Enseñanzas de la Epifanía – Por Juan Manuel de Prada

Enseñanzas de la Epifanía
Por Juan Manuel de Prada

El pasaje del Evangelio de San Mateo que nos narra la adoración de los Magos no puede ser más sucinto y brumoso: no nos revela sus nombres, tampoco nos dice cuántos eran, ni especifica su procedencia. Ha sido la imaginación popular, convertida en tradición viva, la que ha ido dando forma a las figuras de Melchor, Gaspar y Baltasar. Seguramente perteneciesen a la casta sacerdotal; pero la imaginación popular los ha convertido en reyes, porque los españoles que no nos avergonzamos de serlo, cuando necesitamos imaginar a personas investidas de la máxima dignidad, las imaginamos con la testa coronada; y necesitamos que esas testas coronadas reconozcan un poder superior al suyo (un poder divino que, paradójicamente, adopta una apariencia frágil). Entre todas las enseñanzas jugosas que nos ofrece la narración de San Mateo me quedo, sin duda, con ese pasaje en el que Herodes quiere aprovecharse de los Magos, utilizándolos malignamente en su beneficio (como hacen hoy los politicastros con tantos ‘intelectuales’ sistémicos), pero los Magos le dan esquinazo («Se volvieron por otro camino», nos dice el Evangelio); porque el camino de los sabios tiene que ser contrario al camino de los poderosos. Siempre he procurado seguir a rajatabla esta enseñanza, aunque a cambio me he dejado muchos pelos en la gatera; pero cuando muera podré alegar ante la justicia divina, en compensación por mis innumerables pecados, que jamás me allané ante el poderoso, a imitación de los Magos.

Esta Navidad he buscado nuevas enseñanzas inspiradoras en la lectura de los evangelios apócrifos, que esconden un inexplorado venero de poesía. En el llamado ‘Evangelio árabe del Pseudo Juan’, los magos ofrecen al Niño los dones del oro, el incienso y la mirra; y la Virgen María, en prueba de agradecimiento, les entrega… ¡los pañales recién usados del Niño Jesús! Los magos emprenden el viaje de regreso, llevándose consigo el tesoro. Cuando llegan a su patria, los reciben reyes y príncipes; y los magos les brindan el regalo de los pañales por el Niño Jesús. Los reyes y príncipes, que son adoradores del fuego, se horrorizan ante los pañales sucios y los arrojan a las llamas; pero los pañales no arden, demostrando que las deposiciones de Jesús son más poderosas que los mandatos de los reyes y sus diosecillos. Los magos recuperan entonces los pañales, los besan devotamente y se los ponen sobre la cabeza, en señal de veneración.

A la sensibilidad contemporánea, tan puritana y tiquismiquis, este pasaje del evangelio apócrifo se le antojará de escaso gusto, y hasta repugnante. Pero para una sensibilidad barroca como la mía, tan devota de la escatología (en la doble acepción de la palabra), esos pañales cagados del Niño Jesús que sobreviven al mandato de reyezuelos adoradores del fuego, contienen una teoría política maravillosamente consoladora. Feliz Epifanía de Reyes para las tres o cuatro lectoras que todavía me soportan (y entienden).