El Papa climático
Por Juan Manuel de Prada
Ha causado atronador aplauso mundano una exhortación apostólica en la que Francisco echa su cuarto a espadas en el debate sobre el cambio climático, postulándose como pimpante paladín de las hipótesis sistémicas que sostienen su origen antrópico. Pero que un Papa escriba de climatología tiene el mismo valor que tendría un ensayo sobre el uso del hipérbaton en la poesía de Góngora escrito por el doctor Fleming. Quien, huelga decirlo, me parece uno de los hombres más beneméritos de la historia humana (casi tanto como Francisco).
A mí encantaría que el Papa le tuviese afición a Góngora y echase su cuarto a espadas en el desciframiento de sus hipérbatos; pero, vaya por Dios, tiene más afición a las mediciones de dióxido de carbono en la atmósfera. Ocurre, sin embargo, que la misión del Papa no es aturdirnos con estas mediciones, sino custodiar el depósito de la fe y la moral, hoy tan resquebrajado. Aunque la osada hipótesis sobre el cambio climático que defiende el Papa se demostrare algún día cierta, esta exhortación seguiría siendo ajena a esta misión. Y si se demostrare falsa en el futuro, la temeridad de Francisco serviría para que la Iglesia sea denostada, como ahora lo es por haber mediado en la disputa que mantenían con Galileo los astrónomos abonados al geocentrismo (que eran «mayoría abrumadora», como ahora lo son los que defienden el cambio climático de origen antrópico). También, en ese futuro probable, quienes leyeren esta exhortación podrían quedarse pasmados de que, en una época en que mil incendios abrasaban la Iglesia, un Papa se pusiera a tañer la lira del cambio climático.
Decía Castellani (un autor al que Francisco ha leído, según me consta) que el Universo es «un poema dramático del cual Dios se ha reservado la iniciación, el nudo y el desenlace, que se llaman teológicamente Creación, Redención y Parusía». Los personajes de ese poema dramático son los albedríos humanos, que a través del pecado aproximan el final del mundo; pero el autor es Dios, que no pondrá fin al poema con mediciones de dióxido de carbono, sino cuando la montaña de nuestros pecados sin arrepentimiento clame al cielo. Dios, mucho más que nuestra adhesión a hipótesis cientificistas, desea que militemos en su causa en medio de la tribulación y la apostasía generalizadas, aunque el mundo nos ridiculice y estigmatice por no asumir sus falsos dogmas y denunciar los experimentos antropológicos aberrantes que está tratando de naturalizar, para matar cuerpos y almas. Y quiere Dios que el Papa sea el primero en esta militancia, transmitiendo a sus ovejas que su Reino no tendrá fin y que su recompensa supera todos los halagos de este mundo y, más todavía, todo cuanto el ojo vio, el oído oyó y la mente humana pudo soñar de hermoso y de glorioso.
De esto deberían exhortar los Papas, dejando las hipótesis del cambio climático y los hipérbatos de Góngora para las tertulias de sobremesa con los amiguetes, entre carajillo y carajillo.
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