Viudo y feminista – Por Juan Manuel de Prada

Por Juan Manuel de Prada

Una de las notas distintivas de nuestra época consiste en teñir torticera y marrulleramente de bandería ideológica cuestiones que afectan tan sólo a la naturaleza moral de las personas. Un ejemplo palmario nos lo brinda la reacción del poeta áulico y archipámpano del Régimen Luis García Montero a una reseña firmada por Anna Caballé del libro ‘Mi vida con Alberti’ (Almuzara, 2023), de María Asunción Mateo. En su reseña, Anna Caballé calificaba de intolerables las injurias y calumnias proferidas por un grupo de escritores capitaneados por García Montero (a quienes María Asunción Mateo llama, con lastimado gracejo, «los viudos»). Y lamentaba que, desde posiciones feministas, se hubiese permitido que este atropello quedara impune. En su alusión al feminismo, Caballé nos ofrecía una elegante sinécdoque; pues la eminente biógrafa y profesora reconocía que ella misma había concedido en su día crédito a las vilezas que sobre Mateo se divulgaban en los mentideros literarios. La reseña de Caballé a muchos nos pareció una hermosa muestra de probidad intelectual, de gallardía moral y de rigor censorio, que siempre debe comenzar por uno mismo.

Pero a García Montero no le pareció lo mismo y publicó una réplica turbulenta y caótica, regada de aporías, argumentaciones de gato panza arriba y estrategias de calamar, que todo lo embarullaba arrojando tinta en su huida. En el clímax del delirio, García Montero explicaba la reseña de Caballé como una argucia de la «extrema derecha», que gusta de «pervertir los valores del feminismo […], una causa justa y propia de la mentalidad progresista». A cualquier persona que conozca mínimamente la trayectoria intelectual de Anna Caballé esta imputación se le antojará lisérgica o propia de un hombre que ha perdido por completo el oremus. Pero, además, atreverse a denunciar –como ha hecho Caballé– las calumnias e injurias proferidas por el archipámpano García Montero nada tiene que ver con la «extrema derecha», ni tampoco con el «progresismo» cuya representación García Montero se arroga. Atreverse a denunciar esas calumnias e injurias tiene que ver con la integridad y la rectitud, con la gentileza y la valentía y otras virtudes propias de algunas naturalezas humanas privilegiadas, que en Caballé brillan con luz propia (aunque sea con la discreción que ella pone en cuanto hace y dice). Y también tiene que ver con la naturaleza humana –con sus meandros más oscuros– llamar a una mujer trincona, buscona, lagarta, pájara y otras vilezas semejantes; y más todavía querer justificarse invocando rocambolescos contubernios de la «extrema derecha».

En su réplica, García Montero, erigido en paladín de las mujeres, alertaba sobre la existencia de un feminismo «manipulado». Inevitablemente, al leer esta fantochada me acordé de Rubiales y su denuncia del feminismo «equivocado». ¡Qué suertudas son las mujeres, por contar con paladines tan esforzados y prestos a detectar las derivas equivocadas del feminismo! Pero García Montero, a diferencia de Rubiales, se trata –nadie debe dudarlo!– de uno de los más perspicaces conocedores del alma femenina que vieron los siglos. Así lo demuestra en la citada réplica, por ejemplo, cuando juzga que un anciano que se enamora de una mujer joven es «culpable de abuso», o bien «un tonto y en peligro de manipulación», como si no hubiese hombres viejos que merecen ser amados con fervor juvenil y mujeres jóvenes que merecen ser amadas con el más anciano y rendido de los amores. Yo tuve el honor de pasar un par de mañanas en compañía de María Asunción Mateo y Rafael Alberti y los vi amarse muy tiernamente, con rumor inabarcable de fronda y alegría de pájaros que exultan en la misma rama. Las palabras de García Montero parecen impropias de un poeta (aunque sea áulico); y sorprende que ni siquiera se haya tomado la molestia de leer la ‘Elegía de Marienbad’ de Goethe.

A María Asunción Mateo, licenciada en Filosofía y Letras y consagrada durante parte de su vida al estudio y la enseñanza de la literatura, García Montero la considera incapaz de escribir un libro como ‘Mi vida con Alberti’, que juzga aliñado por otra persona en la sombra. Desde luego, para considerar que una mujer cultivada no puede escribir una evocación autobiográfica del idilio personal e intransferible que ha llenado su vida hay que considerar que las mujeres son organismos muy rudimentarios, a mitad de camino entre la ameba y la lombriz. Pero, en fin, estas cosas se pueden afirmar impunemente, siempre que se hagan desde una «mentalidad progresista».

García Montero, por cierto, atribuye a Gonzalo Santonja la autoría en la sombra de esta obra. Pero da la casualidad que Santonja tuvo noticia inopinada de que Mateo había escrito esta obra y conseguido editor en mi presencia, por una llamada de teléfono que la autora le hizo. Desde hace treinta años me precio de ser amigo de Santonja, hombre de ideas bulliciosas y quiméricas, a veces demasiado utópicas u optimistas en su afán de reconciliación entre españoles, pero siempre decentes. Y me resulta, en verdad, rocambolesco que a su amigo más íntimo Santonja nunca le haya justificado, sino condenado muy amargamente, el asesinato de Yoyes (que García Montero llama, acaso por acto fallido, «ejecución» en su réplica o revoltijo de infamias) y, en cambio, se lo haya justificado a García Montero, con quien nunca ha tenido un trato reseñable. Pero las calumnias que García Montero arroja sobre Santonja, como las que arroja sobre Anna Caballé, sólo tienen un propósito: distraer con aspavientos disfrazados de ideología de garrafón el hostigamiento de una mujer que cometió el error de enamorarse de Alberti. Espero que las gentes de «mentalidad progresista», de quienes García Montero se arroga la representación, no caigan en un engaño tan burdo.

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