El p*** amo del género epistolar
Por Juan Manuel de Prada
La recepción maliciosa o francamente hostil que los fascistas españoles están dispensando a las sabrosas ‘Cartas a la ciudadanía’ del doctor Sánchez vuelven a confrontarnos con la pervivencia de aquella España zaragatera y triste execrada por Machado. Hay que tener muy mala entraña y alma de pedernal para no conmoverse con cartas tan sentidas y dolientes, capaces de enternecer los mármoles y ablandar los diamantes. Y, sobre todo, hay que ser un completo zote para no disfrutar de los primores retóricos que cada una de estas cartas contiene, de sus deleitosas y concertadas razones, de sus tiernos y abnegados sentimientos, capaces de mover a las lágrimas a un boniato y de inspirar muy aleccionadores pensamientos en un merluzo, y hasta en su señora la merluza.
Pero pedir a los fascistas que saboreen las delicias literarias de estas eminentes ‘Cartas a la ciudadanía’ es como pedir peras al olmo. Todavía el otro día los fascistas nos salieron con la monserga de que, cuando escribió su primera carta, el doctor Sánchez ya sabía que Begoñísima había sido imputada. ¿Y qué pasa porque lo supiese y nos mintiese? ¿Acaso no saben estos porros que el género epistolar puede adornarse con las galas de la ficción? También Cadalso nos miente, cuando escribe sus ‘Cartas marruecas’ y se saca del magín a Gazel, el joven marroquí que expone las lacras españolas. Pero, a buen seguro, los fascistas que hoy arremeten contra las epístolas del doctor Sánchez habrían exigido la deportación del Gazel de Cadalso, por ‘mena’.
En la segunda de sus ‘Cartas a la ciudadanía’, el doctor Sánchez emplea el recurso de la ‘captatio benevolentiae’ (que, en realidad, es ‘expressio malevolentiae’) con una galanura insidiosa y una perfidia victimista que es un gozo disfrutarla. Así ocurre, por ejemplo, cuando señala que la citación judicial de Begoñísima se ha producido pocos días antes de las elecciones europeas, contraviniendo la «regla no escrita de no dictar resoluciones susceptibles de condicionar el desarrollo normal de una campaña electoral». Pero lo cierto es que no existe ninguna regla, escrita o no escrita, que exija tal cosa, sino más bien lo contrario, como presupone la tan cacareada separación de poderes (y el bodriete constitucional establece en su artículo 24.2 que los procesos judiciales no deben dilatarse indebidamente). Por otro lado, pretender que las decisiones judiciales se interrumpan durante las campañas electorales en la muy demócrata Españita, donde hay elecciones cada dos o tres meses, es tanto como pedir que los jueces se queden en casa tumbados a la bartola hasta que las ranas críen pelo.
El doctor Sánchez lanza la insidia, caracterizando tácitamente de prevaricador al juez que ha citado a Begoñísima y, a continuación, con un uso prodigioso de la elipsis, desliza malévolo: «Dejo al lector extraer sus propias conclusiones». Pero el doctor Sánchez sabe que la mayoría de sus lectores, aunque sean unos demócratas como la copa de un pino, son tarugos redomados; y, a renglón seguido, nos aclara que todo es un «zafio montaje» que demanda una «lectura política que me veo en la obligación de compartir con usted». ¿No es un recurso de pasmosa genialidad? Primero el doctor Sánchez hace sentir al demócrata taruguete una mente privilegiada capaz de «extraer sus propias conclusiones»; y, en el siguiente párrafo, le niega esta posibilidad y se encarga él mismo de extraer dichas conclusiones, sacando en procesión la «coalición reaccionaria», la «máquina del fango» y demás artillería retórica consabida, hasta alcanzar un clímax laxante cuando el doctor Sánchez enumera el «horizonte» de su acción política, que incluye –¡oh, humildísimo varón!– «contribuir a la paz en el mundo».
Con todo, los pasajes más conmovedores de esta segunda ‘Carta a la ciudadanía’ los dedica el doctor Sánchez a ponderar las prendas de Begoñísima, catedrática complutense y captadora de fondos públicos, que recomienda con su firma a los amiguetes que concurren en licitaciones públicas y se reúne con ellos antes de que el Gobierno los salve de la quiebra con una millonada. Pero, ¡tate, tate, folloncicos!, de ninguno sea tocada Begoñísima, que según el doctor Sánchez es «mujer trabajadora y honesta» (la elección de estos epítetos resulta conmovedora, considerando los túmulos del sexto mandamiento que fraguaron la fortuna familiar) «que reivindica su derecho a trabajar sin renunciar a ello por las responsabilidades de su marido». ¿Quién no se ablanda ante razones tan poderosas? ¿En qué cabeza cabe que Begoñísima deba renunciar a compadrear con empresarios que gulusmean fondos públicos, porque el doctor Sánchez sea presidente del Gobierno? ¿Cómo vamos a exigirle tamaño sacrificio a nuestra Dulcinea? Nuestro amado líder «trabaja para garantizar que hombres y mujeres tengamos las mismas oportunidades»; y, teniendo él la oportunidad de beneficiar a los amiguetes con el BOE en la mano, ¿cómo va a privar a Begoñísima de que también pueda hacerlo? Pretender lo contrario es locura fascista.
Los demócratas no vamos a permitir que jueces prevaricadores, propagadores de bulos y conspiradores reaccionarios impidan a Begoñísima repartir dinero público entre sus amiguetes. Como nuestro amado líder señala en la rozagante despedida de su carta, nos «quedan tres años de Gobierno, de progreso y avances» para que Begoñísima pueda seguir disfrutando a mansalva de todas las oportunidades que merece, convertida en polilla del erario público; tres años –y los que te rondaré, morena– en los que, además, seguiremos disfrutando de amenas ‘Cartas a la ciudadanía’ escritas por el puto amo del género epistolar, que a Santa Teresa y a Madame de Sévigné deja en pañales.
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