El conflicto entre el humanismo cristiano y la razón moderna. Parte IV – Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

Parte IV

Este ataque a la fe ha sido de una gran utilidad para el fortalecimiento de la fe cristiana, no sólo en su aspecto religioso sino en sus fundamentos metafísicos. Ha permitido ver con más claridad cuanto de lo que pasaba por ser fe no era más que adecuación histórico-política a valores temporales, sobre todo de la burguesía dominante. Ha permitido defender un saber sobre el hombre que no es neutro ni descomprometido, que parte de su opción preferencial por el pobre y desde allí, desde esa fe, puede pensar y asumir los aportes de las ciencias sociales.

Estas ciencias sociales no deben contraponerse a la fe, la deben servir, alimentar, dialogar con ella y confirmar la esperanza inclaudicable en un mañana mejor para “todo el hombre y para todos los hombres”, al decir de Pablo VI. Y permitir, entonces, enfrentar a todo aquello que se presenta como saber científico sobre el hombre, pero que en realidad no es más que una justificación del orden imperante y conocimiento empobrecido, con la firmeza de estar apoyado en las certezas de la sabiduría milenaria que, para nosotros, los hombres de América, ha rebrotado con la fuerza que le ha dado una tierra fortalecida y abonada por la esperanza.

«América es el continente de la esperanza» dijo Pablo VI, y en esta afirmación debemos encontrar un sólido pilar sobre el que construir nuestra verdad sobre el hombre. Porque en este abanico de verdades que abre la posmodernidad, al quedar cuestionada la verdad de la ciencia moderna, hija de la Razón eurocéntrica, como única, aparece con más claridad que la verdad sobre el hombre es para nosotros “un camino” que ya transitara:  Aquel que era además la Verdad y la Vida.

La ciencia moderna es producto de una epistemología, que se fue construyendo lentamente sobre los éxitos de la ciencia físico-matemática; que encontró en Kant su justificación metafísica a partir de su Crítica de la Razón Pura, y desde entonces se postuló como el paradigma de todo saber científico. A partir de allí hubo una sola manera de ser ciencia aceptada por las academias, todo intento de avanzar sobre este terreno debió someterse, de buen grado o no, a ese paradigma. Las ciencias del hombre padecieron esta imposición y, aún los mejores intentos de romper esa camisa de fuerza, pagaron con un duro complejo de inferioridad los pasos que intentaban.

Creo que ya llegó la hora de declarar la independencia del conocimiento sobre lo humano, con mucho mayor razón ahora en que la ciencia física entra en una terrible crisis epistemológica, por el cuestionamiento que la cuántica le formula, aunque no totalmente asumida. Están dadas las condiciones para avanzar sobre este tembladeral epistemológico que se aferra al formalismo lógico para sobrevivir. Desde suelo americano, enraizado en una cultura que va mostrando una sólida madurez, producto de la asimilación de la milenaria vertiente cristiana y la antigua historia de las culturas originarias, podemos mostrar una síntesis que dio lugar a una nueva raza:

América Latina forjó en la confluencia, a veces dolorosa, de las más diversas culturas y razas, un nuevo mestizaje de etnias y formas de existencia y pensamiento la gestación de una nueva raza, superadas las duras separaciones anteriores.[[1]]

Puebla nos está señalando y recordando un hecho que ha pasado generalmente desapercibido, para nuestra intelectualidad y, con menores disculpas para los cristianos. Si el proyecto cultural de la Europa Moderna dio lugar a un pensamiento determinado, que engendró las bases de toda la ciencia moderna ¿por qué América no tiene derecho a hacer lo mismo? ¿Acaso no es imprescindible, para que un pueblo sea lo que está destinado a ser, que forje las propias categorías de pensamiento desde las cuales poder pensar su relación con los hombres, con la naturaleza y con la Divinidad? Mientras pensemos como europeos seremos incapaces de asumir las peculiaridades históricas de nuestro modo de ser. Mientras estructuremos nuestro intelecto en la matriz de un pensamiento ajeno nos veremos desde “los otros”.

Frente a otros tantos humanismos, frecuentemente cerrados en una visión del hombre estrictamente económica, biológica o psíquica, la tradición cristiana tiene el derecho y el deber de proclamar la verdad sobre el hombre… [[2]]

Estamos ante el desafío de construir una ciencia sobre la base de la metafísica cristiana. Esto puede generar, en mi opinión, prejuicios sólo en aquellos que no hayan meditado suficientemente sobre los temas planteados. Es una obligación intelectual entrar en este debate lo antes posible; es un deber ético avanzar sobre los postulados de una ciencia que coloque en el centro al hombre y es un compromiso ineludible, como cristianos, colocar esa ciencia al servicio de la liberación integral. Porque sólo “La Verdad os hará libres”.

El conflicto epistemológico de los discursos científicos

Nos equivocaríamos si redujéramos el significado del mercado a su dimensión económica; en él se reconoce el emblema de la libertad  individual y de las instituciones de libre adhesión; es el símbolo de las virtualidades democráticas.

I.- Planteo del problema

El alumno que ingresa en alguna de nuestras facultades de ciencias económicas debe enfrentarse a una serie de discursos cruzados en los que radica el intento de hacerle comprender la dimensión económica de la vida social. Estos discursos lo aproximan a un tipo de pensamiento que contrasta con las intuiciones que trae de su visión cotidiana del funcionamiento de la economía y de los conflictos sociales que la acompañan. Queda así planteada la dificultad que este alumno debe afrontar, que se irá resolviendo, a lo largo de su carrera, con un paulatino alejamiento de su comprensión inicial, ingenua y acientífica.

Este alejamiento le permitirá analizar, con categorías intelectuales, problemas económicos desde la óptica de los economistas, pero no podrá avanzar en el conocimiento de la realidad económica en la que está inserto. Por tal razón, su discurso adquirirá el grado de abstracción necesario para el ejercicio de su profesión, pero inútil para comprender o explicar la realidad que lo rodea ni para aventurar hipótesis sobre la marcha futura de los sucesos económicos. Debemos agregar a ello que el estudio de la realidad social, en los casos en que éste se realice, lo coloca frente a las consecuencias que ha evidenciado el correr del siglo XX y del actual, sobre todo a partir de la década del setenta, con el avance de la pobreza y la exclusión social, que sólo encuentra como respuesta la reiterada aplicación de recetas que podría él intuir como la causa de lo mismo que pretende solucionar.

Las ciencias sociales, a partir de sus estudios de campo, arrojan la descripción de un panorama en el que abundan las diferentes facetas en que se expresa el conflicto social: las ya mencionadas de la pobreza y la exclusión, más el avance de la delincuencia y su correlato la inseguridad social, la anomia social, la incertidumbre respecto del futuro; además la expresión en la apatía juvenil, el desprestigio de la política por el debilitamiento de su capacidad de operar sobre la realidad, la pérdida creciente de puestos de trabajo y su repercusión en el seno familiar, etc.

Esta problemática pareciera totalmente ajena a los procesos económicos, según el modo del tratamiento en el ámbito del pensamiento económico ortodoxo. Pero la sociología, la antropología social, la psicología, la misma medicina, cada vez remiten más a causas económicas el origen de esos fenómenos, y el estudiante no encuentra en su especificidad respuestas satisfactorias de su ciencia. Esto lo lleva hacia dos actitudes: a) se encierra en el discurso de su ciencia y protegido por la ortodoxia declara que no son temas de la economía o, b) comienza a dudar de lo que recibe como enseñanza y entra en crisis con su carrera (habría que estudiar cuánto de esto influye en la deserción universitaria). Enfrentar el conflicto entre lógicas discursivas es una tarea que deberían asumir todos los estudiantes, cuya negación se refleja en el grado de perplejidad con el cual reciben los razonamientos de las otras ciencias sociales.

La historia del alejamiento de lo social

El sometimiento que ha padecido la economía por el rigor matemático que ha adquirido, por el  abandono de su estructura clásica (Smith, Ricardo, Marx), se  presenta contradictorio con su ubicación dentro del campo de las ciencias sociales por la perseverancia con que intenta reivindicar su condición de tal. La contradicción que de allí emerge es la consecuencia de un largo proceso de des-historización al que se vio sometido el pensamiento económico. Las raíces de todo ello deberán buscarse en la distancia que ha tomado respecto de las condiciones históricas y de su desprendimiento de su condición de ciencia política en sus inicios.

Parapetados tras la complejidad hermética de las leyes económicas, que “los profanos” no alcanzaremos a entender ni a aceptar jamás, los economistas hacen oídos sordos a quienes desde su misma comunidad científica les descubren falacias en las ciencias económicas, e ignoran a quienes desde otras disciplinas denuncian sus límites epistemológicos, proponen una nueva y más equilibrada visión de la economía o simple y llanamente hablan de alternativas al capitalismo, único modelo socioeconómico que se presenta, en los hechos, como digno de ser estudiado.

Desde fines del siglo XIX y principios del XX Marshall y Pareto pretenden construir una ciencia semejante en rigor y matematización a la Física: suprimen las personas, las instituciones y lo que queda es las relaciones entre variables matemáticas, en abstracto. Introducen el cálculo infinitesimal, que exige que todos los procesos sean continuos. Esta modelización matemática obliga a eliminar la flexibilidad e imprevisibilidad del comportamiento humano, por lo que se impondrán ideas que son cimientos de la teoría económica tal como ha sido entendida hasta no hace tanto tiempo: la idea del comportamiento racional de los consumidores, las preferencias transitivas, la racionalidad en el análisis de la información (que se supone de libre acceso) en la búsqueda del beneficio, etc. Se postula la ley de los rendimientos decrecientes, que ignora las economías de escala. Hoy, en la era de las multinacionales.

El economista coreano Jung‑Mo‑Sung realiza una crítica de los presupuestos metafísicos de la ciencia económica vigente. Sostiene este pensador, con fina agudeza, que la mayor dificultad que envuelve el pensamiento económico actual es el escamoteo del carácter íntimamente humano de lo que podríamos llamar la dimensión económica de la vida. Reduce esta ciencia a un presunto cálculo neutral del uso de recursos escasos en abstracto, que en realidad, oculta un poderoso mensaje ideológico de justificación de una determinada estructura social injusta e inequitativa: la capitalista.

El maridaje que se ha entrelazado entre ciencia económica y sistema capitalista hace imposible superar los límites ideológicos que traban el desenvolvimiento libre de esta ciencia. La necesidad de arrojar al trasto los supuestos de la economía, aquellos supuestos que “son irrelevantes” según Milton Friedman, permite no hablar del sistema capitalista que queda oculto en su carácter de tal, de supuesto.

La fragmentación de lo social, que no es obra exclusiva de la economía sino dificultad que comparte con las demás ciencias sociales, es el telón de fondo de esta problemática. Ignacio Ellacuría en su libro Filosofía de la Realidad Histórica avanza en consideraciones sobre “la unidad real del todo”. Sostiene la necesidad de abordar el estudio de la realidad como una unidad epistemológica, tarea asignada a la filosofía, pero que no debe ser ignorada por ninguna de las ciencias sociales.

Esta apoyatura en una filosofía que propone abiertamente el reconocimiento de dicha unidad permitiría a todas las ciencias sociales avanzar en sus fragmentos, ahora reconocidos como partes de un todo mayor. Este reconocimiento permitiría a cada una de las ciencias no tener que soslayar la mención de los supuestos en los que se apoya. Pero, al mismo tiempo obligaría, en el caso de la economía, a no desestimar la incidencia y las consecuencias sociales de los modos de abordar los estrictamente económicos. Por ello afirma:

«Para ser más estrictos y rigurosos, no puede tratarse de la naturaleza sin referirse a la historia, ni del hombre sin referirse a la sociedad, y recíprocamente no puede hablarse de la historia sin referirse a la naturaleza, de la sociedad sin referirse al hombre… La filosofía debe tratar de todas las cosas sólo en tanto y en cuanto todas ellas forman un todo. Este sería su primer y radical objeto formal. La unidad de este saber estaría en la búsqueda del todo de todas las cosas.[[3]]

[1] Documento de Puebla. Oficina del Libro. Conf. Episcopal Argentina. 1993. pág. 57.

[2] Documento de Puebla,  op. cit. Discurso inaugural de Juan Pablo II. pág. 9.

[3] Ellacuría, Ignacio, Filosofía de la realidad histórica, Editorial Trotta, 1991, pág. 18.

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