En defensa de la defensa propia. El caso del anciano de 81 años condenado a prisión por defender su vida – Por Samuel Vázquez

Por Samuel Vázquez

Por alguna extraña razón, han logrado convencer a parte de la población de que hay ciudadanos que se pasan toda su vida cumpliendo las reglas, sin ningún comportamiento antisocial o delictivo, pero que se vuelven asesinos natos justo la noche en la que un criminal asalta su casa. No el día antes ni la semana anterior, no. Justo ese día.

81 años sin cometer un delito y, de repente, el anciano de Ciudad Real, Pepe Lomas, condenado a seis años de cárcel por defenderse de un criminal que asaltó su morada de madrugada, se transformó en un homicida en el mismo momento que fue víctima de la acción criminal. No es el primero, otros antes también fueron sentenciados por hechos similares o pasaron por un calvario judicial de años hasta su absolución.

Al ser una sociedad sin ninguna formación en procesos de violencia, nos ponemos a opinar sobre lo que el anciano debió hacer o dejar de hacer, o incluso sobre lo que habríamos hecho nosotros en su lugar. Hablar por hablar.

Si algo saben aquellos que han leído a los expertos, y que además por su profesión han vivido situaciones de estrés de combate varias veces a lo largo de su carrera, es lo que nos indican maestros en el estudio del comportamiento humano ante un agente estresor en situaciones límite, como Dave Grossman (Sobre el Combate) o el español Daniel García (El Enfrentamiento Policial Armado), entre muchos otros: que ningún ser humano es capaz de saber cómo actuaría en una situación emocional de ese calado, hasta que la vive. Que, de facto, la misma persona puede actuar de manera diametralmente opuesta ante dos hechos de la misma naturaleza que impliquen miedo extremo, en dos momentos diferentes.

Hay que tener en cuenta ciertos aspectos antes de aproximarse con un mínimo de rigor a este problema:

  1. En situaciones en donde sentimos que nuestra vida está en peligro, no somos capaces de tomar decisiones racionales, sólo instintivas. Desde el mismo momento que una persona percibe una amenaza en su domicilio a altas horas de la madrugada, se desequilibra mentalmente. Todas sus reacciones a partir de ese instante, son atávicas, no son fruto de su voluntad.
  2. Ante situaciones anormales, las respuestas anormales son las normales.
  3. Durante siglos, hemos librado una batalla diaria por la supervivencia, y nuestro cerebro ha desarrollado pautas de comportamiento automatizado que nos permitían salir airosos del combate. Ante un peligro para la vida o la integridad física, se produce una reacción súbita y programada filogenéticamente que tiene como objetivo eliminar de manera inmediata la fuente de la amenaza. Es la mejor manera de garantizar la supervivencia. Tu cerebro te prepara para eso, sobrevivir, no para ponderar los distintos requisitos de nuestras normas penales en el derecho de autodefensa. No tienes ninguna posibilidad de valorar todo aquello que luego se te va a exigir en un juicio: proporcionalidad, oportunidad, congruencia y necesidad racional del medio empleado.
  4. Esa reacción súbita es imposible de desescalar en segundos; por lo tanto, seguiremos asegurando la eliminación de la amenaza con nuestras acciones, aunque la amenaza caiga al suelo o huya (disparos por la espalda).
  5. Lo anterior no tiene nada que ver con un comportamiento sádico o psicopático, sino con el hecho de que el cerebro sabe, como lo sabe cualquier experto en violencia, que una persona en el suelo o huyendo no deja de ser una amenaza. Desde el mismo suelo puede abatirte si tiene un arma escondida o perseguirte si se levanta y sólo está herido leve, habiendo tú decidido resguardarte en casa y no rematarlo. De la misma forma, si permites que huya para no dispararle por la espalda y le posibilitas llegar a un elemento exterior como pueda ser un vehículo, le estás dando la oportunidad de tener acceso a un arma y de que vuelva a intentar entrar en tu casa.

¿Cuántas oportunidades tiene que dar un hombre bueno a un criminal para que lo mate a él o a su familia, antes de poder abatirlo?

Las reacciones psicofísicas del cuerpo y el factor fisiológico en una situación de estrés agudo no pueden ser dominadas por la persona, son automáticas, pues responden a impulsos cerebrales y no a reflexiones de la parte consciente. La amígdala envía señales de auxilio al hipotálamo y la hipófisis, que rigen la parte más básica y atávica de nuestro comportamiento, es decir, nos devuelven al hombre salvaje cuya misión principal es sobrevivir. Todo este entramado cerebral, que te impide tomar decisiones volitivas y razonadas, no se ha leído nuestro código penal y no actúa condicionado por una posible condena, sino por un objetivo: seguir viviendo.

No hay ningún derecho absoluto, ni siquiera el de la vida, por eso existe la eximente penal de la defensa propia, porque a veces tienes derecho a matar.

Europa ha vivido unas cuantas décadas de relativa calma y eso nos ha hecho perder la perspectiva, y también ha propiciado la aparición de políticos con ideales muy pacíficos, a pesar de que la historia siempre ha sido muy violenta. En el mismo momento en el que el viejo continente ha entrado en una nueva fase de escalada criminal, sus ciudadanos se han empezado a dar cuenta de que no saben defenderse, no tienen herramientas para la violencia.

Nuestras «sociedades pacíficas» no han mostrado ningún interés en la formación en estas dinámicas de la violencia, lo que de facto implica que hemos renunciado a la cultura de seguridad. Rechazamos de plano la violencia, la repelemos, y educamos a nuestros hijos para que no sigan ese camino. El problema es que los educamos mal, porque sólo puedes escoger un camino si al menos tienes dos. Si sólo tienes uno, no escoges nada.

Las personas sin ninguna herramienta para la violencia no son pacíficas, son inofensivas. Sólo tienen un camino. Pacíficos son aquellos que tienen herramientas para la violencia y deciden no utilizarlas si no es en defensa de su propia vida o la de terceros. Nuestras sociedades tampoco son, por la misma razón, pacíficas, sino inofensivas. Somos presa fácil, y los lobos lo saben, han olido el miedo.

El bien y el mal

El resumen de todo lo anterior es que también hemos perdido la perspectiva del bien y del mal, y juzgamos a un abuelo que no ha roto un plato en su vida en el mismo plano que a un criminal con decenas de antecedentes. Pues ese abuelo, es tu abuelo, siento decírtelo así, y llegado el momento, probablemente habría actuado igual.

Algunos se preguntan por qué el anciano no se resguardó en su casa y llamó a la Policía, en lugar de entrar a recargar. Muy sencillo: en situaciones de estrés vital, la única memoria que te permite utilizar el cerebro es la memoria mecánica, la que has adquirido a base de miles de horas de entrenamiento y sale sin pensar, por instinto. Por eso los soldados de élite sí saben responder a este tipo de situaciones: por el adiestramiento por repetición.

Cualquier policía como yo, que se haya tirado dos décadas respondiendo llamadas del 091, sabe que una de las reacciones más habituales de la víctima ante un agente estresor es olvidarse del número de emergencias. Si encima tienes más de 80 años…

Sin embargo, ese anciano era cazador desde los 14 años, había repetido el gesto de municionar y disparar miles y miles de veces, lo tenía incorporado pues a su memoria mecánica. El hipotálamo, que es el que se hace cargo de tu cuerpo desde el mismo momento en el que aparece la amenaza, dice a través de impulsos que no hagas aquello que no has entrenado, pues así es más fácil morir; que hagas aquello que has entrenado, pues es lo mejor para sobrevivir.

El anciano de Ciudad Real podría recargar su escopeta con los ojos vendados en mitad de una discoteca con la música a todo trapo. Eso es lo que sabía hacer y eso es lo que hizo. No lo pensó, no lo racionalizó, porque el cerebro, en fase reptiliana (la fase en la que predominan los instintos básicos, en este caso el de supervivencia) nunca le permitiría hacerlo. Simplemente lo hizo. Y eso sí, luego, quizá mal asesorado, no lo supo explicar en el juicio; pero es que hablamos de una persona mayor, que no sabe de dónde brotaron sus reacciones de supervivencia.

En cualquier escenario donde exista un riesgo real para tu vida, integridad física, o la de terceros todo lo que suceda con posterioridad a la acción criminal lo debe asumir el criminal —pues es el que ha iniciado voluntariamente la acción—, no la persona que se defiende. No hay proporcionalidad posible entre el bien y el mal, entre el bien y el mal, hay que estar con el bien de manera desproporcionada.

La violencia es pura anarquía. En un escenario violento no estamos programados para ser proporcionales, porque eso sólo le da ventaja al agresor. Tampoco somos robots, no podemos desescalar en nuestro comportamiento agresivo de respuesta en apenas un segundo porque el atacante haya caído al suelo. Cualquiera que haya observado las reglas de supervivencia del reino animal sabe que el depredador sigue cabeceando con la presa entre sus fauces durante un tiempo a pesar de que esta está ya muerta. Lo hace por instinto, no por sadismo.

La prueba más evidente de que no hay elemento consciente en el comportamiento de Pepe Lomas es que después de los disparos y hasta la llegada de la Policía pudo modificar la escena y no lo hizo. Una persona que tiene la sangre fría para matar, ¿qué problema va a tener en coger la motosierra que llevaba el criminal y lanzarla contra un cristal de la casa o en reventar la cerradura de la puerta principal? Todo eso le habría sido muy útil en un juicio, pero sólo se sentó a esperar. Al cabo de una hora, cuando desescaló en el nivel de tensión y recuperó parte de su actividad racional (tardará unas 48 horas en recuperarla entera y recordar todo el suceso tal como fue), llamó a los agentes y se sentó a esperar.

Algunos estos días han apelado al Duty to Retreat (deber de retirada), que sería una excepción a la Ley Castillo (mi casa, mi castillo) y que obligaría a huir de una escena a un lugar más seguro, si es que tienes posibilidad, para evitar el enfrentamiento. El problema es que esa norma penal tiene una excepción, que es precisamente el domicilio, donde se considera que el ser humano tiene special right to be (especial derecho a estar). Puedes huir a un lugar más seguro en un ataque dentro de un centro comercial o una estación, pero no en tu casa porque se supone que tu casa es el lugar más seguro para ti.

No. Pepe Lomas no se volvió de repente un asesino con 81 años justo el día que un criminal asaltó su casa. Pepe Lomas tuvo que tomar decisiones para garantizar la defensa de su vida bajo unos condicionamientos psicofísicos que se activaron en apenas cuatro segundos y que implican miedo, estrés agudo, ansiedad, cambios fisiológicos, sesgos atencionales, economía cognitiva, efecto túnel, exclusión auditiva, fenómeno de cámara lenta, actuación inconsciente, pérdida del sentido de la realidad, distorsión de la memoria, pérdida de control y otros muchos. Y ahora hay gente que le juzga desde la tranquilidad del sofá de su casa con una Coca-Cola en una mano y el mando de la tele en la otra.

Yo, por si acaso, aviso: si algún día un criminal asalta de madrugada la casa donde vivo con mi mujer y mis hijos, no voy a preguntarle si viene a robar o a violar, tampoco pienso ser proporcional. No voy a darle una sola oportunidad. Voy a disparar hasta abatirle, y después voy a volver a disparar. Que me juzgue quien proceda, no me importa, yo me iré a la cárcel con la cabeza muy alta.

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