Una guerra nuclear entre EEUU y Rusia no es improbable, según el experto Alexander Timojin – Por Marcelo Ramírez

Por Marcelo Ramírez*

La situación de tensión entre los EE. UU. (OTAN) y Rusia crece día a día, Moscú económicamente se encuentra en una posición bastante más cómoda que Europa y en el plano militar se afianza en Ucrania, mientras Washington viene de un revés importante en Siria que trastocó los planes para la región y en Afganistán.

Con la presión rusa sobre mercados fundamentales como el gas, el petróleo y alimentos, sumados a distintas materias primas claves para la economía, las señales de escalada en la guerra cobran cada vez más fuerzas.

Un enfrentamiento directo entre ambas potencias nucleares ha sido descartado por décadas, la MAD (Mutual Assured Destruction) o destrucción mutua asegurada, predice que no podrá haber un enfrentamiento directo porque este escalaría hasta los niveles de una guerra nuclear planetaria que significaría la destrucción no solo de los combatientes, sino del planeta entero.

Para analizar esta situación y saber si aún es así, vamos a comentar un trabajo del año 2020 de Alexander Timojin, un experto en asuntos estratégicos militares ruso. Es relevante aclarar previamente que lo que sigue es la opinión de este experto y está sujeta a debate. Sin embargo, es muy importante para evaluar cuan posible es una guerra nuclear y cuáles son las consecuencias reales que le traería al planeta.

Es necesario también dejar en claro que esto no es un llamado a una guerra nuclear, sino exactamente lo contrario. Mostrar las razones por las cuales un enfrentamiento de este tipo es altamente posible y así es evaluado por los expertos militares en esta área, dejando de lado interpretaciones periodísticas o de meros opinadores que no conocen en profundidad de que hablan y se basan solo en un sentido común instalado desde hace décadas.

Las opiniones de los profesionales pueden ser diametralmente opuestas a lo que se establece por el consenso de los medios y de las sociedades. Estas opiniones no están basadas en sentimentalismos ni ideas sobre lo positivo o negativo ni sobre las consecuencias morales, son simplemente opiniones basadas en datos concretos de la realidad que pueden ser antipáticos o herir personalidades sensibles, pero eso no quita que no sean ciertos y no deban ser contemplados.

La idea inicial sobre la que trabaja Timojin es que las bombas nucleares, aún las mayores, no son más que bombas muy poderosas, pero bombas al fin. Por ello, analizar el impacto de las mismas requiere tener en cuenta muchos factores que no pueden ser reducidos a una expresión sentimental de horror. 

Inicialmente, se puede considerar que un conflicto militar directo entre Rusia y EE. UU. derivaría casi sin dudas en una conflagración nuclear de una rápida escalada. Hay distintos modelos descriptivos y algunos que apuestan a una guerra limitada en función de una escalada para desescalar, una doctrina soviética que aún se contempla en Rusia.

La perspectiva del analista es que una guerra nuclear no sería suficiente para definir la contienda y la misma continuaría luego en forma convencional. Esta afirmación puede ser rechazada casi instintivamente por los lectores que han interiorizado la idea de que una guerra termonuclear significaría un invierno nuclear y el fin de la vida sobre la Tierra. Sin embargo, es necesario abrir la mente a otras posibilidades que pueden ser inesperadas para los legos en la materia.

Timojin cree que Rusia debe invertir más en su ejército convencional y no confiar en que el poder nuclear puede llegar a ser suficiente como garantía de una victoria militar. Por ello, estima que Rusia tiene falencias comparadas con EE. UU. en distintos aspectos, especialmente en los navales. Detalla en consecuencia la escasez de aviones AWACS, un suministro menor al necesario de misiles de crucero, problemas de mantenimiento y construcción de submarinos y otras naves, un número inadecuado de aviones cisterna, bajas cantidades de armas de alta precisión para la aviación y falta de aviones antisubmarinos entre otras cosas.

Si un ataque nuclear, aún inicial y exitoso sobre EE. UU. no es suficiente y que desembocaría en una guerra convencional, su temor es que las fuerzas rusas no puedan enfrentar a las occidentales.

Existen múltiples factores en el plano diplomático, económico y tecnológico que pueden hacer hoy cambiar esta idea inicial escrita hace dos años. Los acontecimientos han mostrado una realidad no esperada en muchos planos que favorecen a Rusia, pero no es el objetivo dilucidar quien tiene más capacidad para ganar la guerra, sino la viabilidad real de una guerra convencional y sus posibles escenarios y consecuencias.

Timojin baraja dos escenarios, el primero llamado el llamado “ataque de contra fuerza”. Es decir, un golpe al potencial a los elementos para una guerra nuclear del enemigo, atacando sus centros más importantes militares.

En su trabajo calcula las fuerzas nucleares basándonos en el tratado START-3 (Tratado de Reducción de Armas Estratégicas, en inglés Strategic Arms Reduction Treaty), pero aquí debemos hacer una primera salvedad y es que data del 2010, siendo prorrogado en el 2021, sin embargo, considerando la actual situación, no podemos saber realmente si el mismo no está siendo violado por las partes.

En el 2019, las Fuerzas de Misiles Estratégicos de Rusia se componían de 141 misiles balísticos intercontinentales monobloque y 177 misiles balísticos intercontinentales con MIRV (Ojivas de Reentrada Múltiples), es decir,  318 cargas misiles con 1165 ojivas.

La Fuerza Aérea posee 55 bombarderos Tu-95 y 13 Tu-160, se desconoce el número exacto de misiles de crucero con armas nucleares, pero Timojin los estima en unas 800 ojivas. 

La Marina rusa: 11 submarinos que poseen cada uno con 16 misiles SLBM con MIRV, estimando un total de 720 ojivas. Un detalle que explica el autor, Rusia no tiene la capacidad técnica para garantizar la recarga de los lanzadores SSBN fuera de las bases, lo que hace que sea imposible usarlos para lanzar múltiples ataques contra el enemigo sin regresar a sus bases.

La primera ola de ataque al corazón de sistema de misiles estratégicos de EE. UU. es de 1165 ojivas. La segunda ola está compuesta por los 68 bombarderos y 376 misiles, quedando en reserva los SLBN para una futura negociación.

Los Estados Unidos tienen 400 misiles balísticos intercontinentales Minuteman III, más otros 50 lanzadores de silos sin misiles que se utilizan como un elemento de confusión, obligando a atacarlos para asegurarse de no dejar misiles sin ser destruidos.

Timojin detalla que los misiles se despliegan en tres regiones, cada una bajo el control de una de las “alas de misiles (aire) de la Fuerza Aérea”: ​​la 90, la 91 y la 341, según se detalle en el siguiente mapa.

Para completar la tarea con eficiencia, Rusia debería atacar los puestos de mando, 14 en la base (el puesto de mando principal, 3 puestos de mando de escuadrón, 10 puestos de control con turnos) y dos centros de comunicación. Deben entonces sumarse 16 blancos más a los misiles y los cebos, requiriéndose para esa tarea 498 ojivas, eso sin contar otros centros como el búnker de Colorado Springs (Cheyenne Mountain). 

Rusia cuenta entonces con 381 elementos, estimando que debe haber más blancos no conocidos y que por su tamaño y distribución muchos blancos requieren varias ojivas, la cantidad disponible parece ser escasa.

El experto ruso agrega que la población enemiga apenas sufrirá daños, o lo hará en una magnitud que permitirá que la industria militar siga con capacidades de funcionamiento, tanto fábricas como oficinas de diseño.

Existe una alta probabilidad de que para cuando puedan actuar los bombardeos rusos, buena parte de los aviones de EE. UU. hayan despegado.

Para garantizar la destrucción de las capacidades nucleares del enemigo, Rusia habrá utilizado sus misiles submarinos SLBM y carecerá de capacidades para continuar el ataque, permitiendo entonces que EE. UU. reorganice sus fuerzas y comience su preparación para la guerra, ya sin armas nucleares en ambos bandos. De esta manera, la guerra nuclear no sería el fin del enfrentamiento y la misma continuaría por medios convencionales, cobrando allí importancia las carencias de materiales planteadas al inicio.

La llegada de una segunda ola de ataque ruso sería empleando los bombarderos estratégicos, el siguiente mapa muestra las estimaciones estadounidenses de objetivos que serán atacados, una estimación que no refleja los informes reales de Inteligencia, pero que sirven de orientación para nuestro fin.

La primera conclusión es que aún usando todo el arsenal y en las condiciones ideales para su eficiencia, todo el potencial militar de EE. UU. no sería neutralizado. El autor además considera que las altas pérdidas en vidas militares rara vez pueden desmoralizar inmediatamente a una nación, suelen producir enojo a las personas y no suprimen la voluntad de resistir.

Timojin imagina luego un segundo escenario posible que consiste en un ataque a la población para terminar por destruir las capacidades de combate enemigas.

La doctrina plantea que cualquier país soportaría la pérdida de varias decenas o cientos de miles de militares para ganar una guerra, pero no así una pérdida masiva de pobladores.

Según estudios de los años 60, los estadounidenses consideraban aceptable perder hasta el 25 % de su población por el triunfo.

En este punto nuevamente debemos considerar que la sociedad actual de EE. UU. está muy lejos de ser la de los 60 y hoy se caracteriza por su banalidad y poco espíritu de sacrificio junto a una degradación moral significativa. 

El objetivo de eliminar a una parte de la población de EE. UU. que fuerce la rendición se ve dificultada por las características propias de este país, donde la mayor parte de las ciudades son extensas en superficie y de poca densidad por km².

El siguiente mapa muestra las características mencionadas.

Para comprender el cálculo, el experto ruso estima que si una ojiva de un Topol-M golpea Manhattan, morirán unas 4,7 millones de personas de un total de 18 millones, que contando inmigrantes ilegales asciende a 20 millones de personas.

La conclusión es que usando todo el potencial quedaría la suficiente población para continuar la guerra.

Considerando las partes de la ojiva que no entran en la reacción nuclear, los residuos como los isótopos, el polvo radiactivo y el liberado a la atmósfera, en conjunto, crearán una zona de contaminación radiactiva de un área mucho mayor en una dirección dada por los vientos.

El siguiente mapa muestra la cola radiactiva de una explosión.

El autor considera que la contaminación radiactiva no es un proceso instantáneo, que las medidas de descontaminación paliarán y muchas de las personas afectadas podrán aún seguir combatiendo de ser necesario durante bastante tiempo.

Asimismo, a medida que se extiende la zona de infección, la radiación se debilitará y la concentración de partículas radiactivas disminuirá reduciendo su peligrosidad.

El experto advierte que el efecto destructivo de la radiación está absolutamente sobreestimado en las consideraciones generales de los no profesionales del tema. Afirmando entonces que desde el comienzo de los ensayos nucleares hasta la prohibición total de las explosiones de los mismos en el aire, el agua, la superficie y el espacio, se han realizado miles de ensayos y el daño que causaron a las personas resultó ser mínimo, aunque no nulo.

La conclusión nos remite a que en los ámbitos profesionales la idea de un invierno nuclear y otras consideraciones muy populares, sean descalificadas y poco tenidas en cuenta, según se desprende de sus conocimientos, la guerra escalará inevitablemente al uso de armas nucleares estratégicas.

Tal vez podremos hacer una serie de consideraciones sobre cómo intervendrían los aliados ante la destrucción del poder nuclear de EE. UU., si Rusia contaría con China para desequilibrar la ecuación en su beneficio o que sucedería con Irán y otras potencias regionales que podrían avanzar sobre el Occidente Colectivo garantizando el final de trabajo iniciado por Rusia.

Lo mismo sucede con la reacción de los EE. UU. Si su población estará dispuesta a seguir combatiendo luego de sufrir en el mejor de los casos unos 40 millones de muertos civiles, entre otras consideraciones como cuál es la capacidad real de la industria militar de Washington para recuperarse, cuál es su potencial verdadero actual y su dependencia de las importaciones. Asimismo, debemos considerar el acceso al agua potable y a la alimentación como resultante de un ataque nuclear y su estela radioactiva.

Los factores a tener en cuenta son infinitos, quien puede ganar la guerra es en realidad un tema que escapa a las intenciones de esta nota y requiere un análisis detallado que seguramente también desatará polémicas.

Timojin ha sido criticado en Rusia por su excesivo apego a aumentar la capacidad naval rusa para enfrentar EE. UU. desconociendo en parte la influencia de elementos como los misiles y su enorme potencial destructivo.

Sin embargo, para los efectos que perseguimos al inicio de esta nota, que es el de poner en cuestionamiento la idea de que una guerra nuclear es improbable. Si efectivamente se diera, algo que recién ahora comienza a considerarse como una posibilidad real ante el cúmulo de evidencias en ese sentido, no necesariamente sería el fin del mundo y ni siquiera sería el fin de la guerra entre Rusia y los EE. UU. 

 

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