego, que Rusia sea “históricamente hablando un niño”; por el contrario, creemos más bien que existe en ella un espíritu milenario y fatalista que le permite afrontar las desgracias con una abnegación de la que carecen los pueblos occidentales, porque en esas desgracias vislumbra el anticipo de una resurrección. Ni Trump ni sus asesores, tan pragmáticos, tan expeditivos, tan Atilas de la paz, pueden entender esto. Son demasiado niños, tanto histórica como psicologicamente para poder hacerlo; y a Rusia -volvemos a Cioran- “el apocalipsis le sienta de maravilla”.
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