La pederastia como “derecho humano”
Por Juan Manuel de Prada
He comprobado que la inmensa mayoría de las gentes biempensantes que muestran su rechazo a las recientes leyes que tratan de imponer un nuevo ‘orden erótico’ las perciben como el desvarío último de un gobierno ‘socialcomunista’ que incurre en chapuzas jurídicas con efectos estrambóticos. Pero la finalidad de estas leyes nada tiene que ver con el ideario ‘socialcomunista’, sino con la agenda impuesta por el reinado plutocrático mundial, que exige la liberalización de las costumbres, mucho más importante que la liberalización de los mercados para vencer la resistencia social y facilitar la concentración de riqueza en pocas manos.
Estas leyes tratan de impulsar un modelo de sociedad alternativo, en el que el deseo, sin más condición que el ‘consentimiento’, se erija en principio organizador de la sociedad. Así se destruye el auténtico ‘katejon’ del reinado plutocrático mundial, que es la familia fundada sobre vínculos estables, sobre la dualidad de sexos, sobre la procreación, sobre la solidaridad patrimonial… sobre todo aquello, en fin, que fortalece el arraigo y los vínculos. Pues el reinado plutocrático mundial necesita individuos sin ataduras ni vida moral digna de tal nombre, que funden su felicidad en una fluidez erótica polimorfa.
En esta exaltación del consumismo pansexual, tan bulímico como fugaz, no debe extrañarnos que el reinado plutocrático mundial haya empezado a promocionar la pederastia de forma encubierta. Pues las relaciones entre adultos y menores son, por naturaleza, efímeras (nada hay tan ‘consumible’ como la infancia); no imponen deberes familiares de ningún tipo; muy raramente resultan fecundas; y, en fin, no favorecen la solidaridad patrimonial. Además, son relaciones que dejan a ambas partes perpetuamente incapacitadas para la vida familiar sana.
Esta promoción encubierta de la pederastia se observa en la llamada ‘ley trans’, que reconoce a los menores que no han alcanzado un desarrollo orgánico ni intelectual conciencia de su ‘identidad sexual’ y capacidad para ‘consentir’ que los hormonen y posteriormente mutilen. Y alguien que puede ‘consentir’ tales enormidades, ¿por qué no va a tener capacidad para «amar o tener relaciones sexuales con quien le dé la gana», como postulaba cierta prócer de la izquierda caniche? Este énfasis en el ‘consentimiento’ lo hallamos también en la ley del ‘sí es sí’, que enrarece al máximo las relaciones entre hombres y mujeres; lo que, inevitablemente, tornará a los hombres más violentos, o bien más recelosos, forzándolos a buscar ‘consentimientos’ menos peligrosos. El ‘consentimiento’ de los menores, por ejemplo.
El reconocimiento de la pederastia como ‘derecho humano’, el ‘libre’ y ‘consentido’ intercambio sexual entre adultos y menores pervertidos, es el inevitable horizonte de todo este nuevo ‘orden erótico’. Por supuesto, habrá que vencer el tabú de las gentes biempensantes; pero ya se sabe que las gentes biempensantes, con tal de que el ‘socialcomunismo’ sea derrotado, tragan con todo.
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