“Proyecto Alquimia”: Cómo se construye una realidad por ingeniería social – Por Marcelo Ramírez

Por Marcelo Ramírez

La construcción de una realidad global está dirigida, manipulada y sostenida a través de procesos meticulosos de ingeniería social. Este mecanismo no surge espontáneamente de la nada, sino que es cuidadosamente orquestado por fuerzas armadas, organismos de inteligencia y medios de comunicación que nos venden una narrativa conveniente como si fuese la evolución natural de las sociedades.

Un ejemplo reciente de esta manipulación es el “Proyecto Alquimia”, una operación secreta llevada a cabo por el Reino Unido para prolongar la guerra en Ucrania y contrarrestar las narrativas alternativas que desafían la versión oficial de los hechos. Según lo publicado por el medio The Grayzone, esta operación es supervisada por el teniente general Charlie Stickland y cuenta con el apoyo del Ministerio de Defensa británico. Su objetivo principal es mantener viva la guerra a cualquier costo, utilizando ciberataques, operaciones encubiertas y campañas de desinformación para asegurar que la moral pública y política no decaiga.

El desgaste de Rusia es el objetivo final, utilizando Ucrania como herramienta inicial y, eventualmente, arrastrando a Europa al colapso. La hipocresía en torno a la defensa de los valores democráticos y los derechos humanos solo sirve para encubrir estas acciones. Resulta alarmante que quienes justifican estas tesis sean los mismos que toman decisiones clave en los gobiernos, demostrando una ignorancia peligrosa que raya en lo criminal.

Uno de los aspectos más agresivos del Proyecto Alquimia es la desacreditación de medios independientes a través de acoso legal y estrategias de guerra informativa. Este proyecto, denunciado por el periodista británico Kit Klarenberg, expone cómo los servicios de inteligencia moldean la percepción pública para consolidar sus intereses. Klarenberg, detenido por la policía antiterrorista británica por sus investigaciones, ha revelado detalles impactantes sobre estas operaciones, incluyendo su participación en iniciativas encubiertas que buscan manipular narrativas mediáticas y desacreditar voces opositoras.

El Proyecto Alquimia también involucra a figuras clave como Amil Khan, un veterano agente de guerra psicológica, que ha liderado campañas encubiertas tanto en Siria como en Etiopía. Khan es conocido por sus esfuerzos para silenciar medios independientes como The Grayzone a través de una combinación de ataques legales y financieros, buscando literalmente ahogar a estas plataformas. Las estrategias incluyen presionar a plataformas de redes sociales para eliminar cuentas críticas bajo argumentos falsos, lo que demuestra la magnitud del control ejercido por estas organizaciones sobre el discurso público.

Estas operaciones no se limitan a la esfera informativa. La conexión entre los medios, las fuerzas armadas y las agencias de inteligencia también se refleja en su intervención directa en conflictos armados. El Proyecto Alquimia ha promovido operaciones clandestinas similares a la “Operación Gladio”, una estrategia de terrorismo encubierto dirigida por la CIA y el MI6 durante la Guerra Fría para desacreditar a la izquierda europea. En este caso, el objetivo es mantener la guerra en Ucrania activa a través de sabotajes y ataques dirigidos contra Rusia.

El papel de Reino Unido en este conflicto no es menor. Desde el viaje de Boris Johnson a Ucrania para garantizar el apoyo de la OTAN y bloquear cualquier posibilidad de negociación con Rusia, hasta las estrategias de propaganda para mantener a la opinión pública occidental alineada con la guerra, todo está calculado. Cada paso busca evitar que las poblaciones occidentales cuestionen los costos humanos y económicos de esta guerra, distrayéndolas con campañas que manipulan sus emociones y percepciones.

Entre las estrategias más preocupantes del Proyecto Alquimia se encuentra la utilización de temas como los derechos humanos y el cambio climático para construir enemigos imaginarios que desvían la atención de los verdaderos problemas. Estas narrativas, promovidas por sectores progresistas pero respaldadas por agencias de inteligencia, sirven para dividir, desenfocar y desmovilizar a la población, mientras se perpetúa el control de las élites.

Por otro lado, el impacto económico de la guerra también es una herramienta de control. Las sanciones contra Rusia han tenido un efecto boomerang en Occidente, con aumentos en los costos de energía y bienes de consumo que golpean directamente a los votantes. Sin embargo, estas consecuencias no son imprevistas, sino parte de un plan calculado para generar caos y justificar medidas autoritarias que mantengan a las élites en el poder.

Mientras tanto, los medios independientes que denuncian estas operaciones enfrentan una persecución constante. Ejemplos como el cierre de cuentas en redes sociales, el bloqueo de contenidos y las campañas de difamación contra plataformas como RT y Sputnik ilustran cómo las narrativas oficiales buscan silenciar cualquier voz disidente. Estas acciones no solo reflejan un desprecio por la libertad de expresión, sino que también exponen la debilidad de un sistema que depende de la censura para mantenerse.

El caso de Ucrania es emblemático. Las fuerzas occidentales han utilizado el país como peón en un juego geopolítico que busca debilitar a Rusia y consolidar su dominio global. Sin embargo, este enfoque también ha revelado las contradicciones y limitaciones de Occidente. La incapacidad de sostener una narrativa coherente, combinada con el creciente descontento de las poblaciones afectadas por las consecuencias de la guerra, plantea dudas sobre la viabilidad de esta estrategia a largo plazo.

La manipulación de la realidad también incluye la creación de divisiones internas en Rusia, aprovechando su diversidad étnica y religiosa. La promoción de conflictos entre cristianos y musulmanes, así como los intentos de fracturar al país en pequeños estados, forman parte de un plan más amplio para desestabilizar a Moscú desde dentro. Estas estrategias, disfrazadas de iniciativas democráticas o humanitarias, solo sirven para reforzar los intereses de las potencias occidentales.

En definitiva, lo que estamos presenciando no es una teoría de la conspiración, sino una realidad comprobable en la que las élites utilizan todos los medios a su disposición para mantener su poder. Desde la manipulación informativa hasta las operaciones encubiertas y la construcción de narrativas ficticias, todo está diseñado para perpetuar un sistema que favorece a unos pocos a expensas de las mayorías.

La hipocresía de Occidente queda al descubierto cuando habla de democracia y derechos humanos mientras viola estos principios en nombre de sus intereses. La verdadera pregunta es cómo podemos romper este ciclo y construir un sistema que responda a las necesidades de las mayorías, en lugar de ser una fachada para el control de las minorías. La respuesta no está en más de lo mismo, sino en la búsqueda de alternativas que desafíen las estructuras de poder establecidas y nos permitan imaginar un futuro diferente.

Fuente: https://www.youtube.com/watch?v=lpNpilmn3sI&ab_channel=HumoyEspejos

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