Negros y peleles. Estertores agónicos de un pueblo infantilizado – Por Juan Manuel de Prada

Negros y peleles
Por Juan Manuel de Prada

Estas navidades hemos estado en un sinvivir porque en algunas cabalgatas han salido concejales con la cara embetunada encarnando al rey Baltasar y porque en la calle de Ferraz han linchado un pelele que representaba al doctor Sánchez. Entretanto, prosiguen las invasiones bárbaras a golpe de patera y el Estado Islámico (o sea, la CIA con disfraz de chilaba) anuncia que va a apiolar europeos a mansalva, en curiosa sintonía y sincronía con la profecía de Netanyahu: «Bombardearán Madrid y Barcelona».

Resulta, en verdad, desquiciante que la gente se subleve porque un concejal se embetune la cara para encarnar al rey Baltasar y, en cambio, aplauda que haya maromos lesbianos a quienes les basta ponerse tetas de silicona (o sólo un relleno de borra en el sostén) para convertirse en mujeres, con todas las bendiciones legales. Yo podría entender a esos imbéciles que exigen que al rey Baltasar lo encarne un negro si exigiesen también que lo encarnase un rey; pues se debe ser naturalista exhaustivo y no hemipléjico. Ser negro, además, es algo muy relativo: para los gabachos, por ejemplo, África empieza en los Pirineos (aunque ellos bien que tiran de los negros para rellenar su selección de fútbol); y para los ingleses toda la humanidad, de Calais para abajo, es negra (y con ella abastecen también sus selecciones futboleras).

Así que, al menos para los pérfidos albionenses y para los gabachos, todos los españoles somos negros; con lo que bastaría encontrar entre nosotros algún rey para que pudiera hacer de Baltasar conforme a las más estrictas exigencias. Pero estoy seguro de que si mañana al rey Baltasar lo encarnasen en las cabalgatas maromos blancos y lesbianos que se ‘autoperciban’ negros como un tizón, el naturalismo hemipléjico ‘woke’ quedaría satisfecho; y, de los negros, si os he visto no me acuerdo.

En cuanto el pelele del doctor Sánchez, da un poco de grima ver a los españoles descontentos de su gobierno chapoteando en la inanidad más chabacana, sin soluciones políticas, o amarrados a falsas soluciones que, bajo la fachada voceras y jaque, acaban degenerando en pataletas y berrinches de impotencia. En un país que no hubiese vendido su primogenitura por el plato de lentejas agusanadas del Régimen del 78, gobernantes como el doctor Sánchez habrían tenido que salir por piernas del país hace ya mucho tiempo; pero aquí no queda más remedio –triste remedio– sino apalearlos en efigie, o bien sustituirlos –pero sólo cuando la plutocracia internacional lo permita– por otros que hagan exactamente lo mismo, pero cambiando el perifollo progresista por el perifollo liberal (como si no fuesen el mismo perifollo). A mí el linchamiento del pelele del doctor Sánchez y los rasgamientos de vestiduras por los concejales con el rostro embetunado me parecen estertores agónicos de un pueblo infantilizado y botarate, atrapado en su día de la marmota constitucionalista, maduro para las invasiones bárbaras y felpudo de la CIA.

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