Begoñísima es nuestra Dulcinea – Por Juan Manuel de Prada

Begoñísima es nuestra Dulcinea
Por Juan Manuel de Prada

Los fascistas españoles, gentes lerdas y de alma ruin, se obstinan en presentar a Begoñísima como una choni metida a conseguidora, que utiliza su connubio con el puto amo para beneficiar en las licitaciones a los empresarios amiguetes y para librarlos de la quiebra a costa del erario público. A los fascistas españoles, como gentes de ingenio boto, les ocurre como a Sancho Panza, que en Dulcinea sólo veía una aldeana de pelo en pecho llamada Aldonza Lorenzo, con el aliento fragante de ajos crudos. Pero, aunque Dulcinea fuese poco más o menos así, a don Quijote le importaba un ardite: «Bástame a mí –le explicaba a su escudero– pensar y creer que la buena de Aldonza Lorenzo es hermosa y honesta […] y yo me hago cuenta que es la más alta princesa del mundo. […] Yo imagino que todo lo que digo es así, sin que sobre ni falte nada, y píntola en mi imaginación como la deseo».

Donde los zotes fascistas, empeñados sanchopancescamente en mostrarnos a Begoñísima como una moza perfumada por la brisa de las saunas y condecorada ridículamente con diplomas de la señorita Pepis, los demócratas vemos quijotescamente a una dama perfumada de ámbar, eruditísima en finanzas y catedrática complutense. Donde los zotes fascistas se empeñan en mostrar documentos que prueban la colusión de Begoñísima con empresarios amiguetes que después pillan millonadas del erario público, los demócratas pintamos en nuestra imaginación que tales documentos no son sino embelecos del mago Frestón o cualquier otro encantador ultraderechista y machista que pretende impedir la promoción profesional de nuestra Dulcinea y dejarla con la pata quebrada y en casa.

Frente a la máquina del fango fascista, el ideal caballeresco demócrata. Frente a la Begoñísima que los fascistas vilipendian inútilmente, acusándola de mangoneos y corruptelas, la Dulcinea que los demócratas amamos profundamente, a imitación de nuestro puto amo, que por amor se quedó cinco días reflexionando en palacio, como don Quijote se quedó haciendo penitencia en Sierra Morena; y que, cuando el folloncico Milei osó increpar a su amada, enseguida enristró la lanza, como hacía don Quijote cada vez que el bellaco Sansón Carrasco osaba discutir la primacía de Dulcinea sobre el resto de damas del orbe.

Siempre los españoles de bien hemos necesitado encarnar nuestros más altos ideales en una mujer de dulces prendas a quien poder adorar como reina y señora. Para don Quijote, Dulcinea representaba la Hermosura y la Virtud, frente a la villanía y fealdad de los folloncicos que trataban de obstaculizar el retorno de la andante caballería; para los demócratas de esta hora, Begoñísima representa la Democracia asediada por enemigos infinitamente más peligrosos, jueces y periodistas y demás ralea que anhelan el retorno de la España oscurantista. ¡Doblad la rodilla, demócratas, ante la dama de nuestros pensamientos de progreso, que nos inspira en el heroico combate contra las huestes del fascismo!

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