Paquetitos bomba
Por Juan Manuel de Prada
Comprendo perfectamente que una narcodemocracia pujante como la española, donde al menos un tercio de la población se droga habitualmente, debe tener contenta a esa cantidad ingente de drogadictos, a los que además hay que sumar una legión de imbéciles con balcones a la calle. Los imbéciles y los drogadictos también son hijos de Dios; y en una narcodemocracia pujante como la nuestra constituyen, además, un opíparo granero de votos. Nada más natural, pues, que imbéciles y drogadictos sean apedreados diariamente con una munición de noticias grotescas, montajes, bulos, intoxicaciones y demás morralla periodística que halague y nutra su deterioro cognitivo.
Los imbéciles y los drogadictos son un importantísimo nicho de mercado (¡qué digo un nicho, un columbario entero!) que periódicos, radios y televisiones deben atender con esmero. Hay que fabricar bazofias informativas que mantengan entretenidos a imbéciles y drogadictos, que los hagan reír y llorar, que les infundan miedo o alivio según convenga, para que sus sinapsis neuronales sigan generando pensamiento chatarra las veinticuatro horas del día; pues sólo así se mantendrán sólidos los cimientos del Régimen del 78.
De veras que lo comprendo. Considero, sin embargo, que se deberían crear medios de comunicación específicos para imbéciles y drogadictos (o bien para personas normales, que por ser pocas saldría más barato). No hay derecho a poner la tele y que te digan que el cambio climático está produciendo una plaga de ictus, infartos, trombosis y neumonías. No hay derecho a abrir un periódico y leer que el ejército ruso bombardea las centrales nucleares bajo su control. No hay derecho a encender la radio y que te cuenten que bandas descontroladas de homófobos se dedican a tatuar culos a navajazos. No hay derecho, en fin, a que televisiones, radios y periódicos te den la matraca con los sobrecitos con balas o los paquetitos bomba con material pirotécnico que unos fascistas tremendos envían a nuestros egregios gobernantes.
No se nos escapa que las narcodemocracias pujantes como la nuestra necesitan someternos a un bombardeo constante de mentiras que actúe a modo de calabobos. Pero hay mentiras muy delicadamente guisadas, que pueden llegar a engañar a personas normales. Y hay mentiras tan desquiciadas, tan groseras, tan chuscas que no se le ocurrirían ni al que asó la manteca; mentiras que sólo los imbéciles y los drogadictos pueden tragarse. Comprendo perfectamente que haya que asegurar el voto de esta multitudinaria jarca, pero exijo que los bulos y montajes dirigidos a ella se propaguen en radios, periódicos y televisiones de nicho (o columbario), o bien en programas específicamente destinados a ellos, en páginas suplementarias, en horarios aparte, etcétera. Hay que atender las necesidades de imbéciles y drogadictos; pero las personas que no sufrimos deterioros cognitivos ni nos hemos declarado en huelga de sinapsis neuronales no queremos ser apedreadas con toda esa morralla para tarados.
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