El gran tabú
Por Juan Manuel de Prada
Freud nos explicaba que el término ‘tabú’ incluye una doble significación en apariencia opuesta: por un lado, alude a algo sagrado, o siquiera preternatural; por otro, se refiere a lo que se percibe como inquietante o peligroso para la supervivencia social. No creo que ambos significados sean opuestos, sino todo lo contrario; tampoco lo consideraba Wilhem Wundt, para quien el tabú revelaba, a la postre, la presencia de lo demoníaco en nuestras vidas, una presencia que queremos mantener a buen recaudo, resistiéndonos a nombrarla, aunque lleguemos a convencernos de que ese silencio que nos hemos impuesto es por reverencia. Pero detrás de esa reverencia está siempre el miedo a despertar a los demonios.
Supuestamente, las sociedades ‘ilustradas’ se distinguen porque expulsan el tabú de sus murallas, permitiendo hablar de todo. Pero la realidad paradójica nos prueba que es precisamente en estas sociedades donde el tabú prolifera hasta extremos asfixiantes, de tal modo que cada vez son más las palabras prohibidas, más los asuntos que no es posible discutir. Las nuevas formas de religión (ciencia, democracia, progreso, etcétera) han impuesto un catálogo abrumador de tabúes, que actúan sobre nuestra conciencia a modo de obligación inconsciente, como decía Kant que actuaba el imperativo categórico. Ante esta proliferación desaforada de tabúes, nuestras vidas empiezan a parecerse a un paseo por un campo de minas.
Entre todos los tabúes hay uno muy notorio que nos atenaza cada vez que hablamos del exceso de mortandad que nos aflige desde hace meses. «Los expertos apuntan a la combinación de la pandemia y sus consecuencias con el efecto del cambio climático», leíamos recientemente en estas mismas páginas (pero ya sabemos para quién trabajan los llamados ‘expertos’). También se aduce que la población europea está muy envejecida; y que por tanto es natural que la mortalidad sea creciente. Pero todos sabemos íntimamente que todas estas causas que se invocan –algunas plausibles y dignas de consideración, otras delirantes– tratan de ocultar un hecho extraordinariamente relevante ocurrido durante los últimos años; un hecho gigantesco que ha tenido una influencia masiva y que, sin embargo, los ‘expertos’ nunca mencionan, tampoco los periodistas encargados de divulgar sus charlatanerías. Así se ha generado una situación entre trágica y chusca que nos recuerda a la que Ionesco describe en ‘El rinoceronte’, donde los personajes de la obra se niegan a referirse al rinoceronte que se pasea por las calles, por miedo o cobardía, en un esfuerzo patético por ignorar la cruda realidad. Así hasta que empiezan ellos mismos a metamorfosearse en rinocerontes; momento, en el que, lejos de rebelarse, aceptan su metamorfosis como algo irremediable.
También nosotros aceptamos este exceso de mortandad –y el cortejo de afecciones que se han multiplicado en los últimos meses– como algo irremediable. ¡Y uno que pensaba que las sociedades ‘ilustradas’ estaban vacunadas contra los tabúes!
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