Acquafortes de Yanquilandia XV (B) – Por Ricardo Vicente López

Por Ricardo Vicente López

Parte XV- B.

Y llegamos al Estados Unidos de hoy. Según Wolin:

«La apatía de los votantes es en gran medida consecuencia de las bajas expectativas de que el gobierno responda a sus necesidades. ¿Para qué tomarse el trabajo? Las desigualdades no se limitan a diferencias de riqueza, estatus, expectativas y condiciones de vida; tales desigualdades se traducen en desigualdades de poder. En el fondo, las discusiones sobre tributación son discusiones sobre la distribución del poder».

Y explica con absoluta crudeza:

«Un cierto porcentaje de no votantes viene muy bien si desalienta a los más desesperados, a quienes están más cerca de ser dominados por la demagogia ‘populista’”.

Un liberal estadounidense valora la dimensión democrática de las luchas políticas:

«La escasez de verdaderas democracias sugiere históricamente que las instituciones políticas democráticas sólo se establecen después de una serie de luchas contra la “tendencia natural” a que el poder político sea monopolizado por los pocos, por los que poseen la habilidad, los recursos y el tiempo concentrado que les permiten imponer su voluntad sobre un sociedad cuyos miembros, en su gran mayoría, están sobrecargados y dispersos por las exigencias de la supervivencia cotidiana».

Wolin, ya fallecido, produjo una semblanza aguda de la sociedad estadounidense, más allá del gobierno de turno. No son los partidos –completamente penetrados por intereses particulares– los verdaderos factores de poder, sino las corporaciones y un intrincado sistema de formación de opinión pública a favor de las mismas, o de la resignación ciudadana.

Pero no son sólo Fukuyama o Wolin. Cientos de autores estadounidenses han descripto de todas las formas posibles las características plutocráticas de la “democracia” estadounidense, que no ofrece salidas genuinas al creciente sentimiento de desprotección y fragilidad que ofrece la vida sometida a los vaivenes de Wall Street. El triunfo de Trump debe ser comprendido en esa dinámica de largo plazo, en donde los equilibrios sociales que caracterizaron el New Deal, o el keynesianismo posterior a la Segunda Guerra, se fueron evaporando, dejando el poder político y cultural en manos del poder corporativo.

La postura neoliberal en lo económico, favorable a una globalización cuyos máximos ganadores fueron las corporaciones multinacionales y el capital financiero, pero abierta y tolerante en lo cultural (Clinton, Obama, Biden) se muestra cada vez más impotente para moderar el curso ultra concentrador de la riqueza del capitalismo globalizado realmente existente. Ese espacio político-cultural tiende a pensar a Trump como una suerte de “catástrofe inevitable”, donde la ignorancia, la estupidez y el desagradecimiento del electorado es el culpable de la derrota de Kamala Harris. No conecta los efectos antidemocráticos de su propia praxis –sometida a la lógica excluyente del capitalismo actual– con las opciones que hacen los votantes.

Desde otro lugar, crítico de la combinación neoliberal-progresista, se sostiene que los socialdemócratas/reformistas contemporáneos, por convicción o inoperancia, no son capaces de cambiar nada importante, de forma tal que la sociedad lo advierta y lo reconozca positivamente. Al no diferenciarse, en las líneas más gruesas, del anti-igualitarismo que emana del sistema, la gente –que no sólo está siendo desposeída materialmente, sino también culturalmente– vota a “los malos”. En esta versión, la culpa de la victoria de Trump es exclusiva de los demócratas. Es decir, que el drama se podría resolver fácilmente: sólo hace falta gente que venga y cambie las estructuras opresivas y el votante lo va a reconocer y aplaudir.

No es que el Partido Demócrata no tenga graves responsabilidades en la llegada de un personaje como Trump al poder. Pero es recomendable tomar nota de las complejas tendencias culturales contemporáneas, desde formas religiosas por completo alienantes, medios de comunicación idiotizantes, fantasías de consumo infinito como sinónimo de felicidad, hasta el poderoso efecto de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación en “la construcción de subjetividades individualistas”, desconectadas de cualquier idea de comunidad y abiertamente antisociales. Cualquier proyecto político que quiera ser francamente alternativo tiene que tomar nota de estos problemas, que no tienen soluciones fáciles.

El análisis crítico del senador Bernie Sanders, expresión del progresismo en los Estados Unidos, va en esa dirección:

«No debería sorprendernos demasiado que un Partido Demócrata que ha abandonado a la clase trabajadora descubra que la clase trabajadora lo ha abandonado a él: primero fue la clase trabajadora blanca y ahora son también los trabajadores latinos y negros, mientras el liderazgo demócrata defiende el “status quo”, el pueblo estadounidense está enojado y quiere un cambio. Y tiene razón…. mientras a los muy ricos les va fenomenalmente bien, el 60 por ciento de la población vive al día. Tenemos más desigualdad de ingresos y de riqueza que nunca e increíblemente los salarios semanales reales, descontada la inflación, son en realidad más bajos ahora que hace cincuenta años, para el trabajador estadounidense promedio».

Decía Horacio (8-65 a. C.), recordado como el principal poeta lírico y satírico en lengua latina: Mutatis mutandis (Cambiando lo que se deba cambiar) ¡Argentinos: la Historia habla de Ustedes!

 

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